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El lado salvaje

Manuel Rivas

Un vocero de Expoanimalia advierte sobre el gran peligro que corre el adiestrador al introducirse en el estanque con los tiburones. La gran pecera es como una pantalla virtual. El público de más edad se mantiene adecuadamente asombrado, mientras el valiente se cuelga de las aletas de los temibles escualos como si fueran delfines juguetones. Pero, pasado un minuto sin dentelladas, la mayoría de los niños dan la espalda al espectáculo. Uno de ellos pregunta: "Oye, pa. ¿Los tiburones son comestibles?".Veo a un chaval que escupe a una llama y otro que gruñe a una vieja tortuga. Por los altavoces convocan ahora a 10 voluntarios que se atrevan a acariciar a un rottweiler, ese tremendo perro de mandíbulas de acero. Una turba de 100 vástagos de Terminator, alimentados con yogures, siete cereales y glucorato de zinc, se abalanza hacia el lugar. Cuando la turba se retira, el fiero boyero alemán parece el pequeño de los 101 dálmatas.

Hay un contacto físico muy pedagógico. Se rompen las distancias. Dos angelotes, bajo la tierna mirada de sus papás, comprueban a tirones si son postizos los cuernos del cabrito. Pero lo mejor está por llegar. Se organiza una larga cola. Los chavales parecen excitados de verdad. Es el turno de los reptiles.

Una de mis pesadillas infantiles era la de la boa que primero me estrujaba y luego me devoraba como rosbif. Una niña maneja ahora esa pesadilla a la manera de un fular. Se ajusta la serpiente al cuello y sonríe al fotógrafo con coquetería de princesa cyberpunk.

Afuera, una familia de gatos vagabundos hurga en un contenedor de basura. La madre vigila en el asfalto caliente con la bizarría de una leona en la sabana. Los consumidores de fauna se apartan con asco y temor de ese lado salvaje. El honor de la naturaleza está a salvo.

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