El Atlético prolonga su tormento
El Compostela consiguió su objetivo en un partido en el que le iba la vida
El sufrimiento es un amigo inseparable del Atlético. Los rojiblancos tenían ayer la ocasión de expiar definitivamente todas las culpas de una temporada negra, pero se empeñaron en mantener la agonía hasta el aliento final. Seguramente se quejarán los rojiblancos de un penalti no señaldo en el tiempo de descuento que les hubiese dado el empate. Pero el fallo arbitral será sólo una excusa para enmascarar la realidad. El Atlético fue en San Lázaro un equipo sin compostura, ni ideas y ni siquiera mentalización. En ese sentido el Compostela le dio una lección. Afrontó el partido consciente de que en él le iba la vida, segó de raíz el juego rojiblanco y por eso la victoria acabó cayendo de su lado. Puestos a ser estrictos, el Compostela hubiese merecido un marcador más amplio.El Compostela impuso su fútbol directo, con poco toque y sin apenas transición entre defensa y ataque. A cada equipo hay que exigirle según su medida. Y en el Compostela nadie espere hallar sutilezas más que en algunos retazos de jugadores como Fabiano. Los gallegos se mueven por el patrón inglés y hay agradecérselo: son generosos en el esfuerzo y en casa apenas especulan, buscan siempre la acometida sobre el área' rival. Así logran empequeñecer, el enorme abismo futbolístico que le separa de la mayoría de los equipos de la Liga. Sin ir más lejos, del Atlético.
Eso es la teoría. La práctica fue una superioridad casi abrumadora del Compostela. Con su estilo sencillo, peleando cada balón como si el fin del mundo estuviese cercano, el Compostela agujereó al Atlético por todas partes. A los gallegos les faltó tino en el área, pero no oportunidades. Christensen (minuto 14) remató junto al palo tras un caño a Ferreira y casi sorprende a Abel (minuto 34) con una chilena desde el punto de penalti. En el 36, la pelota se paseó por la línea de gol sin que ningún pie llegase a tiempo de empujarla. El Atlético jugaba con fuego.
El Atlético, que había empezado mustio, acabó yéndose por el desagüe. No tuvo además ningún futbolista con jerarquía para sacar al equipo del embrollo. A quienes se les presupone tal cualidad (Simeone y Caminero) no vieron la pelota. La actuación del argentino fue desconcertante: ni siquiera exhibió su empuje habitual. Caminero se definió a su mismo al borde del descanso, cuando volvió a exhibir esa mañas barriobajeras que afloran en él cada vez que no encuentra soluciones futbolísticas. Alguien debería explicarle a este hombre que para ser un gran futbolista no basta el talento. También hay que tener sangre fría en los momentos dramáticos.
El inicio de la segunda parte fue una sucesión de calamidades para los colchoneros. Y la demostración palpable de la distancia mental entre ambos equipos: el Compostela se había tomado el partido como lo que era -una cuestión de vida o muerte- y el Atlético se dedicó a contemplarlo con cierto aire displicente. Los gallegos volvieron a la carga de inmediato. Esta vez si hubo premio. Los dos goles resumieron su fútbol: balones largos desde la defensa, que Christensen y Ohen aprovecharon gracias a su velocidad y a la indolencia de los zagueros madrileños.
El resultado no pareció peligrar hasta que irrumpió el denostado Valencia, el último chivo expiatorio de Gil. Faltaban once minutos, cuando el colombiano abrió una pequeña esperanza con un remate preciso buscando el palo izquierdo. El Compostela siguió malgastando contragolpes y a punto estuvo de pagar por ello una factura desorbitada. Ya en el descuento, Valencia cayó en el aréa en lo que pareció un empujón de la defensa local. Pero el propio árbitro debió de pensar que el Atlético no se merecía el empate.
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