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Reportaje:

Aquellos años del pelucón

El floreciente negocio de los postizos capilares de hace tres décadas recupera su actualidad

Entre Rita Hayworth, el Cristo de Medinaceli, Bibi Andersen o un alabardero del Palacio Real, es difícil a primera vista encontrar alguna cosa en común. Por los pelos, pero la hay. Todos ellos han sido clientes de Juan Manuel Monge, uno de los profesionales más prestigiosos y conocidos de la posticería capilar madrileña. Por su tienda de la calle del Arenal, fundada en 1967, han pasado y pasan el 90% de las actrices y actores españoles, políticos, folclóricas, toreros, ejecutivas, modelos, militares, travestidos, detectives privados, amas de casa y hasta espías del Cesid.Sea cual sea el objetivo que se busque -cambiar de imagen, pasar inadvertido, ocultar una alopecia o simplemente ahorrarse visitas a la peluquería-, es casi imposible no encontrar el modelo adecuado entre la variada gama de pelucas, peluquines, bisoñés, tupés y otros postizos que sobrepasan las 5.000 piezas que Monge almacena en su establecimiento. Según estén confeccionadas con pelo natural o sintético, el precio por unidad oscila entre 35.000 y 100.000 pesetas, en el primer caso, y entre 15.000 y 30.000 pesetas si es artificial.Cuando comenzó en esta profesión, hace más de tres décadas, el mercado de las prótesis capilares era un negocio floreciente. Monge llegó a tener tres tiendas en Madrid, una en Valencia y otra en Barcelona. En la actualidad sólo conserva la de la calle del Arenal y también la de la Ciudad Condal. "Cuando empecé, el uso de la peluca era algo normal", asegura. "Cualquier señora podía tener dos o tres modelos corno un complemento más de su vestuario. Incluso el mundo del espectáculo consumía muchos más postizos. También desde el punto de vista de la confección las cosas son muy distintas. Antes, el proceso de fabricación era completamente artesanal y, sobre todo, no se conocía el pelo sintético".

El uso de la fibra a principios de los setenta supuso una revolución en la fabricación de pelucas, aunque ésta fue una de las causas, por las que España pasó de ser un país exportador a tener que comprar a China, Corea y Japón. Eduardo Maceda, propietario del Taller Internacional Susy Wigs Polka, la fábrica de postizos capilares más grandes de España, ubicada en la madrileña plaza de Castillal, cuenta que en 1965, cuando inauguró su taller, trabajaban en él 300 mujeres. En la actualidad, sólo lo hacen 20. "El cabell español está muy cotizado a nivel intemacional, porque es de excelente calidad. Pero cuando apareció la fibra, los países orientales nos tomaron la delantera. En España ni siquiera se fabrica pelo artificial y todo lo tenemos que importar".

Gemma Rico, propietaria del taller Cabello, situado en la calle de la Magdalena, coincide con Maceda: "El cabello natural español no tiene competencia. Es muchísimo mejor que el cabello indio. Para nosotros es muy necesario y pagamos entre 80.000 y 100.000 pesetas el kilo si es de buena calidad. Está bien pagado porque en la actualidad es muy escaso. Hace 30 años, las madres dejaban crecer el pelo a sus hijas hasta conseguir hermosas trenzas que luego ven dían a las peluquerías. Ahora has ta las niñas suelen llevar melenas cortas y mucha gente no sabe si quiera que puede venderlo. Por una trenza de pelo de calidad se pueden obtener unas 8.000 pesetas. Hay quien de su propio pelo nos encarga un postizo".

A pesar de la caída de la demanda, tras el boom de mediados de los setenta, son muchos los sectores que no pueden prescindir de los postizos y que ha permitido a Monge y a otros profesionales mantener su negocio todos estos años. Las productoras cinematográficas tanto españolas como americanas -Monge ha trabaja do incluso para la Warner Brothers en Hollywood-, las compañías de teatro y ópera, el mundo de la moda y la publicidad, los regimientos militares o el sector de la imaginería religiosa son importantes consumidores de pelucas, además de una interminable lista de famosos que utiliza sus productos: Concha Cuetos, Alaska, Marta Sánchez, Emma Suárez, Victoria Abril, Victoria Vera o Paquita Rico, son clientes habituales. "`Vienen muchísimos famosos", corrobora una dependienta, "el otro día estuvo Rappel. Quería comprarse una peluca para pasar desapercibido". "En otra ocasión", añade, "entró un hombre que se parecía a Antonio Anglés. Avisamos a la policía que vigiló la tienda unos días". Por lo que se refiere al público de la calle, los clientes son funda mentalmente gente que necesita recurrir a estas prótesis por necesidad: pérdida de pelo por trata mientos médicos, alopecias genéticas o escasez de pelo. Pero se observa, según Monge, un cambio en el tipo de consumidor. "En mi tienda entra cada vez más público joven. La vuelta a la moda de los sesenta ha incrementado la venta de pelucas al estilo de las que se llevaban hace 25 años: los típicos cortes que diseñó Carita o Alexandre. También vienen, mujeres ejecutivas que por falta de tiempo no pueden ir habitualmente a la peluquería. Hay algunas que me han comprado hasta 50 pelucas".

El secreto del bisoñé

A los madrileños les preocupa la, calvicie tanto como a la mayoría de los hombres del planeta pero se resisten corno jabatos al uso del bisoñé. "En Madrid, por cada cinco mujeres entra un hombre en la tienda. En cambio, en, Barcelona y, en general en las ciudades del litoral mediterráneo, como Valencia o Murcia, ocurre lo contrario: el hombre consume tantos o más postizos que la mujer. Los madrileños que tienen todavía muchos prejuicios en este sentido", afirma Juan Manuel Monge.Por discreción, no quiere dar nombres, pero asegura que por su tienda pasan "políticos de primera línea" y toreros "que llevan peluquín y nadie se lo nota". Reconoce que ay casos en los que el so del postizo salta a la vista. "Toda esa gente que lo lleva mal es porque se empeñan en seguir haciendo una dimensión de eIlos mismos, repeinando hasta el último pelillo, y esto es lo que Produce el escándalo que de alguna manera van provocando".En cambio, el señor que se pone en manos de un profesional, que estudias sus rasgos, le pone la cantidad y la forma adecuada, puede lograr una imagen perfectamente válida, digna y en condiciones y no se le tiene por qué notar nada. Existe además una amplia gama de colores, formas y calidades para conseguir un postizo que se adapte a la fisonomía, de cada persona y no le altero en absoluto, sus rasgos. Un ejemplo a seguir es Terencí Moix. Se ve que, se ha preocupado por conseguir una imagen normal".

Con cierto sentido del humor, y teniendo en cuenta la calidad de los actuales postizos en cuanto a transpiración, comodidad y poco peso, los tupés no tienen por qué ser un problema, en opinión de Monge. "Tengo clientes que llevan 25 años usando peluquín. Entran en la tienda, se sientan tranquilamente delante de señoras y chicas jóvenes, se lo quitan y hasta echan unas risas; El secreto de la peluca es que en realidad no es para llevarla en la cabeza, sino dentro. El señor que sea capaz de entenderlo, lo llevará bien", dice.

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