Goteras
Me hice una grieta en el paladar con una corteza de pan duro y cada vez que había tormenta dentro de la cabeza caían desde esa herida a la le lengua unas gotas que parecían de sangre, así que me las tragaba distraídamente y continuaba con lo que estaba haciendo. Pero como aquel líquido tenía cada vez un sabor más raro, tomé una servilleta de papel y lo escupi, para ver su aspecto; entonces me di cuenta de que no eran gotas de sangre, sino residuos de un pensamiento amargo, destilado por la inteligencia en una zona algo alejada del paladar. De manera que cuando alcanzaban la boca, habían recorrido ya todos los agujeros y cavidades de la calavera, recogiendo los desperdicios e impurezas que encontraban al paso. De ahí, pensé, que llegaran tan turbios a la lengua, y con tal mal sabor.Como la herida tardaba en cerrar, me acostumbré a aquel goteo constante de amargura. Durante el día me defendía de él escupiéndolo con disimulo, pero por la noche, mientras dormía, me lo tragaba sin querer y al día siguiente me levantaba con un ardor de estómago espantoso. Creo que fue entonces cuando empezó a formárseme la úlcera.
Una noche me despertó lo que creí el ruido de un grifo mal cerrado. Pero era la radio de la mesilla, cuyo rumor se parece al de una fuga de agua. De sus entrañas goteaban, como lágrimas, unas palabras que habían formado ya un charco en el parqué. Me incliné sobre él y vi que estaba compuesto por los pensamientos más tristes de quienes telefonean a las emisoras por la noche. Eran turbios también, como los míos, porque antes de filtrarse por las grietas del receptor habían recorrido la calavera de la realidad. Probé uno de estos pensamientos con la punta de la lengua y reconocí su sabor. Fui un respiro comprobar que la calavera de la realidad y la mía eran igual de tristes.
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