No hubo remedio
Hace unos días y después de años de indecisión (no por falta de convencimiento en mis ideas, sino por lo violento de la situación en cuanto al entorno familiar y social) me decido a ir a hacer testamento. Para que no me sometan a ritos ni ceremonias religiosas y para que me incineren. Y ya de paso -aunque, legalmente, no hacía falta-, añadí que mis bienes fuesen a parar, en caso de muerte, a quien debían ir a parar.Al día siguiente, al ir a firmarlo y recogerlo, me informa el notario de que, en cuanto a la asistencia religiosa y la incineración, el testamento no puede hacer fuerza legal ninguna. Son los familiares los que deciden sobre esto. La apertura del testamento es un proceso legal lento (que supera ampliamente las 24 horas que suelen transcurrir entre el fallecimiento y la inhumación) y, por tanto, actúa exclusivamente sobre los bienes materiales.
Salgo de la notaría irritado y desmoralizado, casi diría que humillado, después de comprobar que no hay forma de librarse de la superchería de la religión y la fuerza de las costumbres (ni siquiera el sofisticado sistema de informatización que permite almacenar una cantidad ingente de datos y disponer de ellos en cuestión de segundos consultando desde cualquier otro punto de la geografía española), después de comprobar -decía- que no hay forma de ser uno mismo dueño de su cuerpo, sus ideas y sentimientos y su destino.
Camino del coche me encuentro a una vendedora de cupones y, como queriendo hacerle un corte de manga a todo lo establecido, le pido, el número 13. Pero no le queda; aunque sí el 12.
Creo que fue Goya, en una de sus pinturas negras, el que dijo: "No hubo remedio".-
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