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FUTBOL: QUINTA JORNADA DE LIGA

La vida sigue igual

El Barça sale beneficiado del empate en el Bernabéu tras un partido nervioso y descontrolado

Santiago Segurola

La vida sigue igual después del paso del Barça por Chamartín. El Madrid sigue metido en problemas, prisionero de los resultados y del juego, que esta vez no fue ni malo ni bueno. El empate favorece los intereses del Barça en todos los sentidos. Salió ileso de un partido nervioso, con tendencia al desgobierno, y dejó al madridismo metido en graves preocupaciones.El encuentro fue desmedido, un duelo abundante de ocasiones, desajustes y conflictos. El juego fue otra cosa: casi todo lo que ocurrió fue precisamente producto de la tendencia caótica del partido, que tuvo la animación que desean los aficionados y el desbarajuste que odian los entrenadores. El vistoso ropaje de la noche -el desembarco casi continuo en las áreas, el preanuncio constante del gol y un ritmo galopante- ocultó la ausencia de jefatura sobre el fútbol. En la cuenta de puntos, el Barcelona tuvo un poco más de peso. Es decir, el partido se acercó más a lo quería su entrenador, Johan Cruyff, que a lo que pedía Jorge Valdano, al menos hasta la expulsión de Sergi.

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La pérdida de imagen

El Barça sacó un equipo de choque, armado sobre la vieja idea de Cruyff del uno contra uno en todo el campo, a la manera del Ajax. Cada jugador del Barça tenía asignado un adversario -Carreras con Redondo, Nadal con Laudrup, Ferrer con Raúl...- y sólo debía responder de su expediente. Las marcas eran severas y se extendían por cada metro del campo, que quedó sembrado de minas azulgrana. Para el Madrid resultó una ecuación dificilísima. Unos la resolvieron y otros no. Laudrup hizo la lectura correcta de la situación: le llevó de paseo a Nadal y le dejó tirado en la cuneta en casi todas las jugadas. Redondo, no. Delante de Milla se sintió extraño, apresado por la marca de Carreras, un futbolista sin clase para el Barça, pero obediente como un robot. Le puso grilletes a Redondo y no le soltó hasta la segunda parte, cuando las exigencias del guión le obligaron a situarse como lateral izquierdo. Pero su trabajo estaba hecho: Redondo se había salido del partido.

El plan perpetrado por Cruyff dejo el partido para los individuos y no para los grupos. Había una decena de guerras particulares, de libre interpretación por cada uno de los afectados. El Madrid pasó graves dificultades para estabilizarse. Sólo lo consiguió en algunos momentos de la segunda parte, cuando el Barça parecía dispuesto a aceptar tablas. Ni tan siquiera el gol de Raúl le procuró la comodidad que necesitaba. Continuó metido en un encuentro sin freno, con problemas de orientación en el juego, expuesto a las soluciones que encontraban Laudrup y Raúl frente a sus cancerberos (Nadal y Ferrer). Probablemente por esa razón llegó el tanto madridista. Se encendió la bombilla, conectaron los dos y procuraron una hermosura de gol, lleno de astucia y habilidad.

El daño de Figo

El gol no produjo la quiebra del partido, que mantuvo sus líneas básicas. Era un fútbol de viento racheado, incontrolable, que favorecía al Barcelona. La confusión fue aprovechada especialmente por Figo, un futbolista muy respetable, desequilibrante, sobre todo frente al Madrid. Fue temible con el Sporting de Lisboa y ahora repite con el Barça. Durante la primera parte causó daños muy graves en el sistema defensivo madridista, especialmente cuando abandonó la banda derecha y se dedicó a buscar las zonas blandas madridistas. Figo llegó a ser incontrolable en varias fases, aprovechadas por el Barça para ponerse al borde del gol. Cada pelota cruzada en el área de Buyo era un tiro al corazón. Con ese trazo se produjo el gol de Roger: la apertura a la izquierda, hacia Sergi, que cambia la pelota al otro lado del área, donde aparece Roger para cabecear con limpieza y precisión. El balón entró por la escuadra, un telón de silencio cayó en Chamartín y el partido volvió donde había comenzado.El partido se hizo más académico tras la expulsión de Sergi. El reparto de papeles obligó al Madrid a tomar la iniciativa y al Barcelona a cambiar la tuerca. Se retiró a su campo para defenderse hasta el final del encuentro. Desde un punto de vista político, el resultado era más beneficioso que un empate: mantenía la distancia sobre el Madrid, apuraba más aún a su adversario y le mantenía en el pantanoso terreno de la crisis. La respuesta del Madrid fue voluntarista. Entraron Michel y Esnáider entre las aclamaciones del personal, pero su participación no fue decisiva. El mayor argumento madridista fue Raúl, que no acusó la fatiga que apagó a Laudrup en el último tercio del encuentro. Con una personalidad enorme, Raúl pidió siempre la pelota y se jugó cada jugada con una decisión admirable. El resto del equipo volvió a sufrir de ansiedad y de recursos. Cuando el partido entró en la última recta, Raúl fue el único problema verdaderamente grave que encontró el Barça para mantener un resultado que le conviene y que deja al Madrid en la misma posición inestable que le aqueja desde el comienzo del campeonato.

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