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Ellos y nosotros

Antonio Elorza

Hace 100 años, en julio de 1895, Sabino Arana Goiri fundaba un partido político encargado de convertir en realidad los ideales que había ido expresando en sucesivos escritos y declaraciones a partir de la publicación en 1892 de Bizkaia por su independencia. Esa organización, el PNV se mantiene hoy en plena actividad tras un siglo de vida, interrumpido, sólo formalmente de 1916 a 1930 por su conversión temporal en Comunión Nacionalista. Es un partido de centro-derecha, de inspiración democristiana y con una sólida implantación en las tres provincias de Euskadi, si bien no ha logrado perder el deje bizkaitarra de sus orígenes. El marchamo democrático del PNV fue confirmado en la prueba de fuego de la guerra civil, alineándose al lado de un Frente Popular español con el cual tenía escasos puntos de contacto. Con José Antonio Aguirre a la cabeza asumió entonces, hasta la caída de Bilbao, un autogobierno que habrá de desempeñar en el futuro un papel fundamental como referente simbólico en la construcción nacional vasca. "Ikurriñan atzean", detrás de la ikurriña, la bandera que Sabino ideó para Vizcaya, no sólo irán en adelante sus seguidores, sino todos los demócratas vascos. De la reseña anterior podría deducirse que un siglo de acción política y de resistencia vasca ha culminado en una situación óptima de integración nacional y de cumplimiento por el PN_V de las expectativas políticas trazadas inicialmente por su fundador. Bien claro es que ese balance idílico no ha sido logrado. Si bien el régimen estatutario coloca hoy a los vascos en una posición pnivilegiada entre el conjunto de las minorías nacionales dispersas por Europa, el grado de violencia política que ofrece la sociedad vasca resulta también excepcional, una vez amainada la tormenta del Ulster. Pasados 20 años desde la muerte del dictador Franco, una minoría independentista sigue dando su apoyo al terrorismo de ETA, e incluso en los últimos tiempos ha sumado a ese apoyo una estrategia de intimidación y persecución selectiva del adversario que permite hablar, por un lado, de una vía argelina en sus tácticas concretas, y, por otro, de reproducción a escala general del populismo agresivo que caracterizara a los movimientos fascistas del periodo de entreguerras.Lo que cuenta al alcanzar el centenario del nacionalismo político vasco es que semejante aquelarre tiene mucho, casi todo, que ver con la doctrina sembrada por el fundador, Sabino Arana, como respuesta a la crisis de la sociedad vizcaína en el proceso de industrialización que a fines del XIX siguió a la pérdida de los fueros (y a la última guerra carlista). Ello no supone negar que un periodo de opresión nacional como el franquismo tuviera gran importancia a la hora de consolidar la imagen de España como eterna opresora y enemiga de los vascos. Luego, la persistencia de las torturas y, sobre todo, el terrorismo de Estado protagonizado por los GAL respaldaron la propuesta interpretativa de que con la democracia nada había cambiado. Pero si tenemos en cuenta que la dictadura ejerció su opresión sobre toda España y que precisamente ahora cabe apreciar hasta qué punto el poder judicial y los demócratas españoles dan prueba de compromiso con el esclarecimiento a fondo de los GAL, sin que tales datos tengan el menor efecto sobre los violentos, cabe deducir que llovía sobre mojado. El enfoque maniqueo que contempla todo a través del prisma del "contencioso" Euskadi contra España, no fue producto de la guerra civil, ni del franquismo: estaba ahí desde la primera formulación del nacionalismo vasco por Sabino Arana. Este no se limitó a declarar que Euzkadi era la patria de los vascos; lo hizo envolviendo tal declaración en un contenido político reaccionario y con una carga de violencia heredada del antecedente inmediato que suponen las guerras carlistas.

En realidad, Sabino Arana es el fundador de una religión política, situación que comparte con otros nacionalistas del siglo XIX. Pero su "religión de la patria", a diferencia de la inspirada por Mazzini para el Risorgimento italiano, no es democrática, sino de signo integrista. Arana se encuadra entre los pensadores de extrema derecha que en el fin de siglo condenan el liberalismo y la masonería, y ven en Emile Zola, el promotor de la movilización de intelectuales en. el caso Dreyfus, a un instrumento de Satán. La violencia integrista resulta transferida sin dificultades al campo político, evocando la acción militar que, al parecer, habrían ejercido a lo largo de la historia los vizcaínos cada vez que los castellanos trataron de invadir su tierra. De tales actuaciones ejemplares se deduce la necesidad de reproducir el comportamiento heroico de los antiguos vizcaínos contra el invasor español que ha dado un golpe de muerte a la supuesta independencia vasca con la supresión de los fueros, de las lagi-zarrak. Y es una cruzada porque no sólo están en juego intereses terrenales: sometida a España, Euzkadi peca contra Dios. En sentido opuesto, la religación del nacionalista es doble: "Gu Euzkadirentzat eta Euzkadi Jaungoikuarentzat" ("nosotros para Euzkadi y Euzkadi para Dios"). El ejemplo que adopta Sabino Arana para su nueva organización es el de la Compañía de Jesús, de los gudaris de Jesús: una agrupación disciplinada de devotos militantes, dispuestos a enfrentarse al enemigo sin hacerse cuestión de buenas o malas razones, una vez hecha la gran elección (la lucha por la patria). Absolutismo de los principios, la violencia como instrumento, pragmatismo en los medios, serán los factores que definen al nuevo movimiento político-religioso.

El enemigo es España. En el plano político, Sabino Arana tiene poco que decir sobre la futura confederación euzkadiana de ambos lados del Pirineo. En todo caso, desarrolla un trabajo obsesivo de análisis del lenguaje dirigido a controlar las designaciones, a crear un bastión en torno al idioma que, dado el uso minoritario del euskera, se extiende al castellano (surge así un español sabiniano vigente hasta hoy que permite acotar el discurso propio frerite al círculo de los enemigos). Lo que cuenta es el antiespañolismo, justificado por Sabino en términos, estrictamente racistas: el español es un pueblo degenera do,que causa la perdición de Euzkadi. Este aspecto desaparecerá, lógicamente, en él curso de la historia nacionalista, pero no la discriminación que diera lugar, que se mantiene en el nacionalismo radical tanto frente a los es pañoles como contra los vascos que Sabino llama "maketófilos" o españolistas. No hay modo de escapar a la satanización para aquel que no asume el proyecto independentista en su integridad. Lo que cuenta es que Sabino Arana, los jóvenes fieles a su doctrina que gritaban "Gora Euzkadi y muera España" en las siete calles de Bilbao, los aberrianos defensores de la puerta doctrinal" en el primer tercio de siglo o sus últimos herederos de ETA, construyen sus argumentos siempre sobre el eje xenófobo Euzkadi frente a España. Como titula ra el fundador en un célebre artículo de Bizkaitarra: "Ellos y nosotros". La religión política sabiniana ha podido sobrevivir un siglo, manteniendo su núcleo de discriminación maniquea, el contenido de violencia frente al "enemigo", la carga de sacralización, con ideas escasas pero duras como piedras, y un sistema de señalización que permite poner en juego los mecanismos tanto de captación como de aislamiento del otro (o su eliminación) desde la propia comunidad de creyentes. Lo que no está claro es que la construcción nacional vasca, y con ella la democracia, tanto en Euskadi como en España, pueda soportar la presión de esta umma cada vez más radicalizada, y, con el respaldo del terrorismo, los se cuestros y la intimidación. Vale la pena que en el centenario de la fundación sabiniana los nacionalistas vascos demócratas reflexionen sobre la conveniencia de cortar el cordón umbilical que aún legitima planteamientos e ideas cuya persistencia sólo puede llevar a la destrucción de sus pro pias expectativas políticas. "El fuego de casa ha de taparse con las propias cenizas", aconseja un proverbio vasco.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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