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Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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Los voceadores

Se escucha por las esquinas una voz antigua, silenciosa durante los casi 40 años del régimen anterior: la de los voceadores de prensa. Ahora proclaman una publicación, de la que es propietaria la Sociedad Limitada Periódico de la Precariedad. Lleva editada casi una docena de La Farola. Excelente propósito que pretende auxiliar a los sin techo. y sin empleo, casi una redundancia. No entramos en el contenido, que parece dirigirse a quienes, lo venden, más que a quienes lo compran, alivio de las conciencias por el módico preció de 200 pesetas.Los textos van impregnados de un tierno anarquismo libertario, deliberadamente pacífico, pacifista y fraternal. Quizá el lector de ocasión quedara mejor prendido si sus columnas contaran cómo ven la vida alrededor, cómo nos catalogan, qué historias de la calle conocen, qué no sabemos. En fin, su fin es plausible y no el objeto de esta croniquilla.

Los voceadores. Hay que ser muy mayor para recordar el eco de aquellas voces roncas, ásperas, solícitas, que galleaban la mercancía, bajo el brazo, ofreciendo, a gritos, el amplio abanico de los cotidianos madrileños. En ocasiones -no siempre el argumento era indispensable - una sinopsis afortunada del titular de primera plana, para traer la atención del viandante. Porque, en aquellos tiempos, los vecinos iban andando y en tranvía.

Conservo, en el casi tapiado laberinto del memorable oído, aquel eco rasposo con que se pregonaban los vespertinos. Creo que los de la mañana esperaban, apilados, junto al bordillo, la llegada del lector. Era un sonido largo, con el acento tónico distribuido según la capacidad 'pulmonar del vendedor. Algo así: "¡La' boaleraldinformacionescasaliora.... la boooa! " Descompuesto era: "La Voz", "El Heraldo", "Informaciones, que ha salido ahora","La Voz "... Ignoro por qué favoritismo se mentaba dos veces a la hermana tardía de El Sol.

Un instinto nato escogía la nueva sensacional, que lo mismo se refería a. un discurso en el, Congreso, con réplicas y bofetadas, que al suculento crimen pasional: "La mató porque era suya, dijo el muy canalla." Parecido a lo que nos muestran las películas americanas. Entonces era cierto que se enteraba uno de las cosas por la prensa. El voceador recomendaba el suceso, de la índole que fuese.

El franquismo -hay que aceptar con indiferencia la denominación de la larga etapa- prohibió que se vocearan los periódicos, posiblemente por razones semejantes a la supresión de los carnavales, allí donde no fueron enérgicamente defendidos. Secuela de las reservas que experimentó Esquilache ante la capa larga y embozada. Los gobiernos que se tienen por fuertes comienzan por prohibir lo que no pueden hacer obligatorio, y tenían por alborotados a los antifaces, las caretas tras las que se oculta el conspirador, la mascarita del que lleva la bomba.

Ahí debió estar el origen de esta otra mordaza. Se pretendió evitar el desánimo, la evidencia de los que comían mal o apenas, el hambre y la sed de justicia y de revancha. Como la famosa centinela, ante el banco que estuvo recién pintado, que se reiteraba en cada orden del día. Fue la inicial previsión de los suspicaces, para reducir la incontrolada gritería de los. voceadores.

Azares de la vida me llevaron a un trato frecuente con los "periodistas", que les dicen en Bilbao. Algunos recordaban, con fruición, la infancia aterida, cuando, abrazados a una mano impresa, protegían las carnes con la hoja del diario dé la víspera. Esta profesión se ha vuelto sedentaria y algunos estólidos editores -de tiempos más cercanos- averiaron las conductas, llevando, primero en taxi y, luego, en furgonetas, el papel hasta el quiosco. Otra rebanada al esfuerzo solitario, parecido al exterminio funcional de los voceadores.

Han vuelto. Ofrecen La Farola. y un infrecuente pesimismo me acongoja, pues la tolerancia puede ser síntoma de que poco inquietan al gremio, que se aleja, en parecido tramo, del taller de impresión -a trasmano- y del cliente, al acecho. Les imagino poco dispuestos a tolerar concurrencias, observados, de cerca, por una poderosa fuerza reguladora: los grandes distribuidores.

El golfillo que porteaba ejemplares, en el tope del tranvía, hasta el suburbio, ya no es posible hoy, no sólo porque quitaron los tranvías. La recepción, venta, recogida, liquidaciones y saldo se regulan, filtran y controlan, en lejanas y omnipotentes oficinas informatizadas, constituidas en deshurrianizado ologopolio. Me conmueven los voceadores de La Farola. Me llevan al remoto ámbito de la niñez, que, sintiéndolo mucho y mejorando lo presente, fue bastante buena.

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