El Madrid tiene cara de aspirante
El equipo de Valdano jugó mejor que el campeón de Europa, pero tuvo problemas en los metros finales
SANTIAGO SEGUROLA, Un gol de Overmars volvió a sacar el viejo contencioso entre el juego y sus consecuencias. El Ajax, que llegó al partido con fama de intratable, sólo encontró ese remate de su extremo para explicarse la victoria. El Madrid salió con honor del partido, con el gesto satisfecho de los equipos que son fieles a su estilo y a su juego en un momento trascendente: cuando se ventila el prestigio en la máxima competición del fútbol. No hizo un partido sobresaliente, pero consiguió que en el campo sólo hubiera un equipo reconocible: el Madrid.
El debate del partido fue sobre la pelota, como pronosticó Valdano, pero el gol de Overmars dio al AJax un crédito que no mereció. El equipo holandés, siempre tan altivo y seguro con el balón, se encontró fuera de su hábitat, en busca del objeto que define su juego. Un equipo de la misma escuela, aunque de otra cultura, le cambié el libreto y obligó al Ajax a jugar contra su querencia natural. Y entonces pareció un equipo meritorio, sacrificado, pero nunca deslumbrante. Naturalmente la clase y la habilidad estaba en Overmars o en Kanu, pero el peligro sólo irrumpía en fogonazos que se hicieron cada vez más infrecuentes durante el partido. Pero el Ajax tenía un gol en la hucha.
El Madrid, que ha sufrido de melancolía en sus últimas apariciones en la Copa de Europa, tuvo carácter para auparse frente a un rival sobresaliente, un equipo que marca la frontera de la modernidad en Europa. Concedió el gol, pero el Madrid no bajó el telón, ni entró en un estado depresivo. Le faltaron cosas, como poderío en los metros finales y decisión en algunos jugadores -Amavisca hizo mutis en la primera parte y Raúl tardó en descararse-, pero el Madrid ganó, tuvo criterio y puso en evidencia algunas lacras en el fútbol del Ajax.
Las bases del partido quedaron expuestas antes del gol, que dentro del escenario del juego tuvo un carácter accidental. La cuestión de honor era la pelota, la piedra angular que define el juego, por encima de cualquier otra cosa, y más aún para estos dos equipos que se sienten casi indefensos sin el amparo del balón. Desde esta perspectiva, el encuentro siguió un curso casi lineal, quizá demasiado lineal para los intereses del Madrid, que tendió a desvanecerse al borde del área. Pero la estampa del Madrid fue muy notable: sentó al Ajax en la silla del dentista, tuvo identidad y jugó con el orgullo de un equipo que quiere ser aspirante.
Mientras tanto, el Ajax sacó el máximo interés posible al golito de su hucha. Lo depositó allí en un balón que rebañó Davids a Luis Enrique en el medio campo del Ajax. El pase salió dirigido a Overmars, situado en tierra de nadie. Literalmente. Había un mar de hierba delante y detrás suyo. Overmars salió con su trote corto en busca Chendo, para tirarle el regate, se supone. Esa fue la historia del partido del Bernabéu, y Chendo lo sabía. Así que esperó y se produjo un instante de indefinición entre el delantero que iba y el defensa que no venía. En cualquier caso, la ventaja era de Overmars que conducía la pelota y tenía dos metros libres, suficientes para enganchar un remate envenenado que entró seco y preciso junto al palo derecho de Buyo.
Gritó la hinchada local, celebraron felices el gol y luego callaron hasta el final, preocupados por la pérdida de vitalidad de su equipo. En medio del contencioso que se estableció sobre el dueño del juego, aparecieron los futbolistas que tuvieron la autoridad sobre el partido. Hubo uno que se elevó varios cuerpos por encima de los demás: Sanchis. Allí estaba el jugador integral, magnífico defensor, con el punto de arrogancia de los centrales memorables y con los recursos de los grandes con la pelota. Ganó en todas las disputas, salió decicido con el balón y dijo a amigos y rivales que era el mejor, el cacique.
También hubo espacio para los héroes anónimos, para gente como Luis Enrique, que se encaró con el partido como un enloquecido. Le faltó claridad, pero fue a la guerra como un bravo, en una gran noche europea, una de esas que encogen a los pusilánimes. El único problema del Madrid fue su dificultad para encajar las piezas. Donde comenzaba a sobresalir uno, declinaba otro, sobre todo por la fatiga. Cuando Raúl salió del escondite y pudo mostrar su ingenio, Redondo empezó a sufrir el enorme desgaste de la primera parte, cuando llevó al Madrid con mano firme hacia campo contrario.
U quedó al Madrid la asignatura del área. Resignado el Ajax a un papel que le disgustaba, el Madrid fue un equipo sólido en la defensa y con criterio en el centro del campo, pero con poco gas al borde del área, donde la amenaza se hacía espuma. La entrada en el partido de Rincón no solucionó los problemas del Madrid. Volvió a dar la impresión de estar en otra frecuencia de onda, a la espera de integrarse en una mecánica que todavía desconoce. La última bala del Madrid fue Michel, que dio sentido al juego en varios momentos y protagonizó la jugada que debió contestar al gol de Overmars. Su plátano anunciaba gol por todas partes, pero Zamorano no cabeceó con propiedad en su llegada al segundo palo. Fue un instante decisivo, porque el partido tendía hacia la usura en las porterías. Bastó un gol para decidir el resultado. El juego fue otra cosa: un equipo se pareció a sí mismo -el Madrid- y otro resultó desconocido: el Ajax.
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