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FUTBOL PRIMERA DIVISIÓN

Chendo zanjó la cuestión

El Madrid careció de eficacia ante la defensa al hombre del Valladolid

Santiago Segurola

En un acto de justicia social, el fútbol fue solidario con la base. Chendo, el goleador más improbable del Madrid, entregó la victoria a su equipo. Su gol, que puede ser decisivo en la conquista del título, estuvo cortado a la manera del lateral, que llegó con vehemencia al área marcó con un aire belaustiano: la intercepción con el pecho y el remate duro y cruzado. Es el tercer gol en la carrera de Chendo, un futbolista honorable que ha vivido toda su vida al otro lado del telón de la fama. Esta vez, Chendo salió al escenario. Un acto de justicia social.Convertido en un ejercicio de pim, pam, pum, el partido puso a prueba el estado del Madrid. Se encontró con un equipo singular, a la vista del extraño entramado del Valladolid. En un viaje al pasado más mediocre del fútbol español, el Valladolid se acogió a la fórmula de la persecucion. Cada jugador vigiló a un madridista, y lo hizo a conciencia. El partido se llenó de universos particulares. Cuaresma, por decir uno, siguió a Laudrup y se olvidó del mundo. Su horizonte se acabó en el danés, sometido el defensor al triste oficio de carcelero. Todas esas cosas que interesan a los futbolistas -la pelota, el juego, la excitación-, le estuvieron prohibidas a Cuaresma y a todos los demás defensores del Valladolid, que fueron todos. Todos llevaban apuntado en su cuaderno el nombre de su vigilado. Si el vigilado se iba a la ducha, el defensor también, no fuera a marcar desde el vestuario.

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La respuesta del Madrid fue desigual. En sus mejores momentos, se agolpó frente a la portería de González, entre los uys, los oes y los aes. Eso fue muy evidente mediado el primer tiempo, cuando una sucesión de cargas madridistas se concretó en todas las variantes del mano a mano frente al portero. Martín Vázquez llegó tirando paredes y lanzó al palo; Laudrup apareció por detrás, pero levantó demasiado la pelota; Zamorano fusiló. Tampoco: apareció el corpachó de González. Toda la descarga en dos minutos, con la gente congestionada por la emoción y los fallos. Esos fueron los picos del partido. El Madrid se abalanzaba sobre su rival y lo acogotaba en el área. La otra cara era la de un equipo que sufría para marcar y que perdía la orientación en otros momentos del encuentro, hasta el punto de asustar a su hinchada, que vigiló con sufrimiento la estrechez del resultado.Los problemas del Madrid fueron de puntería y elección. De alguna manera, todo el equipo estuvo representado por Martín Vázquez, que jugó el papel de Jekyll y Hyde durante todo el partido. Más que eso: se desdobló en cada jugada. Su jugada tipo se iniciaba con un lujo y se acababa con un error. Martín Vázquez recogía con el tacón o tiraba un caño o fintaba con elegancia. Ese era Jekyll, que inmediatamente se transmutaba en el truculento Hyde: el paso malo, el remate defectuoso, el ornamento innecesario. El público se comía los puños, sometido a la esquizofrenia. Pasaba del arrebato a la desolación en dos segundos. Aquello era un gallinero. Naturalmente la gente se puso de acuerdo al final. Decidió tomarla con Martín Vázquez, como es costumbre.Martín Vázquez sólo fue el reflejo del equipo. En su caso, las virtudes y los defectos están más remarcados, pero su actuación representó muy bien las luces y las sombra del Madrid, que vive su actual situación con demasiado dramatismo. Le pesa la angustia, el deseo y el inconsciente. Detrás de este equipo están varios años de frustraciones, de caídas irremediables. El peso de la memoria se ha instalado en el equipo, que ahora maneja con demasiadas dificultades su condición de campeón in pectore. Sin embargo, hay algunos que parecen inmunes al virus de la ansiedad. El caso más evidente es el de Sanchis, que volvió a ofrecer su habitual demostración en el centro, de la defensa.

Mientras el Madrid cavilaba sobre la forma de derribar al Valladolid, el partido quedó libre para alguien con decisión. ¿Zamorano? ¿Amavisca?. Ellos también daban un tono sufriente a sus remates, así que llegó Chendo y zanjó la cuestión. Lo hizo de manera terminante, como es su carácter. Llegó como un tren al despeje Belodedici, se acomodó la pelota con el pecho, como se espera en un defensa racial, y cruzó un remate incontestable. Esta parte final de la jugada no figuraba en el guión, pero a veces el fútbol es agradecido con la base.

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