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FÚTBOL NOVENA JORNADA

El Madrid resuelve con zozobra

El Tenerife jugó mejor que los de Valdano, pero falló ante el gol

José Sámano

, Silbando el paso del tiempo y anclado en su destreza defensiva, el Madrid enganchó un partido que dejó un nuevo rastro de escepticismo entre la hinchada. Tras una semana de terapia, el grupo de Jorge Valdano mostró otra vez un juego pálido. El equipo parece desvinculado de su propia génesis. Hay una brecha entre el conjunto campeón y el que hoy sobrevive atormentado en la Liga. Da la impresión de haber borrado todas las huellas que le devolvieron el título. Sólo la zaga tira del mismo manual. El resto es un mapa de cicatrices: Amavisca aún es una secuela de aquel extremo con piernas de pirata que recorría miles de kilómetros hasta toparse con el gol; Redondo -ayer entre los destacados- y Luis Enrique han perdido sus galones; Esnáider ha descendido desde sus sueños europeos en Zaragoza hasta el banquillo blanco; y Laudrup ha puesto el intermitente mientras se adivina algún relevo (¿Sandro, Michel, Rincón, Raúl...?).

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En este estado, el Madrid se dio de bruces con uno de esos duelos que sueñan los jugadores mientras se embadurnan de linimento en el vestuario: "Un golito pronto, que se abran y a vivir". Así fue: diez minutos de sesteo, primer mensaje de Michel y zarpazo de Esnáider. Todo a punto para el banquete. El otro comen sal: un equipo de perfil agradable. Poco rocoso, con los defensas justos, cuidadoso con las piernas contrarias y cándido, exasperadamente blando a la hora de la pegada. Así trazó el Tenerife un partido primaveral. Y el Madrid, acostado sobre la hierba, cedió el mando y perdió su primera seña de identidad: el balón. Otra de sus armas, Laudrup, tuvo horas y horas para recuperar tiempo de sueño. Sin Laudrup, y con Raúl sudando muy lejos del área -su primer remate a gol llegó mediado el segundo tiempo-, el juego ofensivo del Madrid quedó supeditado a Esnáider, un tipo con ardor y una mueca permanente que destila, chispas. Su furia acaba diluida en un gallinero de peleas con los rivales.

Con Laudrup apagado, Redondo se convirtió en la luz de todo el equipo. Se prestó en la faena y en los despachos del área. De nueve faltas que cometió el Madrid en el primer tiempo, él se apuntó cinco. También se quitó el buzo: de cuatro remates a puerta en el primer trance, se apropió de dos. Como vértice del triángulo defensivo con Hierro y Sanchis, fue el mejor sostén blanco. Ahí cimentó el Madrid su victoria.

El Tenerife también puso de su parte. Es un equipo al que le gusta sacar la pelota de paseo, con el mimo de una institutriz aplicada. Es un conjunto repleto de moñas burlonas de Felipe, Robaina, Chano, Conte o Pinilla. Futbolistas capaces de anudar la pelota de forma diabólica hasta orillas del área. Pero esa es la cueva de Pizzi, cuya única cualidad parece su condición de nacionalizado. Los canarios mandaron buena parte del choque y embridaron varias jugadas de mérito ante Buyo, pero exhibieron una ofuscación patética. Sólo consiguieron muchísimos minutos de zozobra en la grada.

El Madrid se sintió aliviado cuando Laudrup, succionado por el fútbol primaveral, apareció por fin en el partido: para irse a la ducha y dar el relevo a Sandro. Este pidió el balón, se asoció con todos y dio pulso al Madrid, que por fin pudo acariciar el balón, su instrumento vital. El partido ya dibujaba enormes boquetes en los dos clubes. Entonces le llegó el turno a Pizzi. Recibió un gran pase de Felipe, tuvo un primer plano de las pupilas de Buyo y se estrelló con estrépito. Y un puñado de segundos después Sandro trabó un tiro de esos que siegan la hierba y mandó al Tenerife al infierno: a purgar todos sus pecados ante el gol. De paso, redimió los cometidos por el Madrid, cuya hinchada tiene motivos para dudar.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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