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No fue una clásica

El italiano Baldato, al 'sprint', se impone en una etapa que se preveía dura por la lluv¡a de los primeros kilómetros

Luis Gómez

Induráin dio la orden de salida: "Veo bien una Regada al sprint". Y la hubo. Sin novedad. Era el supuesto más favorable, porque la jornada amaneció tormentosa y los, españoles bajaban la cabeza para no verlo. Agua, frío, viento y más de 200 kilómetros por carteteras sin descanso, un mal presagio si andas por el norte de Europa. ¿Cuál era el temor ayer? Los culogordos.Los culogordos son los belgas y los holandeses, algunos italianos y desde luego algún francés. Los culogordos son mano de obra cualificada, los corredores de las clásicas, especialistas como ninguno en convertir la tempestad en un aliado. "Si a los culogordos les da por dar la batalla nos van a crear, problemas", decía un director español. Nadie desea una clásica como aperitivo. Mucho mejor es darle rienda a los sprinters porque su trabajo es no sólo más refinado sino, sobre todo, breve.

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El temor persistirá algunos días más. Los directores calibran que hay peligro hasta Lieja, no sólo porque belgas y holandeses actúen en su terreno y cerca de su patria sino porque no tienen material humano para fijarse otros objetivos. Alpe D'Huez se les ha hecho muy grande a los holandeses desde que se jubilaron Rooks y Theunisse. El norte es su último reducto, su pequeña, tierra de conquista, máxime si el tiempo les acompaña. Y eso quiere decir que necesitan, lluvia, viento, y frío, un menú invernal para crear un infierno a pequeña escala. Eso es una clásica, toda una guerra resumida en cinco horas.

Pero no hubo infierno. El clima se quedó quieto. Las nubes se limitaron a ser parte del decorado, luego de que habían estado descargando a primera hora de la mañana. El arranque del Tour se hizo más suave del previsto, al mando el pelotón del Castorama, que custodiaba a su flamante líder, Jacky Durand. La calma propició algunas maniobras de salón y los directores respiraron al ver que todo marchaba bajo control: ningún movimiento extraño salvo en las cercanías de los cuatro puertos de cuarta categoría y las tres metas volantes. Los culogordos no aparecieron. La jornada se limitó a un salto sin consecuencias de Corn¡llet y una escapada larga pero leve de Dekker. Cuando se hizo necesario se lo comieron de un bocado, como previo paso al sprint.

A la recta final el pelotón llegó coligado. El Castorama había cumplido su objetivo, el, ONCE había echado una manita entre medias, como el Lotto, el Mercatone Uno y hasta el propio Banesto. A eso se le llama un civilizado reparto de tareas para que nadie se sienta especialmente discriminado. Induráin tomó la precaución de costumbre que no es otra que huir del peligro hacia delante: no hay mejor antídoto para evitar las caídas que ponerse en cabeza del pelotón. Finalmente, un minuto de televisión para Chiappucci, que provocó un salto menor en las proximidades de la meta. No deja de ser meritorio el carácter de un corredor, que se resiste a pasar de sapercibido: Chiappucci se las ha ingeniado para que se siga hablando de él.

Y el acto final, el deseado sprint. Había cierto temor al uzbeco Abduyapárov porque hay más de uno que piensa que está lo suficientemente desesparado (no ha ganado nada este año) como para provocar una situación peligrosa si de ello puede sacar provecho. Abduyapárov entró en escena tarde y la victoria estuvo en -un mano a mano entre Baldato y Jalabert. La última recta descansaba sobre una pendiente y esa dificultad cambió algunos papeles: Nelissen y Cipollini se ausentaron de la subasta. Así que Jalabert se vio ante un imprevisto porque su fuerte está en los sprints que se disputan después de la montaña, cuando buena parte de sus competidores. han regresado a casa. No tuvo suerte y Baldato se llevó la prirnera victoria. Los sprinters se impusieron a los culogordos. Pero nadie se fía: hace mal tiempo y, no lo olvidemos, estamos en el norte.

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