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Héroes de la transición

Emilio Lamo de Espinosa

La historia que nos enseñaron de niños se parece mucho a los cómics actuales. En ella se enfrentaban superhombres extraordinarios y, por supuesto, ganaba el más fuerte, astuto y hábil, prueba indiscutible de que la razón estaba de su parte. Nietzsche certificaba así que en aquella historiografía el ganador era siempre deificado, y el presente heredero de una progenie de héroes. Una amena historia, muy del gusto de escolares aficionados a los tebeos, en la que Roberto Alcázar era un trasunto de Napoleón, y Roy Rogers, de los comuneros. O quizá al contrario. En todo caso, los grandes acontecimientos eran siempre el resultado previsto de masivas conspiraciones de personalidades relevantes.Hace ya muchos años que, por fortuna, la historiografía abandonó esos derroteros y, gracias al influjo no sólo del marxismo, sino de las ciencias sociales en general, descubrió otros héroes, esta vez anónimos: las clases sociales, el capital, la población, los precios. Ya se sabe: estructura es lo que dura, lo demás es coyuntura, y la historia se hace en la longue durée. De modo que de la visión conspirativa pasamos a la miseria del historicismo. Los personajes eran ahora sólo portadores (quizá incluso porteadores serviles) de dinámicas colectivas. La historia sin sujeto. No hace falta ser popperiano para darse cuenta de que si la visión conspirativa magnificaba los nombres propios, el historicismo los despreciaba. En todo caso, unos y otros tenían algo en común: una visión lineal en la que el futuro es el desarrollo progresivo del pasado.

Pues bien, no sé qué extraña pasión nos ha llevado a tratar de ponerle nombre propio a la transición política española identificando su Roberto Alcázar, después de haber certificado que era obra colectiva del pueblo español, deseoso de poner en paz su historia. Pronto conmemoraremos el centenario del 98, lo que coincide (magia de los números) con los 20 años de la Contitución democrática.

¿Cómo negar que ésta realiza una vieja aspiración que se remonta no sólo a los regeneracionistas, sino incluso a los reformistas del XIX y más allá, hasta los ilustrados del XVIII? Confieso que prefiero esa visión, por muy historicista que pueda parecer, a los relatos de cerebros preclaros que diseñaron el destino colectivo en la omnisciente pizarra de su conciencia, como si de una obra de ingeniería política se tratara.

Por lo demás, sabemos al menos desde Tocqueville que no pocos eventos son justamente consecuencia no querida o imprevista de decisiones que tenían otros objetivos. Y la transición está repleta de esas consecuencias no queridas. Pues Franco confiaba en el Rey para que atara y bien atara el régimen, y las Cortes aprobaron la Ley de Reforma para contener la democracia, y ETA asesinó a Carrero para forzar una dinámica violenta, y el falangista Suárez debía garantizar la continuidad del Movimiento. De modo que todo hace sospechar que esos hombres fueron llevados por los acontecimientos más allá de ellos mismos y mucho más allá de lo que sospechaban quienes les prohijaron. Pero eso no es todo. ¿Cabe pensar en una transición pacífica sin el liderazgo de la clase media que crece en los años sesenta a consecuencia de la política liberalizadora de un Gobierno Opus, cuyos hijos deslegitiman el régimen desde la Universidad? Y más aun, ¿no será la expectativa de un conflicto general a la muerte de Franco -recuerdos, ansiedades y temores de la guerra civil- lo que alimentó el temor, que a su vez alimentó la prudencia, que a su vez evitó el conflicto, en una gran profecía que se autoniega? Pues la derecha temía la revolución (véase Portugal), y la izquierda temía el golpe militar (véase Chile), y unos y otros sabían que debían ceder para evitar lo peor. De modo que la expectativa de conflicto generó conductas que alimentaron el pacto, justamente aquéllo que nadie esperaba, pero que todos deseaban, ignorando, sin embargo, que todos lo deseaban. Sin, negar -qué duda cabe- la eficacia de intervenciones singulares, no veo sentido a ese empeño en privatizar lo que es claramente patrimonio colectivo.

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