La maldición del hoyo 17
Las huellas ancestrales de Saint Andrews revelan la magnitud popular del golf, al menos en el Reino Unido. Resulta que un deporte etiquetado como elitista en muchos países, creció en Escocia de la mano de un grupo de pastores locales. Éstos, aprovechando las horas muertas al pie del rebaño, crearon en 1522 el campo de Saint Andrews. No fue fácil: la zona estaba invadida de conejos y ahuyentarlos fue una tarea ardua. Tanto como hoy les supone a los jugadores enfrentarse a un campo nacido y conservado al borde del mar, con el azote constante del viento y unas condiciones meteorológicas imprevisibles.El viejo Saint Andrews apenas ha variado su diseño con el paso de los años. Tiene una longitud aproximada de 6.300 metros, una plaga de dunas y trampas de arena y un par de 72 golpes. Una de su grandes peculiaridades es que 14 de sus 18 hoyos comparten los greens. Su perfil ofrece un recorrido de ida y vuelta.Pero nada como el hoyo 17. ¿El más difícil del mundo? Expertos y jugadores lo aseveran. Emplazado al lado de la carretera, este par cuatro de 461 yardas (alrededor de 420 metros) eriza incluso a la élite. No es extraño observar cómo la mayoría de los jugadores se enfrenta a este maldito agujero como si fuera un par cinco. Con la idea de salvar al menos el bogey (+ 1). En la salida, un edificio impide ver la calle. El segundo golpe obliga a salvar dos bunkers frontales con unas rugosas paredes de arena. Luego, hay que llegar al green, estrecho y cobijado por la carretera. La vía que dio a Severiano el título en 1984. Con Tom Watson al acecho, el cántabro logró un birdie (-1) magistral, y Watson, atónito y tembloroso, tuvo un accidente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.