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Cinismo y avaricia

No creo tener que ponerme del lado de nadie en esta historia. No se puede criticar a la Juventus por decidir recortar las fichas más gravosas, por alguien tenía que empezar y ese alguien es Roberto Baggio. Hay, sin embargo, una frialdad que roza el cinismo en el gota a gota de las negociaciones y, paralelamente, hay una operación de degradación de Baggio. De Balón de Oro a Balón de Plomo es un poco demasiado, no me gusta. Eran exageradas las adulaciones, pero es exagerado retratar a Baggio como a un intruso en el mundo del 23º scudetto. Baggio es un campeón, no una bonita estatuilla. Tiene algún que otro defecto, desde luego, pero todavía es uno de los pocos (cuando está bien) que hace vivir la alegría del fútbol. No es un líder, pero nunca ha dicho que lo fuera.La Juve no ha respetado el pacto de silencio. Además, ha contado con pelos y señales las cifras de la oferta. No tengo claro que suceda a menudo, ni en la Juventus ni en otras partes. Siempre hemos pedido transparencia, esta vez la sospecha es que la transparencia sea un instrumento. Baggio, dicho de una pobre manera, se ha quedado metafóricamente a verlas venir. Como si fueran. lentejas, si quiere las come o si no las deja. Las lentejas, a decir verdad, son 4.000 millones de liras (unos 330 millones de pesetas) al año durante tres años. Baggio puede cobrar eso e incluso más en Japón, pero todavía es joven para pelotear entre los cerezos orientales y decir adiós al fútbol que cuenta. Baggio puede ir al Inter, porque así lo han decidido Umberto Agnelli y Massimo Moratti, pero hace bien en pensárselo. ¿Qué equipo tendría con él? Y todos esperarán todo, aún más de él. ¿Y el Roma? Quizá, pero la Juve ya ha dicho que no hace descuentos, que no, acepta intercambios de jugadores, que quiere los 21.000 millones de liras (unos 1.750 millones de pesetas) en dinero contante y sonante.

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Y ahora resulta difícil hacer el traspaso. Entre otras cosas porque el fútbol que cuenta en Europa (Real Madrid, Barcelona, PSG) no está haciendo cola en la Piazza Crimea y, además, a lo largo de la historia, cada vez que la Juve ha cedido un jugador de renombre, la operación la ha hecho el propio club, no el adquisidor.

El traspaso se hace difícil porque en el juego participan también los jefes ultras (también esto me parece una novedad, y no la definiría como positiva), y los únicos que se han puesto del lado de Baggio son un sector de los hinchas. Lo han escrito en las pancartas, lo han coreado; quizá se enfaden, pero si los resultados acompañan se calmarán.

No cuesta nada decir quiero a Baggio o quiero a Maradona. Comprarlo, sí, tiene un precio. Pero que sepa Baggio que su imagen se la hace él solo, sin abogados o multinacionales, incluso el decir no a 2.000 millones netos al año tiene un precio en un país de falsos moralistas y pobres de verdad. Que valore él.

copyright EL PAÍS-La Repubblica.

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