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Bronceado tonto: Quizá el más común en este verano de 1995, que será recordado porque la guerra de Bosnia produjo casi tanta información y desde luego mucho menos entusiasmo que la visita de -la bienvenida Mrs. Melanie Griffith Marshall y su novio latino, en una edición más vegetariana de los veranos de Ava Gardner y un par de toreros de la época. También llamado bronceado siesta. Siesta eterna, inconmovible, de 365 días al año.Bronceado loro: Condición suficiente, pero no necesaria del anterior, es el de la señora que baja a la piscina antes de que la llenen en mayo y vuelve a subir cuando la cierran, el 15 de septiembre, sin haber puesto un solo punto y aparte a un parloteo con los mismos complejos, los mismos prejuicios, el mismo inacabable lugar común que sería reconocible desde el aire y que no hace falta describir.
Bronceado Rodríguez: Parece una reliquia del cine de los sesenta (y lo es), pero, como tantos otros monstruos prehistóricos, que, con optimismo creíamos extinguidos, aún existe. El otro día escuché a uno abordando a un par de chicas un poco talluditas que se sentaban en el borde de la piscina como en un escaparate. Ya no dicen que se llaman Rodríguez: sería demasiado. Éste, en particular, les preguntaba a las chicas si les gustaba el golf. Quedaron para cuando ellas pudieran salir antes del trabajo. Decir oficina sería como muy de medio pelo.
Bronceado discoteca: Es el que aparece por la piscina con cara de sueño a la hora del aperitivo, y que mantiene una cierta timidez, una distancia, como si algo hubiese sucedido entretanto con la chica a la que ayer a esta misma hora seducía con un catálogo de ademanes de un donjúan de playa.
Bronceado de amante: Muy difícil de ver en Madrid en su versión íntegra, es el que intenta quemar todo el cuerpo, en la insignificante superstición contemporánea de que el blanco es obsceno.
Bronceado de nata y fresa: Frecuente al comienzo del verano, es el de la persona codiciosa y con piel inglesa que se empeña en conseguir el bronceado siesta en un solo fin de semana: la nata de la piel invernal sigue (quemada en un tono un poco gamba), con unas cuantas llagas aquí y allá. Muy desagradable.
Bronceado gamba: Es el color súbito que adquieren las caras de los turistas en la Plaza Mayor y los madrileños en Puerto Banús cuando les dicen lo que deben por dos cañas y una tapa de aceitunas.
Bronceado prensa del corazón o pornografía rosa: Es el de esa señora loro o señor siesta que mientras se achicharran la espalda con el ácido sol madrileño y se dejan quemar los ojos por el reflejo que produce el satinado chillón de las revistas, se creen un poco más cerca que en invierno de ellos. Ellos, bronceado Jamaica, bronceado ciervo (muy parecidos), están morenos todo el año.
Bronceado Jamaica: Es quizá el más cotizado entre las especies evidentemente adictas. Es el de enero, el del yate, el de Gstaad. Lo que no se suele saber es que ellos lo detestan. Pero buenos profesionales y poco imaginativos para figurarse otro paraíso que el de los anuncios de Cinzano, se someten a la tiranía de la divinidad y a las esclavitudes de la envidia de las masas como modernos incas de Ray-Ban y teléfono inalámbrico.
Bronceado natural: No se suele ver en las piscinas, y en algunas se le prohíbe incluso entrar. Es fácil en cambio verlo en la plaza de España o en El Retiro: muy a menudo está respondiendo a las preguntas que le dirige una dotación de la Policía Muncipal, y debe de ser muy bueno respondiendo, o contar el cuento con gracia, porque no pasa mucho tiempo antes de que otra dotación policial le vuelva a interrogar. Tiene de nacimiento el bronceado con que sueñan los del bronceado loro, el bronceado siesta, y demás especies duras, por lo que debería suscitar admiración o al menos envidia. Pero no: a nadie se le ocurre. Un misterio.
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