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Tribuna
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Movimientos

Rosa Montero

Los veo removerse, temblar de ancas, correr a toda prisa, telefonear a unos y a otros, pisar salas de juntas, mostrarse tan amables, sonreír todo el rato. Hasta ayer mismo fueron los más felipistas, fueron socialistas acendrados de corazón fogoso, creyentes sin mácula en la santa palabra del Gobierno: ya saben, ese tipo de gentes que redondeaban los ojos con escándalo y casi lloraban al hablar de la malvada conspiración contra los buenos. Eran casos tan perdidos de fe ultrajada e inocencia idiota que, al final, una ya no les discutía nada: porque mentarles los GAL, por poner un ejemplo, era como decirle a un niño que los Reyes Magos son los padres, y casi te daba pena pegarles un disgusto tan tremendo. Así es que terminabas por no hablar de política con ellos.Los veo rebullir, apretar manos, hacerse amigos nuevos. Esos ciudadanos candorosos que hasta ayer mismo no soportaban oír decir que es saludable para el país que el PSOE deje el Gobierno, esos timoratos izquierdistas que se espantaban del ascenso de la derecha y veían en Aznar poco menos que a Hitler, esos ciudadanos crédulos y angélicos, en fin, andan hoy corriendo los primeros a buscarse un lugar con los nuevos mandamases del PP. Y así, a las autonomías y los ayuntamientos populares comienzan a llegar, muy diligentes, los antiguos leales a la causa. Y entran en tratos políticos que una, que nunca fue leal al PSOE, no entraría; y se amigotan con personajes de los que abominaban y con los que una, que nunca abominó de ellos, no se amigaría. Ahí están, construyéndose un futuro de intereses: la permanencia en el cargo funcionarial, o la inclusión en una lista electoral, o unos contratos suculentos. O sea, seguir en la influencia y el poder: y volver a hacer alarde de inocencia. Ya sé que todo esto es bastante habitual, pero aun así da asquito.

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