Una niña de siete años, salvajemente torturada por el amigo de su madre
La pesadilla de Laura -nombre falso-, de siete años, duró cuatro meses. Justo el tiempo durante el que convivió con el amigo de su madre, Emilio, M. R., de 32 años. Un sádico que, según la policía, le apagaba cigarrillos en los glúteos, le retorcía las orejas y le pegaba sin cesar. El espeluznante caso fue descubierto tras el ingreso de la niña en un hospital madrileño. La criatura estaba al borde del colapso fideo y psíquico. El supuesto torturador, con antecedentes, fue detenido la pasada semana por el Grupo de Menores de la Policía Judicial.
El primer atisbo del infierno en que vivía la pequeña emergió el pasado día 7, cuando de la mano de su madre ingresó en el hospital del Niño Jesús. Su cuerpo presentaba múltiples quemaduras en las posaderas, así como hematomas y heridas en cuello, brazos y orejas. La niña apenas hablaba. Presa de continuos vómitos y náuseas, tampoco podía girar la cabeza.Su estado alarmó a los médicos, que inmediatamente avisaron a la policía. El primer interrogatorio ante los agentes -durante el que la pareja declaró en calidad de detenidos- resultó infructuoso.
El supuesto agresor, que vivía desde hacía cuatro meses en el domicilio de la madre, afirmó desconocer el origen de las lesiones. Es más, ante la policía adoptó un tono compungido y alegó que él jamás podría haber hecho algo así. "De lo contrario no la habría traído al hospital", apostilló ese día el acusado.
Aterrorizada
La niña, aterrorizada, apoyó su relato y contó al psicólogo policial que sus heridas eran consecuencia de los golpes infligidos por otro niño con el que jugaba en el parque. Poco duró la mentira.La pareja fue puesta en libertad. La niña permaneció en el hospital del Niño Jesús, vigilada por los facultativos. A la semana de su ingreso, su padre -separado- la visitó. Hablaron durante horas. La criatura, ante su progenitor, perdió miedo y se atrevió a contarle lo sucedido.
La pequeña narró cómo el nuevo amigo de su madre la sometía a continuas torturas. Por ejemplo, pasarle cigarrillos por la piel y apagárselos en los glúteos.
La niña pidió a su padre que la protegiese para no volver a las garras de Emilio M. R.
El Grupo de Menores de la Policía Judicial de Madrid fue informado de la confesión de la criatura. Hablaron de nuevo con ella. Ésta vez, la pequeña rompió el silencio. A duras penas, trabada por el miedo, rememoró las palizas de Emilio, sus amenazas e incluso cómo ese hombre que vivía con su madre le tapaba la boca para que nadie oyese sus gritos.
El acusado fue capturado a las pocas horas. Se negó a prestar declaración ante la policía. Por el contrario, según fuentes cercanas al caso, mostró su enfado con un arresto que consideraba injusto. Emilio M. E. ha sido detenido en anteriores ocasiones bajo la acusación de robo con violencia y tráfico de drogas.
Tanto el inculpado como la madre han estado enganchados a la heroína. En más de una ocasión, según fuentes policiales, han intentado rehabilitarse. El desconocimiento de la madre de lo que sucedía con la pequeña no ha sido entendido como negligencia.
El caso de la niña es considerado por agentes cercanos a la investigación como uno de los más duros de los últimos años
Pero no el único. Hace dos meses, un bebé de dos meses fue ingresado en un hospital madrileño con golpes en la cara y el cráneo -concretamente, en los parietales. El supuesto agresor, también adicto a la heroína, era el compañero de su madre. Cuando estaba de mal humor atizaba a la criatura. Y también a su compañera, que acabó denunciando los malos tratos.
10.849 víctimas
Hasta no hace mucho tiempo, el Reino Unido era el país referencia siempre que se hablaba de malos tratos a los niños. Pero las estadísticas han hecho aflorar una realidad que no es privativa de ningún país. En 1992, 10.849 menores de 16 años fueron víctimas de delitos en España, 1.706 sufrieron agresiones sexuales y 330 fueron violados, 56 murieron asesinados y 4.681 padecieron malos tratos. El resto fueron víctimas de robos o raptos. Cuando se trata de menores de 12 años, el número de agresores que son familiares se dispara.
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