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Tribuna
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El radar de Julen

El fútbol recibió el sábado una buena noticia: Julen Guerrero ha vuelto a perpetrar en San Mamés dos de esos goles suyos. Goles robados al guionista.De nuevo estamos en presencia de un jugador espectral que, como los fantasmas burlones, tiene dos cualidades a la vez opuestas y complementarias: la de desaparecer y la de reaparecer. Maneja como nadie el arte de la evaporación, y en las sacrificadas misiones de fabricación del juego simula ser un oscuro auxiliar que apenas se ocupa en tareas de mantenimiento. Devuelve los balones con la indeferencia de un repartidor de paquetería: embala, ata, sella y envía con una apagada expresión de burócrata. De esta manera comienza a pasar inadvertido, y sin que nadie se dé cuenta va ocultándose entre los tréboles, entre los banderines o en las líneas de cal. Durante largos minutos de ataques y contraataques, nadie sabe dónde se ha metido: le busca Larrazabal y no le encuentra; le llama Garitano y no responde, le invoca Ziganda, y el area resuena como una cripta.

Entre las grandes habilidades de Julen la de primer orden es la de su capacidad de disimulo. Antes que él, Hugo Sánchez había dado lecciones de sagacidad que algunos confundieron con el, oportunismo. Gente como Quini también había demostrado el mérito de mantenerse al margen. Como entonces, esos falsos ejercicios de indiferencia suelen ser ahora mal interpretados por los críticos, ¿cómo aceptar que entre todos los embarrados chicos de Lezama sólo uno lleve el uniforme completamente limpio? ¿Por qué no da un solo relevo? ¿Es que a él se le caen los anillos cuando hay que hacer horas extra? Esa singular virtud que consiste en leer el juego como si fuera un libro, y disfrutarlo íntimamente sin expresar satisfacción alguna por él, aún no ha sido totalmente aceptada por los entrenadores ni homologada por los cazadores de talentos. Sin embargo, no estamos ante una habilidad moderna: durante los diez últimos años de su carrera, Ferenc Puskas demostró cuánto vale estar ausente, si se consigue volver en el momento exacto y por el lugar preciso.

Durante los minutos de conflicto, mientras todos se afanan en probar quién es el más fuerte, Julen frecuenta los arrabales de la cancha. En ocasiones se deja ver en un sensato cambio de juego, pero rápidamente vuelve a ocultarse en cualquier esquina.

Luego, en mitad de la confusión, cuando el balón zumba como un trozo de metralla, llega él con el calibrador, mide vanos y distancias, y en un solo gesto, tac, mete la pelota en la jaula sin pestañear.

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