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Casticismo

Alberto Ruiz-Gallardón, presidente autonómico madrileño, reunió hace unos días a su Consejo de Cultura y le comunicó el proyecto de promover un Madrid culturalmente más cosmopolita y menos castizo, ¡olé!De repente nos enteramos por boca de Ruiz-Gallardón y la conformidad de los miembros de su selecto Consejo, de que el casticismo es malo. Estas cosas se avisan. Uno siempre había creído que el casticismo, consecuencia del origen selecto de los individuos, es bueno y se revela en la pureza de sus manifestaciones: lenguaje propio, costumbres acendradas, inquietudes, un respetable estilo de vida que a nadie daña.

Nada indica que esa forma de pensar y sentir excluya la renovación de las ideas, la apertura a las nuevas corrientes de la ética, de la estética y del conocimiento, si es que verdaderamente merecen la pena. Precisamente porque su naturaleza excluye la vulgaridad, el castizo observa, analiza y rechaza lo irrelevante lo falso y lo negativo. Un castizo como Dios manda ni asume ni le impresionan las novedades que cada día pretenden imponerle, impulsadas por los intereses políticos o las multinacionales del libro, del disco y de la representación artística, para dirigir la opinión y hacer negocio.

Un castizo, si es madrileño, a lo mejor dirá ante estás manipulaciones que pretenden modificar o sustituir la cultura verdadera: "A otro can con ese hueso", o "Poquito pelo pero lleno liendres". Son formas coloquiales -bien se ve- de advertir que de los avisados no se burla nadie, y si ciertos madrileños de pura cepa las expresan a la manera castiza, de ninguna manera devalúan aquel espíritu crítico y aquella resistencia a comulgar con ruedas de molino, valores positivos y forman parte de su personalidad y formación.

Hubo entre ellos quienes alertaron de las dificultades que atraviesan -y las carencias que padecen diversas disciplinas. Cristóbal Toral, refiriéndose a la pintura -que es lo suyo-, planteó una situación seguramente aplicable también a los restantes sectores: el desequilibrio existente entre lo mucho que se dan a conocer los artistas foráneos y el poco mérito que se hace de los locales. Obviamente no debería preocuparse incluso sería bueno si aquéllos tienen superior calidad y sientan escuela; pero, al parecer, es el caso contrario, y cabe sospechar que podría deberse ala avasalladora influencia de los grupos de presión, unida a la arbitrariedad política, la corrupción económica y la irresponsabilidad social que ya existía entre quienes manejaban a su antojo desde el poder la llamada cultura, para empobrecer intelectualmente al pueblo, castizo y no castizo.

Cambiar las cosas, llamar la atención, sorprender, aprender, son pautas de la acción cultural anunciadas por Alberto Ruiz-Gallardón.. La declaración de intenciones es correcta, aunque falta por conocer su desarrollo.

De momento ya nos ha sorprendido a todos la descalificación del casticismo y seria conveniente que el presidente autonómico explicara qué entiende por Madrid casticista, pues cabe la posibilidad de que no estuviéramos utilizando la misma lengua castellana.

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Uno confiesa sus debilidades y se daría por satisfecho, en principio, si Madrid recuperara su tradición, teatral. Uno echa de menos a quellos tiempos en que había teatros donde hoy abren bancos y cafeterías. Aquellos tiempos en los que escribían los dramaturgos porque el teatro estaba vivo; y proliferaban los autores noveles, con independencia dé que. estrenaran los consagrados; y se traducían las mejores obras concebidas por esos mundos de Dios, y en las carteleras había dónde elegir, y se formaban numerosas compañías con autores verdaderos, y florecía el arte escénico sin necesidad de que lo financiara Rockefeller, porque la representación teatral no requería montajes disparatados, ni era preciso forzar el argumento para que tomara protagonismo la máquina o maravilloso; y el público disfrutaba con el verso, el mensaje, la interpretación y la acción, mientras los efectos especiales y los decorados -frecuentemente muy modestos- eran lo de menos.

Quizá todo esto, y más, se podría decir de las restantes disciplinas, todas con problemas, algunos intrincados. Mas no parece que resolverlos constituya un esfuerzo ciclópeo. Con interés, inteligencia, gusto y amor al arte se empieza bien.

Y de esto -¿sabe Alberto Ruiz-Gallardón?- los castizos fetén tienen mucho. Tienen para dar y para regalar.

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