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Reportaje:CALZADAS SIN LEY

Los 'okupas' de la calle

Las vías públicas se han convertido en campos de batalla. En lucha diaria por el sitio, repartidores, conductores de autobús, taxistas, aparcadores y particulares escriben su propia ley

Las calles son para todos. Por lo menos en teoría. Pero las vías públicas del centro de Madrid parecen pertenecer a los vencedores de la lucha diaria por el espacio: desde la madrugada -cuando los repartidores ocupan el asfalto con sus camiones- hasta muy tarde, en la noche -cuando los aparcacoches de las discotecas acaban. con el último hueco-, se muestra la ley de la calle: gana quien tenga más cara.Cada día, laborable a las ocho de la mañana, Miguel Ángel Fernandez, de 25 años, y Miguel Pizarro, de. 40, suben la calle de Hortaleza corriendo. Van buscando un aparcamiento adecuado para el camión de bebidas que han dejado aparcado al principio de la calle, esquina a Gran Vía. Si no lo hicieran así, no encontrarían ningún sitio, porque todas las zonas de carga y descarga ya están ocupadas por otros camiones o por turismos (áunque eso está prohibido a estas horas). "La gente no respeta la placa", se queja Miguel Angel, "y así no podemos trabajar". Cuando por fin encuentran sitio, Miguel Ángel tiene que defenderlo hasta que su colega llegue con el camión.

En ese momento una furgoneta se para en medio de la calle. La conduce uno de los numerosos repartidores que ni siquiera hacen el esfuerzo de buscar un estacionamiento. "Solamente tengo que bajar un ratito", se excusa el conductor, que va corriendo con un paquete a la Librería Sexológica, en el número 38. El tráfico se paraliza enseguida, como consecuencia de su acción: la gente toca la bocina, el autobús número 40 se retrasa y los peatones se ven envueltos entre el ruido y los gases del tubo de escape.

"¿Qué se puede hacer? Tengo que trabajar", dice Rudolfo Carretera, de 22 años, que, tampoco quiere perder tiempo buscando una parada. Deja su furgoneta aparcada en doble fila en la calle de Ayala y empieza a descargar.

En Madrid, se realiza una media de 235.000 operaciones de carga y descarga cada día laborable, con un tiempo medio de 20 minutos. Rudolfo solamente necesita cinco. "Pero, incluso cuando tardo más, no tengo miedo de que me multen. Mi empresa lo pagará. Hay un seguro para esto, como en la mayoría de las empresas".

Siguiendo la calle de Ayala hacia arriba, donde se cruza con Serrano, los repartidores ni siquiera pueden aparcar en segunda fila. "Hace unas semanas cambiaron la orden de aparcar aquí", explica Fernando Vazquez, de 22 años, hijo del dueño de una frutería. "Ahora los turismos tienen que aparcar en batería. Me parece una cosa absurda en una calle tan estrecha". Juan José Fernández, repartidor de 34 años, que una vez tuvo que pagar una multa de 15.000 pesetas, se muestra contrariado por esta medida: "El Ayuntamiento no apoya nada". Por eso ahora aparca en el carril bus, para poder descargar.

Pero no es el único que utiliza un trozo de los 100.530 metros reservados para la EMT. Cuando a las 11.05 el conductor Salvador Camarata López acerca su autobús de la línea 149 a la parada de la calle de Fuencarral, tiene que parar en plena vía. El carril está lleno de coches mal aparcados. Y los viajeros han de buscar su camino entre los vehículos para poder subir al autobús. El conductor, ya está acostumbrado: "La verdad es que casi nunca podemos utilizar el carril bus. O está ocupado por las furgonetas de los repartidores o por los coches privados". Después de media ruta le alcanza su colega del próximo autobús. "Como, no puedo usar el carril, y a esta hora hay tanto tráfico, voy con retraso

El cartel del aparcamiento público en la calle del Capitán Haya, esquina a Rosario Pino, enseña "libre". Sin embargo, los coches afuera aparcan en tercera fila. "Eso incluso me da vergüenza a mí, aunque también aparco en segunda fila", admite Javier Herrero, de 45 años, un aparcacoches que desde hace 14 años busca su clientela alrededor de los juzgados de la plaza de Castilla. Toda la gente que trabaja allí viene por la mañana, así que e se es el tiempo- de mayor beneficio de Javier. "Entonces mi llavero está lleno", dice este hombre, que vive de propinas, mientras enseña un anillo de hierro enorme. "Por la mañana, cuando aquí no hay manera de dejar el coche, puedo entender que la gente aparque mal. Pero ahora, por la tarde, el aparcamiento está casi vacío", dice el vigilante de seguridad del subterráneo.

El hecho de no usar los aparcamientos públicos afecta también a los taxis. Como no hay suficientes paradas -en Madrid sólo hay 2.398 plazas para los 15.500 taxis de la ciudad- los taxistas pugnan por los bordillos con los conductores de los coches privados. En Capitán Haya, por ejemplo, hay una parada para tres, pero sobre las. once de la mañana allí esperan 12 taxis. En la calle de Orense, esquina a Hernani, 14 taxis aparcan en doble fila porque los turismos bloquean toda la zona.

Los únicos que no tienen que preocuparse por un aparcamiento en este barrio son los que trabajan en los juzgados. Como en todas las instituciones oficiales, tienen plazas reservadas. Pero alrededor la gente respeta la prohibición de estacionamiento. "No se atreven a dejar su coche aquí, porque saben que la policía llama a la grúa en seguida", dice Pilar Rodríguez, de 58 años, que trabaja en el quiosco junto a la entrada de los juzgados. Pero su colega del quiosco de enfrente añade: "Luego, la policía les deja; cuando en el tribunal ya han terminado".

En la zona de las Cortes la Policía Nacional que vigila el edificio es mucho más estricta: "Aquí no se puede dejar ningún coche que no sea oficial", explica uno de ellos. Pero siempre hay excepciones. "Si conoces a los guardias, te dejan aparcar", asegura Julio Martínez, de,56 años. El estucador que lleva allí unos meses restaurando una fachada reconoce al guardia y le señala con el dedo: "Es muy amigo mío".

El privilegio de tener bordillos propios también les gustaría a los dueños de restaurantes o discotecas. Como no disponen de ellos, solucionan el asunto a su manera: contratan a aparcadores profesionales que usan la doble fila.

"Mis clientes son muy cómodos", dice Lucio Blázquez, dueño de Casa Lucio, en la Cava Baja. "Por eso tengo dos aparcacoches. Son ex taxistas que saben manejar los coches muy bien". Y es verdad, siempre encuentran un sitio para su clientela. "Quito muy poco espacio a los vecinos", se excusa Lucio. Pero no es el único dueño de un restaurante con aparcacoches en esta zona, y la gente que vive allí ya está harta. "No hay forma de aparcar aquí", dice Raúl García Barras, de 20 años, que visita muy a menudo a su amigo Ricardo Gonzalo, de 30, que vive frente a Casa Lucio. "Los festivos aún es peor", afirma Ricardo, "yo ya estaba harto de dar vueltas. Por eso ahora tengo un garaje: si no lo tienes, te fastidias".

Y algo parecido dice su vecina Elena Gálvez: "Me gustaría tener un sitio para aparcar. Pero para mi viejo coche no vale la pena pagar un garaje". La mujer, de 40 años, dirige la sucursal de un banco, y llega cada día sobre las cuatro de la tarde a su calle. "A estas horas, a lo mejor encuentro un lugar para aparcar, pero por la noche es fatal. Sobre todo los fines de semana. Entonces, mi marido y yo no vamos a ningún sitio en coche, porque sabemos que luego no encontra mos aparcamiento, y a las doce de la noche no te apetece pasar una hora dando vueltas".

Algo que es imprescindible en la calle del Arenal, porque a medianoche allí empieza la marcha en la discoteca Joy Eslava. "Toda la calle la tenemos bajo control, de Sol hasta Opera", se ufana Jorge Galiano, de 24 años, uno de los aparcacoches de la discoteca. Él lleva tres años trabajando en este negocio y lo conoce muy bien: "A las tres [de la madrugada] llega el punto culminante, aunque atascos los hay toda la noche. Lo peor son los que esacionan aquí sin darnos su llave. Hay gente que deja su coche en segunda fila delante de la entrada. No se preocupan por el follón que producen. Pasan adentro y se emborrachan, y nosotros no sabemos cómo sacar los coches de la primera fila".Para Pedro Trapote, dueño del Joy, los aparcadores son una de las bases de su negocio. "Arenal es una calle de muchísima circulación. Los fines de semana o cuando organizamos fiestas voy ampliando la plantilla de aparcacoches. Entonces necesito incluso nueve". Trapote no tiene miedo de que los vecinos se quejen de que sus empleados les quitan estacionamientos: "Está prohibido aparcar aquí". "Y a nosotros los municipales nos dejan", sonríe Jorge.Es la ley de la calle.

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