Los viejos y los viajes
Ser viejo es un oficio que se aprende con el tiempo, aunque no todo el mundo sepa hacerlo, como muy bien dejó dicho el señor De la Rochefoticauld. Tiene sus ventajas materiales, como la Tarjeta Dorada de la Renfe y la que, por el módico precio de 1.200 pesetas mensuales, da derecho a un número indefinido de trayectos en el metro y los autobuses de la EMT, sinecura que puede acabarse el día de la privatización, esa especie de juicio final de todas las cosas. Hay quien supone difícil y penoso llegar a esa edad, aunque, en líneas generales, se trate de algo bastante sencillo y al alcance de cualquiera con medianas luces: sencillamente, envejeciendo, para lo que es indispensable gozar de buena salud.Los brutos espartanos y, antes, la mayoría de las tribus primitivas -pertenecemos a una de ellas, que ha olvidado los orígenes- sacrificaban a los veteranos, hábito muy extendido en la prehistoria, cuando el que no podía sostener el arco y el hacha de sílex, ni hacer el amor, era expeditivamente liquidado. Hasta el momento que un vejete espabilado hizo ver su utilidad, conservando el fuego, cuidando ole las mujeres preñadas y de los niños, mientras los adultos -no eran sociedades machistas- iban de caza o degollaban a los vecinos, las dos actividades más frecuentes. El relativo ocio del viejo, y su soledad, debió cultivar lo que tenía debajo de la pelambrera y fue, sin lugar a dudas, uno de ellos el que empezó a contar cuentos a los sanguinarios guerreros y guerreras, entreteniendo las largas veladas invernales en la gruta promiscua.
El truco duró miles de años y fue perfeccionándose. El hombre viejo -se ignora por que a las mujeres viejas solían llamarlas brujas, hechiceras, arpías, epítetos discutibles todos ellos-, aquel tío listo, digo, explotó la cana y la barba. Ladinamente se hizo con el poder y, en periodos de calma, raros, eso sí, el mismo señor francés que citamos más arriba asegura que alguno de ellos los aprovechó para dar consejos, incluso buenos, cuando ya no podía dar malos ejemplos. De ahí a gobernar no hay más que un paso.
Han estado al borde de la desaparición, sobre todo en el que llamamos nuestro mundo occidental civilizado. El anciano volvió a ser un estorbo, el plato suplementario en la mesa, la habitación. en el piso y la plaza en el automóvil, durante las vacaciones. Esto se intentó remendar depositándolos en las gasolineras o en las urgencias hospitalarias. Hasta que los avances de la ciencia ampliaron las fronteras vitales y los proyectos amenazan con ser más numerosos que los niños (nacen pocos) y que la población activa. La democracia los ha salvado.
Evaluar las posibilidades y el potencial de tal población en unos comicios fue el golpe ole gong que evitó el KO técnico, en el asalto que casi se daba por perdido. Un hombre, un voto, conquista que se extendió, más tarde, a las mujeres, con la fantástica condición de que a nadie se le ocurrió poner límites al sufragio universal, por la franja de arriba; precaución que se tomó en el inicio: edad mínima, alfabetización forzosa, domicilio conocido, etcétera. No; el voto de un nonagenario, por deteriorado que se encontrase, equivale a otro cualquiera. Dar coba fina a esa muchedumbre desocupada forma parte de toda buena campaña electora. Comenzaron los halagos, los mimos, las pensiones no contributivas y los viajes del Inserso, que se inician, precisamente, por estas fechas, cuando el otoño avanza hacia el mal tiempo.
¿A salvo? Mi proyecto amigo Bernabé, de condición hipocondriaca, lo ve de otra manera. Comentábamos las suntuosas vacaciones organizadas para la tercera edad, en la Costa del Sol, las islas Baleares, el Levante feliz, la Costa Brava, a precios muy asequibles, tanto que las organizaciones privadas pueden bajar el listón de la competencia al mismo nivel. Que nadie regatee la iniciativa, pues, gracias a ella, muchos ancianos han conocido lo que les fue negado en toda la existencia. Va incluido el traslado en avión, hoteles de muy aceptable calidad, abundante alimentación, excursiones y jarana incluida.
-Todo eso está muy bien -dice, aviesamente, el amigo-. Pero, ¿te has fijado en las fechas? ¿Cuántos millonarios, cuánta gente de posibles se desplaza ahí durante esta temporada, que por algo llaman baja? Conozco a quienes disfrutaron de estas vacaciones y no tengo reparo en reconocer que dicen haberlo pasado bien, muy bien, incluso. Pero desconfío. Hay que tener una constitución física atlética para andar, en esos días, con camiseta de colorines y manga corta. Excelente clima, durante el verano, pero ¿vuelven todos los que van? ¿Se hace un seguimiento estadístico de los supervivientes?
-Hombre -intento atajar el desmoralizador discurso- A caballo regalado...
-No me vengas con monsergas. Creo que, no sabiendo cómo deshacerse de nosotros, sin que intervenga la policía, organizan viajes para viejos, con la esperanza de que perezcan, incluso los más fuertes, porque costamos mucho dinero. No enseguida, claro, pues sería escandaloso. Pienso que tienen calculado, científicamente, el periodo de incubación de la neumonía.
-Pero qué dices, insensato. ¿Quiénes pueden pretender ese holocausto turístico?
Miró a uno y otro lado; llevando el índice a los labios, musitó misteriosamente: "Ellos".
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