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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Regreso a las series de estampita

Cecil B. De Mille y Alfred Hitchcock, maestros del lenguaje cinematográfico (las series de televisión no son cine, es cierto, pero en algo se parecen), ya nos advirtieron de la importancia de un buen comienzo, brillante y espectacular, para robar la atención del espectador. ¡Ay señor, señor II! estrenada el lunes en Antena 3 (21.35), comienza con las cagaleras de un sacerdote de las misiones latinoamericanas y las flatulencias de un aborigen amazónico y la inauguración oficial de unas letrinas públicas al son de "después de hacer caquitas, a lavarse las manitas" coreado por una pandilla de niños desdentados que miran a cámara sin pudor. Espectacular, lo que se dice espectacular, no es, pero resulta una descripción literal de los primeros cinco minutos de esta nueva serie. Sea como fuere, bastó para impresionar a casi 4,5 millones de espectadores (31,2% de media: el programa líder del lunes). A un tal padre Luis le han destinado a Venezuela, aunque no domina el guaraní ni otra lengua indígena. El cura, campechano y con pendiente, no es otro que el mismo que ya interpretará Andrés Pajares en la primera entrega, emitida por la misma cadena privada, más cercana a la telecomedia costumbrista que al folletín de estampita con el que amenaza la secuela.EscatologíaLa escatología inicial, acentuada por el montaje en vídeo tan querido por los interminables culebrones amazónicos, quedaba rematada con chistes políticos y, sobre todo, con dos muertes en una falla playera que incitaba a las risas por vergüenza ajena antes que a la lágrima. Los amantes de los efectos especiales pudieron disfrutar con las llamaradas de una maqueta en plano fijo. La tragedia da paso al regreso del sacerdote español a un Madrid donde, al parecer, se encuentra la familia de una pobre huerfanita que el padre Luis cobija bajo su sotana protectora. El cambio es notable, pero es cuestión de fe creer en un destino revoltoso.

Versión hispano-regresiva de la lacrimógena Marco (aquí no hay puertos italianos al pie de una montaña, y la búsqueda es la de unos parientes lejanos, no la de una madre cariñosa), ¡Ay señor, senor II! parece haber rebajado los costes de producción para exacerbar el tono humano almibarado del relato: el cura es más bueno, la niña es sencillamente repelente (así lo mandan los cánones del género de estampita) y, frente a la bondad intrínseca de la parejita, aparece el estricto rictus amargado del padre Ángel, el cura conservador que acabará dejando su corazón tendido al sol.

A este paso, sólo queda esperar que reinauguren los estudios del Paseo de la Habana.

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