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Tribuna
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La manifestación

Más de mil manifestaciones hubo en las calles de Madrid el año pasado, y, por los síntomas, su número se habrá visto superado cuando concluya el presente. Mil manifestaciones es una cifra histórica, sin precedente alguno en la historia de la humanidad, que se sepa. Muchos y muy graves problemas -por lo menos mil- ha de tener la sociedad civil para echarse mil veces a la calle en el transcurso de un año con megafonía y pancarta, paralizar la ciudad y sobresaltarla con sus gritos. Sin embargo, hace, uno recuento de lo que indujo á los ciudadanos a manifestarse y no parece que, sea para tanto. Desde las difíciles situaciones laborales en determinadas empresas hasta el derecho de las cabras a utilizar sus cañadas tradicionales, hay una surtidísima casuística, prácticamente ilimitada.Recientemente se produjo una manifestación con tra el mobiliario urbano, lo cual reafirma que el derecho a manifestarse ha entrado de lleno en el surrealismo. El mobiliario urbano que ha instalado el Ayuntamiento de Madrid es una chapuza, un despliegue molesto e innecesario, un gasto superfluo -y un servidor se pronunció así recientemente en esta misma tribuna-, pero eso no quiere decir que sea motivo suficiente para echarse a la calle. El mismo derecho a manifestarse tendrían ahora los que sí son partida rios del mobiliario urbano; y luego los que, además de serlo, hubiesen preferido distinto diseño, y los que no siéndolo exigen que se destine el capital invertido a la mejora de las Hoces del Cabriel, y los contrarios a que se convoquen manifestaciones por tonterías, y cuantos tuviesen algo que apoyar, oponer o matizar al respecto, y de ahí en adelante, hasta la consumación de los siglos.

En pleno invierno del 94 un colectivo ecologista recorrió en manifestación el paseo de la Castellana para concienciar a los madrileños de los muchos bienes que reporta el monte virgen. "Respeta el monte", decían, Uno les preguntó por qué no hacían esa manifestación en el lugar adecuado, que es el monte, por tanto delante de los. excursionistas que no lo respetan, y respondieron que entonces no tendría suficiente eco su campaña. Hay tantos. colectivos, tantos grupos animados de pías intenciones u organizados en contra de quienes se comportan como no les gusta, que permanecen prácticamente en el anonimato y una forma de darse a conocer es convocando una manifestación. El fax y la manifestación constituyen sus principales instrumentos. Primero envían un fax a todos los medios de comunicación exponiendo sus objetivos, luego invaden las calles con pancarta y megafonía pegando gritos, y se sienten harto realizados.

La ecología y el antirracismo son los objetivos que gozan de mayor predicamento. Raro es el mes -quizá la semana- que Madrid no se ve paralizado por una manifestación convocada en tomo a estos altos propósitos. Cientos de manifestantes ocupan los centros neurálgicos de la ciudad proclamando su protesta contra el deterioro del medio ambiente, o contra el racismo y la xenofobia, a despecho de entorpecer e incluso impedir el normal desarrollo de la vida ciudadana de cuatro millones de madrileños que, por cierto, también están en contra del deterioro del medio ambiente y del racismo y la xenofobia; con lo cual, uno se pregunta a quién pretenden convencer.

Llegadas las vísperas de los Reyes Magos, otro colectivo se manifestaba contra de la venta de juguetes bélicos; poco antes salieron a la calle los defensores de los derechos de los animales, tomando el relevó de los que se habían pronunciado por una ciudad limpia y ordenada. Hubo días en que coincidían distintas manifestaciones y habían de distribuirse Madrid: al, norte, unos trabajadores reivindicaban un punto más en su incremento salarial; al sur denunciaban, la crisis del sector los pequeños comerciantes; al este, un colectivo vecinal se rebelaba contra el deterioro de su barriada; al oeste una turbamulta pretendía conseguir que los establecimientos de copas permanecieran abiertos la noche entera, por el expeditivo procedimiento de romper farolas y apedrear guardias.

El recurso de la manifestación para defender o atacar cuanto sea concebible facilita a algunas gentes sin escrúpulos la comisión de manipulaciones perversas. He aquí una entre las posibles, de seguro efecto: promover un cúmulo de manifestaciones que. paralicen la ciudad y a continuación llamar inútil al alcalde porque tiene convertido. en caos el tráfico.

Uno entiende que la manifestación es un derecho inalienable de la ciudadanía, un precioso procedimiento cívico para dejar bien sentada la firmeza del sentimiento popular frente a la opresión y la tiranía, una vez agotados los adecuados cauces de defensa. Pero, precisamente por eso debe utilizarse con suma delicadeza, sólo si obedece a los intereses generales y en casos de extrema gravedad. Por ejemplo, al producirse la invasión francesa; o cuando Isabel II se quiso embolsar a lo tonto parte del patrimonio nacional; o con motivo de la proclamación de la República, o, contra el golpe de Estado. Todo lo demás -a salvo, honrosas excepciones- es demagogia o, es abuso.

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