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Duitama ya está de fiesta

La ciudad colombiana espera el Mundial como si fuera una romería

Carlos Arribas

El domingo no habrá perros sueltos por Duitama. El bando que lo prohíbe acabará por un día con una de las señas más características del paisaje de la pequeña ciudad boyacense por la que discurre el circuito mundialista y será un alivio para unos ciclistas que cuando vuelven de entrenarse hacen entre ellos recuento de cuántos chuchos muertos han visto en las cunetas y en mitad de la carretera. También entre ellos ha corrido la historia de aquel corredor colombiano, no se acuerdan de su nombre, al que disputando una carrera por este mismo circuito, le salió un perro al paso y te mordió en la pantorrilla. Pero, aunque no haya perros, el circuito es una exageranción se mire por dónde se mire. Aunque para los ojos de un europeo todo es exagerado en este Mundial que debería coronar a Miguel Induráin.Cuentan los colombianos que en la parte de descenso -una estrecha línea de asfalto inclinada hasta un 22%- a alguno de. sus corredores, a Libardo Niño, por ejemplo, el velocímetro de la bicicleta le llegó a marcar 110 kilómetros por hora. Si a esa velocidad se les cruzara un perro, la caída fatal sería inevitable. El tramo de bajada son más de cinco kilómetros de los 17,7 del circuito al que deberán dar 15 vueltas. Todas a una altura que va desde los 2.500 metros -punto más bajo- hasta los 2.850.

Coronando la subida un tramo casi recto de otros cinco kilómetros- el dueño de un bar ha construido casi encima de la carretera un pequeño tablado al que pomposamente ha bautizado Tribuna del Mundial. No es el elemento más destartalado de los construidos por la imaginación popular. Flanqueando toda la subida -prácticamente una única rampa sin fin con una media del 12%- los duitameses han levantado lo que podría ser el espacio para una romeria.

El Mundial será una fiesta popular. Ya lo fue el domingo pasadó. Siete días antes de la carrera ya era prácticamente imposible transitar por allí. Decenas de tenderetes, chamizos y carpas, adornados con banderas y carteles publicitarios de cervezas estaban abarrotados de duitamenses que, en peregrinación y fiesta, subieron a pasar la tarde.

"¿Dónde se meterá toda la gente durante la carrera?", preguntaba preocupado Miguel Induráin. ¿Cuánto espacio podrán dejar al paso de los corredores? La carretera -hasta hace poco un camino sin asfaltar -es estrecha, no más de cinco metros. No hay sitio para las vallas. Tampoco parece haber mucho espacio para el público en unas cunetas reducidas. Y gente habrá. Seguro. Todos lo barrios de Duitama -unos 50.000 habitantes- se han organizado. Cada uno apadrina a un país. Y es chocante circular por un paisaje de banderas cuyos colores nunca se saben si son fruto de la imaginación o sacados de esas páginas de los atlas en los que vienen todas las banderas del mundo. Y cruzando la calle, pancartas: "El barrio de Malibú da la bienvenida a la Selección de Estonia", por ejemplo. Llevan días montando recepciones a los países. Arman un escenario en un camión, lo cubren con banderas y globos, sueltan a un conjunto amenizador y se sientan a esperar a los ciclistas.

Los de Duitama disfrutarán del Mundial durante años. La región de Boyacá, la cuna del ciclismo colombiano se siente marginada. "Podrían haber elegido un circuito por una zona más pintoresca", dice un técnico colombiano. "Pero por donde lo han hecho los de Duitama han logrado una circunvalación me dio digna".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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