Las malas maneras
El rechazo de los formalismos suele ser signo de zafiedad. Esta afirmación genérica engloba muchas y muy diversas posibles situaciones, que van desde cuestiones de trascendencia sustancial a otras de enojoso protocolo.La observancia de ciertas formas tiene que ver, generalmente, con la sustancia de la conducta que se envuelve en aquéllas. Una forma respetuosa de saludo es la cobertura de un respeto; lo que las cosas son se manifiestan a través de formas y ritos, de modo que cuando éstos faltan se suele entender que falta también la sustancia; y así, un exceso de campechanía, en ciertos casos, no se toma por naturalidad y simpatía sino por falta de respeto, que puede incluso resultar insultante o muestra de menosprecio, y cuando en una mesa dotada de cubertería adecuada un sujeto se empeña en sorber la sopa del plato, no suele tomarse como signo de simpática rusticidad, sino de deplorable zafiedad.
Es muy frecuente, en otro orden muy diferente, que personas que se tienen por muy devotas de la sustancia de los derechos tiendan a despreciar, y desprecien, las formas jurídicas; ese desprecio de las formas suele traducirse en violación del fondo; gente poco sutil o rudimentaria que no se dan cuenta de `que las formas existen para proteger el fondo, que son inseparables de éste, su necesaria protección y garantía, el medio de que el derecho se encamina a su cabal cumplimiento.
En todo este escándalo, en medio del cual vivimos, sobre conversaciones, negociaciones o tratos, que vaya usted a precisar, entre personas del Gobierno y representantes de presuntos delincuentes, han fallado, cualquiera que sea el resultado final de los acontecimientos, las formas; y es que la gestión de la cosa pública debe hacerse con las formas que señalan, en primer término, las leyes, y, cuando éstas no lo han previsto, de la manera que dicta la prudencia, la habilidad, la discreción, y, en definitiva, el decoro de la cosa pública, que no sé si es superior, pero al menos es igual que el que merece la cosa privada. A nadie debería escandalizar que el poder negocie con presuntos delincuentes; en algunos países, Estados Unidos por ejemplo, es legal la negociación del fiscal con el presunto infractor, y en toda negociación algo se da y algo se recibe. Será razonable que negocie el poder con quien pueda poner en peligro la seguridad de la patria. Pero éstas son cuestiones discretas por naturaleza, por lo que deben negociarse discretamente, como condición esencial y primaria, y por las personas apropiadas, que quizá no son las dotadas de los signos externos del poder, y en lugar adecuado; las buenas maneras, tan necesarias siempre.
Porque, si no se emplean buenas maneras, la gente tiende a pensar que esta ausencia es reveladora de malos hechos, y de posibles implicaciones personales que no pueden contemplarse dentro de eso que se llama "la seguridad del Estado", y que es tan generoso en la amplitud de lo que abarca. Pero es que, si existen esos riesgos personales, las buenas maneras, la discreción, serían aún más necesarias, como se comprende.
Mucha gente llama ahora a estas actitudes falta de profesionalidad; a mí me parece falta de saber hacer, de utilización de los modos adecuados, de los que exige la delicadeza del asunto, la debilidad de quienes, a fin de cuentas, se dejaron sustraer la información peligrosa, sea para el Estado, para ciertas personas, o para ambos. Va a ser muy difícil que la gente se convenza de que en esas formas no hay más que bendita simplicidad. En ciertos supuestos, la simplicidad, aún existiendo, no es de recibo; una cosa es ser bueno, y otra simple; el que opte por esta última actitud vital, hará bien en retirarse al yermo, o a su casa, pero no está en buen lugar en una responsabilidad de gobierno; da mala imagen, qué quieren ustedes; da siempre imagen de mal gobierno, son mal gobierno: las malas maneras de hacer. Y eso perjudica a los intervinientes en los hechos; y a todos los demás, que, ya que tenemos que ser gobernados por alguien, queremos ser bien gobernados.
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