La moda del archisílabo
Como se conoce que hablar en prosa era ya muy fácil, ahora nos deleitamos con la prosa archisílaba; a ser posible, requetesilábica. ¿Ande o no ande, caballo grande?; pues, valga o no valga, palabra larga. La consigna es llenarse literalmente la boca. Ante el temor a empequeñecer, nos encampanamos en nuestros vocablos y acabamos la mar de satisfechos en la grandilocuencia. Si al desgraciado circo del chiste le crecían los enanos, en , nuestro circo verbal nos crecen a ojos vistas las palabras. Por alguna regla que al psicólogo del lenguaje le tocaría desvelar, el blablablá ya no lo parece tanto cuando se torna un blablablabla. El caso es disfrazar el vacío. De esto siempre han sabido bastante algunos miembros de la universidad y muchos zotes de la orden de fray Gerundio. Hoy, con la ayuda de los comunicadores y su parentela triunfante, la peste se ha adueñado de todos. Un hablante que se precie ha de discurrir, por lo menos, en pentasílabos. Tiene que medir sus palabras, sí, pero no para elegir la más justa, sino la más rimbombante.No es preciso rastrear tan sólo en ciertas jergas abstrusas del día (verbigracia, la pedagógica) para probar este fenómeno. En nuestro común empeño por prolongar las palabras, nada importa incluso revolver su significado. Así que escogeremos siempre ejercitar en lugar de 'ejercer', complementar por 'completar', cumplimentar por 'cumplir', señalizar por 'señalar', climatología, por 'clima' o 'tiempo', metodología por 'método', y problemática por 'problema'. En la reciente consagración universal del comentar, aun a costa de variar su sentido' ' no es lo de menos que posea una sílaba de ventaja sobre los modestos 'contar', 'decir' o 'hablar'. ¿Acaso hay alguna otra razón de más peso para preferir la ética a la 'moral' o para que tantos caigan todavía en el preveer?
Es cosa que maravilla cómo, entre gente que enferma al menor esfuerzo conceptual y desconfía por pedante de quien lo intenta; que exige ir a lo concreto y dejarse de abstracciones; que no aguanta la lectura de cuatro folios de tímido pensamiento y acusa a su autor de humillarle con su elevado lenguaje...; entre esa gente, digo, florece la abstracción ampulosa como lo más natural del mundo. Aquí hasta el más lerdo habla como un torpe metafísico en ejercicio. El existir viene a reemplazar en todas partes al 'haber', igual que la existencia suple a la 'presencia' y la inexistencia a la 'carencia' o 'ausencia'. No se diga, pues, 'intención', sino más bien intencionalidad; ni 'fin', sino finalidad; ni 'potencia' o 'capacidad', sino potencialidad; ni 'necesidad', sino necesariedad; ni -quizá- 'competividad', sino competitividad; ni 'crédito', sino credibilidad; ni 'voluntad', sino voluntariedad, ni 'gobierno' o 'gobernación', sino gobernabilidad. La más simple 'obligación' se ha convertido en obligatoriedad, el 'todo' o 'el total' en totalidad (lo mismo que 'conjunto' ha venido a parar en globalidad y hasta en globalización), la 'razón' deja paso a la racionalidad, el modesto 'rigor' se trueca en rigurosidad y la 'eficacia' en efectividad. Pero es que toda 'disfunción' es disfuncionalidad, así como la 'emoción' emotividad, y ya no hay 'peligro' sino peligrosidad. Donde estén las motivaciones que se quiten los 'motivos', no va usted a comparar, y. qué es un 'límite' al lado de una limitación y un escueto 'valor' si se lo mide con la más sonora valoración, por no mentar la valorización...
Tal vez crean unos de buena fe que las palabras, como sus rostros, se encogen y arrugan, y les conviene un estiramiento. Para otros, ésta es la fórmula segura de alzarse sobre el hablante medio y obtener un secreto prestigio. Y así, lo que comenzó como necio afán de notoriedad por parte de algunos se expande hasta el infinito gracias al mimetismo de todos los demás. De suerte que ya casi nada se 'funda', porque todo se fundamenta (y no en 'fundamento' alguno, sino en fundamentaciones); ni nada se 'distingue', sino que se diferencia (y la 'diferencia' deja su sitio a la diferenciación, lo 'diferente' o lo 'distinto' a lo diferenciado); ni nada se 'usa', pues más bien se utiliza (y hace tiempo que la utilización ha dejado al 'uso' en desuso). Puestos a 'influir', habrá que influenciar, igual que, metidos a 'conectar', lo propio es conexionar y, si se trata simplemente de 'formar', más vale, por Dios, conformar o configurar. Los más memos han logrado introducir la incidencia donde vendría a cuento el 'efecto' o 'impacto', lo incierto por lo 'falso', la potenciación por el 'impulso' o el seguimiento por el 'control'.
Claro que, en esta gozosa tarea de descoyuntar el lenguaje ordinario, a menudo mediante la agresión, cada gremio aporta además su particular cagadica. El presunto experto dispone de bula para retorcer el idioma a su antojo, ante la sumisión reverente del resto de legos. El intelectual se recrea en el vehicular frente al 'llevar' o 'transportar', en el articular frente al 'componer' o 'enlazar', y lo suyo es problematizar lo que bastaría con 'cuestionar'. No hay político que no dedique su día a posicionarse y emitir su posicionamiento, en lugar de 'pronunciarse', 'situarse' o adoptar una 'postura' o 'decisión', ni del que no se espere que sea ejemplarizante mejor que 'ejemplar'. Algunos se quejan de resultar criminalizados, que no 'incriminados', y otros se disponen a institucionalizar lo que haga falta, sin 'instituir' nada. ¿Habrá que referirse aún a la ominipresente negociación, que nunca es un 'trato' ni un 'diálogo'? Y el, ejecutivo..., ah, el ejecutivo de vario- pelaje, que ahora nos ofrece su servicio personalizado (o sea, más que 'personal'), ése es hoy un alto militar que ya no proyecta 'planes', sino que diseña estrategias. De su boca no faltará el involucrar, porque ha olvidado desde el 'abarcar' o 'incluir' hasta el 'implicar' o 'envolver', ni el sobredimensionamiento o la desestructuración de su empresa, para decir yo qué sé...
Seguramente es que vivimos tiempos en que se habla demasiado. Aquella palabra pública, antes reservada a unos pocos y sólo para ocasiones solemnes, rueda hoy incontenible en el espacio, de la publicidad política y de la comercial (esa que todo lo publicita y aun lo serializa). Quienes no han aprendido a valorarla, enseguida la encuentran trivial "y están prestos a cambiarla por la primera que se les ofrezca. La feroz competencia para captar el favor del cliente, aturdido por el guirigay, apremia por igual a políticos y mercaderes a renovar cada campaña su mercancia verbal y a dotarla del máximo poder de seducción. Y ese poder en nuestros días no se alcanza por la precisión, la eufonía o la verdad de las voces en juego, sino pura y simplemente por su largura.
Sería fácil demostrar que esa largura al reducimos en ideas, nos vuelve más cortos. Entretanto, escúchese al comentarista y se sabrá que el encuentro de fútbol finaliza, pero, que no 'termina' ni 'acaba', por lo mismo que no tiene 'final' o 'término', sino finalización; y que los goles ni se 'meten' ni se 'plasman', sino que se materializan. Para el presentador del telediario bombas y bombonas siempre explosionan y nunca 'explotan', los bancos se fusionan y jamás se 'fuden', algunos terroristas quedan reinsertados en lugar de 'reinsertos'. Portavoces y comunicados de toda laya proponen actuaciones y no 'acciones', exigen normativas a falta de 'normas' e invocan una regla mentación, que siempre es mejor q . ue un 'reglamento'. Y a ver quién es el tonto que pertenece hoy a un 'grupo' pudiendo formar parte de un colectivo, 'promueve' si está en su mano promocionar o encuentra 'sentido' a las cosas si les descubre su significación. Ya se ve que este mismo proceso de envaramiento del idioma, más que un hecho 'gene ral', es un hecho generalizado. ¿Que una lengua, al fin producto histórico y cosa viva tiene que evolucionar? Pues claro, hombre, pero no está mandado transformarla sólo a golpes de pedantería, ignorancia, pereza o memez de sus usuarios. También está escrito que, quien tenga oídos para oír, que oiga.
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