_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Que no podemos seguir así...?

Félix de Azúa

Acabo de ver a una señora en el metro leyendo el ¡Hola! lo cual puede parecer trivial, y de hecho lo es, pero de repente me ha inquietado por alguna razón oscura. No atinaba yo a determinar el origen de mi inquietud hasta que al tiempo de apearme se me ha hecho la luz y me he precipitado a comprar un ejemplar. La revista ¡Hola! es una de las escasas publicaciones españolas que representan a la opinión pública pura y dura. Los millones de lectores de ¡Hola! pertenecen a todas las clases sociales, son de derechas y de izquierdas, nacionalistas y cosmopolitas, carcas y progres, taxistas y brokers, viejos y jóvenes, hombres y hembras. Puede decirse sin exageración que ¡Hola! representa a la opinión pública española en tanto que masa, así como este diario en el que escribo representa a una parte considerablemente menor de la opinión pública española en tanto que élite.La señora debía de tener sobre los cincuenta y cinco años, un peinado complejo (aunque el teñido no era de buena calidad), vestía un traje estampado de seda artificial y llevaba las joyas de los teleadictos, incluido un Rolex. Era un ama de casa barcelonesa modelo estándar, católica practicante sin la menor duda, con hijos en Medicina o en Ingenieros, y un marido que seguramente ya ha aliviado la nostalgia del tractor comprándose un todoterreno.

Ese mismo día publicaba en este diario un razonable artículo Jesús Mosterín. Afirmaba el filósofo que una de las más poderosas razones para proceder a la privatización de TVE es la ausencia de todo comentario o programa dedicado a la ciencia, y la presencia de infinidad de embaucadores dedicados a la astrología, los ovni, los horóscopos, lo paranormal y toda suerte de supersticiones previas a la superstición científica. El razonamiento de Mosterín era, como siempre, impecable: una televisión pública debe cumplir un servicio público. Por ejemplo, aumentar los conocimientos del populus y ayudarle a escapar a la violencia latente que genera la desesperación. Si en lugar de ello la televisión pública sólo provee de basura a los coprófagos, entonces es un imperativo moral ayudar a cerrarla.

La señora del metro había mostrado un vivo interés por uno de los reportajes, justo después del que relataba la fiesta del príncipe Alejandro de Yugoslavia, jefe de la casa Karageorgevitch, con motivo de cumplir los cincuenta años de edad. Las fotos del reportaje que despertaba el interés de la señora, según podía verlas de reojo, no diferían de las fotos de los príncipes: jóvenes apuestos de ambos sexos vestidos como para asistir a una fiesta de Imelda Marcos. Pero de pronto se mojó el dedo y pasó página. Por un instante pude entonces entrever algo extraordinario: en la página impar figuraban sendas fotografías de Hugh Grant y de una prostituta negra llamada Divine Brown facilitadas por la policía de Los Ángeles. Por esta razón, al salir del subterráneo me precipité en un quiosco para comprar el ¡Hola! .

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En efecto, el reportaje que fascinaba a la señora del metro informaba de cómo el simpático Hugh Grant había logrado por fin cometer un delito con una prostituta negra. Benjamin se equivocó: dignificadas por la prensa del corazón, las fotos de la policía de Los Ángeles parecían obras maestras de Avedon, de Newton; en el peor de los casos, de Mappelthorpe. En ellas la muchacha muestra una uña de águila ratonera y el actor unas gafas colgadas del escote. Parece una versión puesta al día de los intereses lingüísticos barriobajeros del profesor Higgins en My fair lady. Con otro final.

Deduje que la señora del metro habría ya leído con entusiasmo las declaraciones de Grant, el cual, según la policía de Los Angeles, durante muchos años había deseado copular con una negra. Al fin lo había conseguido, ,aunque sólo a medias. Según la revista ¡Hola! la novia de Grant estaba destrozada, pero "lo único que me preocupa es él", parece que dijo antes de presentar el perfume Placer de Estée Lauder. Así pues, la práctica de la prostitución ha alcanzado ya el rango de actividad elegante, como las fiestas de los príncipes o las vacaciones de las modelos.

Cuando Mosterín (o cualquier otro; yo mismo, sin ir más lejos) suplica una mínima racionalidad en el uso de los aparatos del Estado, está, en realidad, condenándolos a morir. La opinión pública, que es la que decide ya prácticamente todo, incluidas las decisiones judiciales, se encuentra a años luz de cualquier posibilidad de tutela estatal que no implique violencia física. Control, sí; tutela, no. En el actual momento de la opinión pública, el Estado puede (¡y debe!) controlar lo que quiera y usar la violencia física para ejercer ese control; pero tutelar, orientar, enseñar, eso sí que no.

De ahí que la opinión pública esté tan irritada con el actual Gobierno, el cual ha demostrado no ser capaz de controlar absolutamente nada, pero presenta como cabeza visible a un perfecto modelo de político tutelar. Ése es también el verdadero argumento que hace de Julio Anguita el último parlamentario español del siglo XIX, un espléndido ejemplo de político de enseñanza media. Y ése es también el argumento que permite pensar que el PP, a pesar de la irritación popular contra González, no tiene la menor posibilidad de gobernar este país, a menos que sus dirigentes aprendan a ser tan sumisos con la opinión pública como lo son los socialistas. Hasta ahora los dirigentes del PP sólo se han mostrado arcaicos. Todavía han de aprender a parecer cínicos si de verdad quieren gobernar.

En el PP parece como si todavía nadie se hubiera percatado de cuáles serán, dentro de poco, los titulares de la prensa del corazón. Por ejemplo: "Visitamos a Loyola de las Marisas para que nos cuente su aborto. 'Ha sido maravilloso', dice la supercamarera envidiada por millones de muchachas españolas". O bien: "El hijo de Hernández Pezuñas, contentísimo de su última desintoxicación. Su padre le ha comprado un vibrador con teléfono portátil incorporado".

Rechazar la legislación sobre el aborto por motivos de finura moral como pretende Duran Lleida, cuando la opinión pública española comenta durante una semana entera a lo que sale irse de putas en Los Ángeles con la misma benigna campechanía con la que comenta la fiesta del jefe de la casa Karageorgevitch, príncipe Alejandro de Yugoslavia (sea Yugoslavia lo que sea), o la liposucción de una locutora, puede tener sentido en alguien que aspire a la secretaría de un arzobispado, pero para un político que realmente quiera gobernar, mostrar una armadura moral de sacristía es un suicidio.

Oponerse al proceso que va convirtiendo lo trivial, lo delicuentoso, lo infame, lo abyecto o lo simplemente idiota en un espectáculo para masas es una tarea abrumadora. El Estado no tiene esa finalidad. El Estado ha de gerenciar los mecanismos de control (puede legislar el control bancario, viario, fiscal de los ciudadanos, puede escenificar la simulación Internacional, etcétera), y aun eso por poco tiempo. Pero los espacios de convivencia no puede construirlos la Administración pública, la cual sólo tiene como tarea ir adivinando lo que en cada momento será constituido de espectáculo y adelantarse a la iniciativa privada.

Los espacios de racionalidad que exige Mosterín y que hay que seguir exigiendo para esta blecer la separación entre lo posible y lo probable han de construirse al margen de la Administración pública y como espacios de resistencia. Coincido con él en que siendo inútil todo intento de racionalización de las instituciones tutelares del Estado, lo más sensato es exigir su cierre.

Félix de Azúa es escritor.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_