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Europa, unidad contradictoria

En 1946 se inauguraron las Rencontres Internationales de Ginebra. El debate versaba sobre El espíritu europeo. Fueron oponentes, o participaron en las conversaciones, Benda, Bernanos, Jaspers, Spender, Rougemont, Lukacs, Merleau-Ponty, Starobinski, Wahl, etcétera. Así, en años sucesivos, hasta 1975. El elenco de cuestiones resultó enormemente variado, pero, en el fondo, lo que preocupaba a todos era Europa, como entenderla, cómo explicar sus crisis y, en consecuencia, cómo buscarle solución.Han transcurrido, pues, casi cincuenta años desde que tomó forma comunal esa inquietante realidad. Los cambios, las transformaciones europeas, han sido radicales. Radicales en el sentido de que no han dejado lugar a ninguna duda y a muy pocas esperanzas. Nada, por tanto, de situaciones intermedias. Por un lado, la caída, la anulación del comunismo. Por otro, la inoperancia del capita lismo. He aquí, por tanto, la doble ruina. Por eso, si hoy se repasan los volúmenes de las famosas Rencotres, tenemos la sensación de que algo decisivamente envejecido, de que algo ya pasado nos sale al paso. Incluso el estilo de los textos se nos antoja rancio, un adarme rancio.

Pero, al lado de esa sensación de fatal, deterioro, otra cosa nos inquieta, otra cosa nos desazona, a saber, la sospecha de que Europa no es definible, no es apresable en palabras de concepto, en fórmulas lógicas. Hay demasiada. contradicción, demasiado barullo en sus exteriorizaciones para que la inteligencia pueda sentirse capaz de cazar su esencia. Ya se sabe que Europa sólo puede entenderse si se es parte de su básica realidad histórica. Y esa básica realidad histórica consiste ni más ni menos que en las permanentes crisis, en las agonías constantes. Sí, ello es evidente. Pero ¿es posible acercarse algo más a la entraña, a la sustancia misma de esa crisis? Yo creo que esto es hacedero si consideramos a Europa -alguien ya lo ha hecho- como un espacio mental, por consiguiente, como un espacio de contradicciones. La idea no le agrada a Bernard Henri Lévy, pero valorar nuestro continente como un ruedo en el que hay que jugarse día a día el común destino, como un terreno apto y siempre dispuesto a recibir las dramáticas luchas de los contrarios, las contiendas más inimaginables, me parece que tiene, entre otras virtudes, la de la neutralidad aclaradora. Esto no quiere decir que Europa sea, en sustancia, un espectáculo (a veces lo parece), sino que es el caldo de cultivo idóneo para toda clase de duras suscitaciones. Y lo que más importa: parla toda clase de innovaciones críticas.

Ahora, ahora mismo, dos ideas se esfuerzan por abrirse camino. Una, la de aceptar sin más que la naturaleza, esto es, aquello que puede y debe investigarse, es en el fondo una unidad que abarca tanto el territorio objetivo, lo ahí dado, como lo subjetivo, lo en nuestra intimidad depositado. Zimmerli llega a más. Llega a admitir que el concepto de naturaleza es hoy "un valor en sí con imprevisible e inusitado contacto con "lo numinoso". Y no pensemos que esto, todo esto, son "metafísicas" sin operatividad alguna sobre el mundo que nos rodea y, en consecuencia, sobre nosotros mismos. Esta valoración de la naturaleza lleva consigo territorios ecológicos, sociolágicos, económicos, políticos y espirituales de primer orden. Y no olvidemos que, como dice el propio Zimmerli, si bien la ciencia no necesita de la mística y ésta, por su parte, no, precisa de lo científico, en cambio el hombre siente necesidad de ambas instancias. De no ser así, Europa resultará inentendible. Por eso es menester que despierte en nuestra conciencia y en nuestra sensibilidad el sentimiento de la copertenencia, de la convergencia, de la Zugehögrigkeit de todos nosotros a lo real dado, a lo que nos circunda y a lo que a cada paso nos está haciendo señales y pidiendo nuestra compenetración.

Con todo, frente a esta concepción unitaria y colaboradora, de tipo cósmico, con lo positivo, con lo opositum, con lo ahí puesto a nuestra disposición, está emergiendo con gran energía, e incluso con energía devastadora, otra concepción de la naturaleza: la de la separación, la del corte en fracciones discretas del mundo. Pero separar, cortar, se dice en latín secare y de ahí viene la palabra secta y el calificativo sectario. Europa está a punto de transformarse en una colmena de sectas y, con ello, está a punto de ocluir una de sus mejores posibilidades: la de constituirse, en un mosaico abigarrado y multicolor cuyas piezas son necesarias, son indispensables para constituir una coherente imagen de unidad trascendente.

Quisiera ser bien entendido. No pretendo con esto apuntar hacia lo que hoy podemos calificar como justificada ansia de autonomía de los pueblos, de aspiración a su plenitud existencial. No. Pienso más bien en determinados integrismos que asoman su rostro intolerante en el horizonte histórico europeo. Ese integrismo es la negación misma del espacio mental configurador sustantivo de Europa. Como afirmó Denis de Rougemont, Europa posee todas las posibilidades para seguir siendo "la patria de la invención". Pero esa virtualidad no puede resultar difuminada por una universal tendencia a la anulación del pasado pluritario al que debemos nuestra consistencia vital. Integrar es, debe ser, lo contrario de absorber, de succionar. El divorcio de Europa, su ejamiento del resto del mundo, puede producirse si no nos hacemos conscientes, conscientes y exigentes, de esa especie de armonización de contrarios que consiste en unir definiendo los límites, en sintetizar respetando antes la fuerza definidora del análisis.

Por una curiosa paradoja, la unificación de Europa puede originar un particularismo esterilizante y, en definitiva, amorfo. Más, por otra parte, esa unificación es necesaria, urgente e inapelable. Son demasiadas las calamidades de todo orden, y las miserias también de todo orden, que esa hipotética sedimentación, que esa temible solidificación, traería consigo. ¿Cómo, pues, dar forma fecunda a Europa? ¿Cómo dotarla de fisonomía genérica sin paralizarla? He aquí el problema, el difícil, dificilísimo problema. Es menester conseguir que Europa sea un organismo viviente, armónicamente articulado, capaz .

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Domingo García-Sabell es miembro del Colegio Libre de Eméritos y delegado del Gobierno en Galicia.

Europa, unidad contradictoria

Viene de la página anteriorde originales dinamicidades, capaz de recuperar el ilustre título de "patria de la invención". Pero para alcanzar tal meta es preciso huir de las rigideces. Esas rigideces que comienzan por ser de tipo conceptual y rematan por ser de tipo físico, con rechazos no superables, con ideologías trasnochadas, con operaciones anquilosantes y horizontes intelectuales agotados.

La ciencia natural, la ciencia más positiva, está llegando a sus propios límites. Síntoma premonitorio: Erwin Chargaff, que desde la altura de la Dirección del Instituto de Bioquímica de la Universidad de Columbia clama porque al margen de las ciencias aplicadas, esto es, industrializadas, "ya no hay otra física ni otra química'' ("Es gebe keine andere Physik, keine andere Chemie ") (Entiéndase esto, claro, desde el punto de vista exclusivamente epistemológico). Se impone, por ende, un cambio de estilo o, aún mejor, un cambio de paradigma. En ello anda la investigación más rigurosa y más exigente. Esto puede servir a los espíritus alertados de seria advertencia, pues se comienza por las fisuras del espíritu y se desemboca, velis nolis, en las desazones sociopolíticas.

Si Europa es, en sustancia, un espacio mental, no lo ahoguemos. Dejemos que por él circule libremente, el aire renovador que tanto necesitamos. Por tanto, ni dilución panteísta en la madre naturaleza, ni hipertrófica ansia por ampliar lo que no admite más dilatación.

En el fondo, todo en Europa es cuestión de herencia. La que hoy predomina viene dada por el esfuerzo especulador de Spinoza y Schelling. (Añadamos el actual de Carl Friedrich von Weizsácker). Por tanto, no nos faltan antecedentes. Y antecedentes ilustres. Lo que. ahora cumple es poner manos a la obra. La historia, si bien se mira, es en definitiva, un glorioso deporte. Europa tiene bien dispuesto su propio estadio. Y en él todos van a ser competidores. .O lo que es lo mismo: resucitadores de lo que se encuentra en riesgo de ser realidad difunta. Recordemos la broma ingeniosa de Cocteau: "La mort ne m'aura pas vivant".

Occidente no está muerto. Tampoco está embalsamado en una especie de oriental unio mystica que curiosamente cuanto más parece acercársenos más se nos aleja. Pero las tentaciones no faltan. Ahora más sugestivas que nunca. Más seductoras. Huyamos de sus supuestos encantos. Y como buenos europeos, dispongámonos a la acción. Las esperanzas no son excesivas. Pero eso aumenta el estímulo (otra buena constante europea). Y si no, atengámonos al dictado de Dante: "Sanza speme, vivemo in disío". Vivir ciertamente desesperanzados no suprime el deseo. Y eso es Europa: un deseo fieramente contradictorio, pero deseo al fin y al cabo.

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