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VUELTA 95

La rehabilitación de Zülle

Jalabert continúa en la primera etapa pirenaica con su tarea de sumar segundos

Carlos Arribas

La vuelta corre capicúa. Por delante y por detrás es como si todos los corredores viajaran en el autobús, el célebre grupo que se forma más por suma de debilidades que de fortalezas. Dejando de lado a Jalabert, que, en todo caso, es el chófer aventajado de convoy, los mismos, más o menos, 15 corredores que se han puesto como meta llegar por delante en las etapas duras protagonizan el grupo delantero. Unos 30 cuyo objetivo es no llegar fuera de control hacen lo mismo en el trasero. Entre medias, los que buscan y no encuentran su espacio vital; los habituales de arriba que tienen un mal día o los de abajo que se sienten animados. Poco más. Bueno, sí, cotidianamente hay cosas curiosas. Ayer, primer día pirenaico, fue Zülle.Zülle, dicen en su equipo, necesitaba rearmarse moralmente. El líder primigenio del ONCE estaba al borde de la desolación, a las caídas sumaba despistes y a éstos, catarros. Su presencia y su trabajo, consideran sus mentores, son fundamentales para que a Jalabert no se le escape la Vuelta. Así que ayer el ONCE se organizó una fiesta benéfica en provecho propio. Pueden hacerlo no sólo porque son los más fuertes, sino porque, su mandamiento de fe colectiva lo exige. Planificando como siempre, Zülle lanzó el ataque que no intentó en Ávila, cuando también el guión se lo exigía, entonces para ganar la Vuelta.

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Lo de ayer fue al modo de La Plagne en el Tour. Entonces fue una fuga consentida por Induráin; ahora, casi obligada por las circunstancias. En un grupo en el que el segundo de la general no se atreve a atacar por miedo a perder la plaza, en el que el ritmo lo marca quien Zülle quiere, en el que tampoco atacan los, esperados Virenque y Pantani -éste lo hizo, pero para quedarse espatarrado y ceder 13 minutos-, Zülle actuó como los desheredados de las fugas lejanas, pero con mucha más calidad. Hasta los tres con quien coincidió en el corte -Sánchez, Irusta y Benítez- le ayudaron en su tarea rehabilitadora, tirando del carro y dejando al suizo de palafrenero. Cuando el pelotón estaba ya a cuatro minutos, los tres se dieron cuenta del error, pero sólo pudieron contemplar el resultado y no enmendarlo. Zülle los dejó tranquilamente y solo se fue.

Ganó con claridad, permitiendo que Jalabert terminara con su festín acostumbrado en la cima de Pla de Beret. Unos segundos y una bonificación en los últimos metros. Cuestión de que nadie olvide quién manda.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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