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Dupérier y la competencia

Un asiduo lector de mi columna ha protestado cortesmente porque, al escribir sobre la libertad de horarios y la Ley de Comercio, no he confesado que presido Idelco, el Instituto de Estudios de Libre Comercio. Idelco es una asociación que busca analizar sine ira et studio las características de nuestro sistema de comercio exterior y los efectos que podría tener sobre él la libertad más plena. Presido Idelco, que cuenta con casi un centenar de socios, porque llevo decenios estudiando y defendiendo la libertad de comercio, y no al revés. Pero sí que es verdad que no soy neutral en materia de libertades.Mi amable lector se felicitará de que en España hayan proliferado los campeones de la competencia, de la soberanía del consumidor, de la carriére ouverte aux talents, porque gracias a ellos nuestra querida patria ha salido por fin del estanco de la sal, el papel sellado y el tabaco, de la defensa a ultranza de los intereses del productor y de la organización de las profesiones en cerrados colegios profesionales.

Voy a hablarles del caso del notable físico español Arturo Dupérier, para que vean cuánto hemos adelantado desde los tiempos del franquismo en materia de libre competencia, Nacido en 1896, obtuvo Duperiér en 1934 la primera cátedra de Geofísica de España, en la entonces Universidad Central. Era de convicciones republicanas y al año de estallar la guerra civil marchó a la Universidad de Manchester a colaborar con un grupo de científicos especialistas de los rayos cósmicos. Durante la Guerra Mundial, las autoridades le trasladaron al Imperial College de Londres, donde continuó investigando en la misma materia con datos que debía obtener de la Oficina de Meteorología del Reino Unido. Pese a ser los datos sobre el tiempo muy secretos en tiempo de guerra aérea y a mantener él la nacionalidad española, obtuvo permiso del propio Churchill para seguir con sus investigaciones.

En 1953 volvió a España y el Imperial College le regaló el laboratorio que había estado usando en Londres. Laboratorio que se envió empaquetado en sólidas cajas a España. Suponen ustedes bien: en aquellos bárbaros tiempos era inevitable. que la Aduana las retuviera en el puerto de arribada durante largos meses. Más sorprendente es que, construido un pequeño laboratorio en los altos de la facultad de Físicas, los aparatos permanecieran sin desempacar en los sótanos del edificio durante años. Dupérier murió en 1959 sin poder instalar sus instrumentos. Había vencido el odio al competidor más capaz.Parece que dos personas influyeron para impedir que Dupérier continuara en España su trabajo sobre rayos cósmicos: el profesor Otero Navascués y Don Juan Vigón, como especialistas cuasi propietarios que se consideraban de las investigaciones de física nuclear en España. Les bastó con recordar el pasado republicano del gran investigador. Sin embargo, los físicos españoles no pudieron entrar en posesión de los aparatos regalados por los ingleses a Dupérier: el Imperial College volvió a llevárselos a Londres, tan vírgenes como habían venido.Los tiempos han cambiado. Como España es un Estado miembro de la Unión Europea, los títulos universitarios extranjeros son homologados por nuestras autoridades sin demasiadas dificultades. Para ejercer la arquitectura o la farmacia u otras profesiones, los extranjeros tienen que someterse a un examen del respectivo colegio profesional, pero ya es incluso posible que un europeo sea profesor de una universidad pública española.

Quienes verdaderamente tenemos dificultades para competir libremente somos los españoles contra nuestros compatriotas instalados. Se cuentan por millares los titulados farmacéuticos sin farmacia. Está prohibido que en un mismo edificio ejerzan sus habilidades dos dentistas. Los colegios de abogados quieren imponer a los licenciados en Derecho una pasantía obligatoria antes de permitirles competir abiertamente en el mercado. Las profesiones colegiadas no pueden anunciarse libremente en busca de clientela.

Tranquilícese, pues, mi asiduo y amable lector. No sólo, proclamo que soy presidente de Idelco, sino que casi me atrevo a considerarme útil en ese cargo.

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