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ELECCIONES CATALANAS

El apóstol del independentismo

En sus entonaciones más idílicas levanta en el ánimo de algunos jóvenes el perfil de aquella Nueva Jerusalén republicana que sería una Cataluña con Francesc Maciá en las monedas (de 20 duros. Con esa mirada un poco desamparada y su expresión deslánguida, Ángel Colom Únicamente logra ser un poco irónico con grandes esfuerzos: más bien circula como fraile novicio en alguna abadía en ruinas, después de la reforma monástica del siglo X. En un momento de seudogenealogías nacionalistas, el candidato Colom reclama la rueca de Gandhi. También acaricia la idea de adentrar el catalanismo en pleno siglo XXI, si es que para entonces queda algo del catalanismo.Estuvo en el seminario de Vic, troquel de intelectos sólidos y de dogmáticos de toda especie. Con un poco de melena, serviría para joven apóstol en algún cuadro teatral. De sus años en la Escuela Normal, le queda mucho del maestro de escuela que adapta y conforma su proceso mental a la medida del curso que le toque. Hay que contemplar el argumento gestual de sus manos, reiterativo y monocorde, como toda ambición didáctica.

Incluso en horas tensas del Parlament parece como si estuviera explicando nociones de aritmética a alumnos algo rezagados. De todos modos, es previsible que la disidencia interna de ERC le ve desde otro prisma. Cíclicamente al borde de la ruptura, al viejo partido republicano del avi Macià le estallan las costuras cuando se sopesan prioridades y alianzas. Seguramente, por eso el ascenso del candidato Colom no ha podido evitar un rastro de compañeros agraviados, dispuestos a cenas de conspiración a la primera que salta. Por el momento, en Esquerra manda un duunvirato.

Con la vista puesta en Quebec, los independentistas de Angel Colom se fueron convirtiendo en soberanistas, aquietando las aguas allí donde hace años hubo la tentación violenta. Para estos casos, a Colom debió serle muy útil su experiencia pacifista en Afganistán. Se trataba de conducir Cataluña, como Gandhi hizo con la India, "hacia la independencia sin renunciar a una estrategia pacifista". Por ahora, para completar el cuadro le faltan Nehru y lord Mounbatten.

Con Àngel Colom, la Crida se puso corbata de ocasión y afirmó que podría escoger la renuncia a la salida independentista si se viera obligada a defender con la violencia. En cambio, sus más jóvenes seguidores denontan el afán impaciente de quienes ya no han vivido la emotividad más o menos colombófila de cierto catalanismo que todavía se identifica con la ceba. Ahí está como fórmula superadora una síntesis insólita del espíritu del yoga y los recuerdos heroicos de laintentona de Prats de Motlló.

Tiene un rostro claro, de boca poco afirmativa y barba sin sorpresas. Alza un poco las cejas, ofrece las manos y demuestra lo fácil que sería para una república catalana independiente permanecer en la Unión Europea cortando lazos con Madrid, esa rémora. Por otra parte, sabe lo pequeño que llega a ser un Fossar de les Moreres cuando se queda muy abarrotado de público.

A la espera de un cosmonauta de Esquerra que ponga algún emblema independentista en el planeta Venus, la campaña contra la simbología españolista de los toros negros de Soberano tropezó con los pintorescos imperativos de la propiedad privada. Como hipótesis poselectoral, Colom habló también alguna vez de "mayoría de progreso" antes de anunciar su disposición a volver al regazo del pujolisimo para salvar a Cataluña de la dominación que supondría dejar ganar a los cavernícolas del PP.

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En las viejas láminas de anatomía, los cuerpos humanos muestran la red de vasos sanguíneos, desaparecen una a una las capas de músculos: así como aquellos cuerpos pierden su opacidad, la personalidad política de Ángel Colom aún requiere esa radiografía de verdad que sólo puede lograrse en los momentos de máximo riesgo, cuando la urgencia de decisión ya no admite más dualismos.

Un poco más o menos a la izquierda según se mire a la derecha, Colom ha dado recientemente un nuevo paso identificándose espiritualmente con los cónclaves de la pequeña empresa. A lo mejor ése es un rasgo de personalidad con imaginación política, aunque a veces también se le pueda comparar a uno de esos sujetos audaces que un día nos sorprenden cuando les vemos tocar el agua con la punta del pie antes de ponerse a nadar.

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