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Rebaja y vámonos

Galerías liquida lo poco que le queda en su última campaña comercial

Javier Sampedro

La chica que sonaba por el altavoz era la misma de siempre, la que suele llamar al señor Fernández, señor Fernández, para que acuda a los probadores, o a la caja central, o a algún otro de esos sitios donde siempre tiene que ir el señor Fernández. Pero el mensaje de ayer sonaba particularmente macabro: "Distinguidos clientes, aprovechen su última oportunidad en Galerías".Dicho y hecho, allá que fueron varios miles de compradores al centro de Galerías en la calle Preciados de Madrid, uno de los 30 que tiene la cadena en toda España. Eran distinguidos clientes por un solo día, ya que hacía muchos años que Galerías no conocía un llenazo semejante. Aquello era el apaga y vámonos, las últimas rebajas de la cadena que las inventó, la "liquidación histórica" -tal y como señalaban los carteles con toda propiedad- destinada a vaciar Galerías Preciados de sus últimos géneros y entregarla monda y lironda a su nuevo propietario, El Corte Inglés.

Galerías quiere dar salida lo antes posible a las mercancías que le quedan, por valor de unos 9.000 millones de pesetas. El Corte Inglés, que no iriterviene en esta campaña de rebajas, quiere abrir estos centros como tiendas especializadas el 1 de septiembre, y necesita antes un mes para instalar sus equipos informáticos y remodelar las instalaciones. El nuevo propietario se ha comprometido a recolocar a 5.200 de los 7.000 trabajadores de Galerías, que desaparecerá como marca.

El aire de un final impregnaba cada, rincón de los abarro a dos almacenes. Los bañadores que quedaban no eran de la talla de los maniquíes, y los tenían que pinzar con un imperdible para que no se cayeran al suelo con el consiguiente escándalo. "Bikini, 2.995 pesetas", anunciaba un cartel al pie de una maniquí que sólo lucía la pieza de abajo.

Los géneros no se reponían en los mostradores que , se iban vaciando, y algunas secciones aparecían ya como casas deshabitadas, verdaderos páramos en el paisaje comercial. En el mostrador de "seis libros por 100 pesetas" exhibían sus por tadas ajadas las Flores tardías de Chéjov, las Memorias de Mosby de Saul Bellow, el Groovy de Carrascal y el tomo 13 de una Historia de la Literatura Universal (el realismo francés) de la que nadie ha visto ni rastro de los otros 12 tomos. Una dependienta que se apellidaba Quevedo miraba con tristeza las avalanchas de clientes y lamentaba: "A buenas horas han ido a venir".

Pero la verdad es que algunos vinieron a muy buena hora, a eso de las ocho de la mañana, para montar guardia junto a la puerta. En la calle Preciados de Madrid, unos 400 clientes estaban ya formando colas media hora antes de la apertura. Joaquín, un jubilado que encabezaba una de las filas humanas, se dio perfecta cuenta del problema: "Aquí lo que ha habido es un claro efecto de borreguismo, porque los primeros en llegar nos hemos situado en esta puerta, y los demás se han puesto a hacer cola detrás de nosotros. ¡Pero hay otra puerta al lado!"

Efectivamente, a las 9.45, una pareja de jóvenes llegó muy ufana y se plantificó junto a la puerta vacía sin encomendarse a Dios ni al diablo. Aquello fue la barahúnda. Varias docenas de clientes rompieron filas y se acercaron hasta los dos jóvenes para decirles todo lo que no querían oír. "¡No falte a mi novia!", decía el muchacho. Un señor maduró muy bien trajeado le respondía: "Como te dé una patada donde estoy pensando, la novia no te va a hacer ninguna falta ". Ante semejante perspectiva, la chica acabó llorando desconsoladamente en brazos de su novio. "Desde luego es que no tiene nombre", se quejaba una señora, "que haya que pasar por todo esto para comprar un par de bragas".

Por fortuna, en el momento en que el colorido del vocabulario estaba empezando a ser pardo, las puertas, se abrieron y la gente se dejó de discusiones y se lanzó en riadas sobre escaleras mecánicas y ascensores. Del cacareado 70% de descuento se veía poca cosa. Hacían un 206/o en pelucas y pintalabios, un 30% en "cosmética popular" y un 50% en un vestido de Pierre Cardin que mereció de una señora la siguiente valoración: "Anda que no es feo ni nada".

Las mayores aglomeraciones se produjeron en las plantas de confección, donde casi todo estaba rebajado un 30%. Las mujeres revoloteaban sobre los mostradores, extendiendo y doblando con manos expertas los polos y las camisetas. Un hombre frotaba entre dos dedos desconfiados una camisa de 995 pesetas. Una señora se acercó a él, miró la etiqueta y le dijo: "65% polyester, 35% algodón: cómprela".

La gente decía al llegar que sólo iba a echar un vistazo. A media mañana, sin embargo, la calle Preciados estaba llena. de bolsas blancas con esa G negra, virada y como en equilibrio inestable. No habrá muchas más oportunidades de verla.

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