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VUELTA 95

El pelotón practica el autobloqueo

Olano conserva el liderato tras el primer 'sprint' masivo, ganado por Minali

Carlos Arribas

Antes se llamaba correr a la italiana, pero a nuevos tiempos, nueva terminología. A falta de otras necesidades y caprichos, al pelotón de la Vuelta le dio ayer por practicar el autobloqueo, curiosa suerte que consiste, primordialmente, en dejarse llevar sin orden y que da como resultado lentitud inicial y aparente caos final. Pero siempre triunfa el orden y gana un italiano al sprint, como fue el caso de ayer con el triunfo del sprinter de bolsillo -o sea, bajito- Nicola Minali (Gewiss). Su triunfo, y los 12 segundos de la bonificación correspondiente, no apearon del liderato a Abraham Olano (Mapei).Para que el autobloqueo funcione tienen que darse una serie de presupuestos básicos. El primero, que cunda el convencimiento de que se haga lo que se haga nada cambia: la opción de la impotencia. El segundo, que los llamados a dirigir al pelotón opten por la táctica atentista: nada de enseñar las uñas ni dar materia con qué pensar al enemigo. Eso hicieron el ONCE y el Mapei. Luego, si se puede, que el tiempo acompañe: el viento de cara en gran parte de la etapa fue el argumento ideal para muchos ciclistas a quienes puede que les venza el miedo al derroche voluntario en pleno mes de septiembre.

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Dos equipos y Olano

La carrera marchó a 27 kilómetros por hora -ritmo de etapa de Tourmalet- durante más de cuatro horas por terreno llano. Aquello no había quien lo acelerara, si es que alguien tenía interés en hacerlo. Ni siquiera los sprints bonificados -antiguamente acicate para los remolones- despertaban a los corredores. Olano y los suyos, tan tranquilos. Los potenciales enemigos, los ONCE y los Gewiss, también.

Llegó el momento de los símbolos. En el kilómetro 137 -que pase a la historia ese dato- se produjo el primer intento de escapada de toda la Vuelta. El autor, un español chapado a la antigua, Francisco Cerezo (CastelIblanch). Su ventaja, mínima, y su duración, aún más corta. Por lo menos fue el comienzo de la apertura de la veda.

Entre que el terreno se accidentó, que el viento se calmó un poco y que ya se olía a meta, la cuestión entró en su segunda fase, la del caos aparente. Hubo múltiples intentos de escapada, pero inconsecuentes. Los equipos de los sprinters no tuvieron ni oportunidad de lucir sus habilidades a lo locomotora. La carrera estaba autobloqueada. Pasara lo que pasara, habría sprint. Y un italiano debía ganar.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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