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Tribuna
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Fiesta

Agosto, España en fiestas. En un pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme se cabrean con el señor alcalde porque no les deja gozar la fiesta decapitando gallos vivos al paso del galope de mozos alegres y festivos. Y al alcalde no le da por la pedagogía, sino por quejarse de las leyes protectoras de los animales que no permiten hacer el animal a sus votantes.Agosto, España en fiestas. Un novillo se defiende del acoso de los festejantes y lanza una cornada que hiere a uno de los que le estaban tocando los cojones, y el novillo es molido a pedradas, descuartizado probablemente en vivo en presencia de todo un pueblo que vivía una emoción añadida a las sutilezas que deparan las fiestas. Otro novillo mató de una cornada a un treintañero que practicaba el depurado arte del encierro y a las pocas horas mozos festejantes y borrachos se cachondeaban de lo sucedido atribuyéndolo a lo mal que estaban puestas las barreras y lo borracha que va la gente a este tipo de olimpiadas de animalidad.

Pero ¿de qué asombrarse? En una misma semana hemos contemplado todas estas cosas y la descerebrada reunión de los responsables del fútbol español, y lo del GAL, y la reapertura del caso del ahogado Zabalza, y el intento etarra de hacer volar un cuartel lleno de niños y mujeres perfectamente desarmados. ¿Vale la pena hacer una reflexión ética o damos gracias al dios de las fiestas porque no nos hizo como los serbios, los bosnios y los croatas? A este país le salen las fiestas y los monstruos por todos los descosidos, pero ojalá sea un efecto milenarista y cuando pase el año 2000 estos engendros de la razón carezcan de espacio y tiempo, aun a riesgo de menguar las fiestas y no saber qué hacer con nuestros monstruos, tan tenaces, tanto, que no nos los merecemos.

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