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La 'rentrée' del 'runrun'

Julián Marías recordaba este verano, en el transcurso dé una conferencia en Santander, la anécdota contada por Ortega en La rebelión de las masas, que debe ser uno de los escasísimos rasgos de humor del filósofo en toda su obra. El gitano se fue a confesar, pero el cura, precavido, comenzó por preguntarle si sabía los Mandamientos de la Ley de Dios. Y, entonces, el gitano respondió: "Misté padre; yo loh iba a aprendé, pero he oído un runrún de que loh iban a quitá".Todos los años, a primeros de septiembre, se produce la vuelta al curso político tras el paréntesis vacacional. En ese momento se enlaza con el inicio del verano, se suman las pocas novedades que haya podido aportar la reflexión junto a la playa y se señala un rumbo para los meses que vendrán. Conviene, por tanto, que aquél sea el adecuado para que no se malgaste el tiempo venidero.

La rentrée de este año es, sin duda, la del runrún orteguiano. No se sabe nada, muy concreto acerca de nuestro porvenir colectivo, pero, como en el caso del gitano, existe la sensación de inminencia respecto de un cambio en el Gobierno de la nación. La etapa socialista parece llegada a su final natural, que es también el de su presidente. Del runrún forma parte también el acceso del Partido Popular al poder, incluso por mayoría absoluta. Pero todo eso no son más que impresiones genéricas, salpicadas de incidentes ásperos, que vienen acompañadas de un general desconcierto de la mayoría de la población. El runrún añade un elemento de inevitabilidad, como si todas esas cosas hubieran de ocurrirles a los españoles sin que ellos debieran ejercer ningún protagonismo. Y, en fin, el runrún, como también en el caso del gitano, constituye la mejor garantía y el óptimo subterfugio para no hacer nada.

Se entiende la indignación del confesor con el argumento del gitano, pero debiera ser idéntica a la del ciudadano español del presente. No podemos tolerar el clima de runrún sino que debiéramos aprovechar al máximo unas circunstancias nada gratas para marcar un rumbo mejor. Ahora, en cambio, da la sensación de que sólo los partidos políticos tienen derecho al protagonismo que, además, ejercen de forma confusa.

Es evidente que hay que pasar la página y que eso sólo se hace con unas elecciones anticipadas. Ni las ha conseguido el PP con su insistencia ni el PSOE aceptando la inevitabilidad, sino que las han impuesto los escándalos. El problema a estas alturas es la determinación de la fecha precisa. Los partidos especulan con la ventaja relativa que puede proporcionar una distancia de más o menos meses, pero ésas son elucubraciones inciertas que presumen que el elector se decide por factores trascendentales. Además, ni siquiera los partidos son sinceros a la hora de pronunciarse: hay quien justifica una fecha para distinguirse de su coligado, quien recurre a los tribunales como si éstos obligaran a tomar una decisión que es política, quien no quiere reconocer que la oposición le produce más desagrado aun que el Góbierno, quien, para no recortar la dureza de su postura, no acepta el retraso de un segundo, y quien, en fin, todavía no ha acabado de darse cuenta de que hay a la vista unas elecciones que seguramente perderá. Ahora que los escándalos han encontrado su obvia vía judicial y las responsabilidades políticas resultan patentes sería bueno que sustituyéramos el clima del runrún por uno nuevo que replanteara la lucha política en términos de futuro. Sería posible, entonces, debatir programas alternativos con claridad y con sinceridad. Rebajaríamos, además, el clima de crispación de los últimos meses del que se puede comprender todo pero no justíficar su permanencia indefinida. Quizá, incluso, podríamos contribuir entre todos a señalar un rumbo colectivo mejor.

Nada sería mejor que concluyéramos las primeras semanas de septiembre con la determinación de la fecha electoral aceptada por el mayor número posible de fuerzas políticas. Tal como están las cosas creo que el mejor argumento -el único, en realidad- pará que la convocatoria no sea inmediata radica en la promoción, por parte del PSOE, de un nuevo candidato a la presidencia del Gobierno. De lo contrario pronto concluiremos en una tensión semejante a la que debieron experimentar el gitano y el confesor citados por Ortega cuando el primero esgrimió lo del runrún.

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