Inocentes
La prosa ubérrima y la fecunda retórica del ínclito Fernando Arrabal atronaban a través de una megafonía de verbena. Encaramado en el balcón de la casa consistorial de Camarma de Esteruelas (Madrid), el diminuto dramaturgo, el demiurgo del movimiento pánico, ensalzaba las, heroicas virtudes de un hijo de la villa, el capitán Eladio Batalla, explorador y conquistador de un atolón del Pacífico, en un encendido pregón que escuchaban, un tanto perplejos y divertidos, los vecinos del histórico pueblo. Glosaba el orador la rebeldía y el temple indomable del capitán Batalla y el público respondía a su arenga con vivas y ovaciones. Agradecía el ilustre vocero la deferencia de los habitantes de Camarma al haberle elegido para pregonar sus glorias, y su audiencia hacía enormes esfuerzos por sofocar la carcajada. Ya tendrían tiempo de reír hasta el desencaje mandibular cuando el enfant terrible de las viejas vanguardias y de los escenarios parisienses, Fernando Arrabal, místico, anarquista y mártir, incorporase, sobre un tabladillo de feria, el papel del arriesgado capitán de antaño, participando en un ceremonial bufo con presuntos nativos polinésicos, expresamente venidos en delegación desde sus lejanas islas a la Alcarria madrileña para festejar a su descubridor.Aplaudían y reían, con lágrimas en los ojos, los camarmenses, o camarmenos, conocedores de la impostura, sabedores de que el capitán Eladio Batalla, el atolón y los indios eran malévola invención de los guionistas de Inocente, inocente, programa estrella de Telemadrid. Un montaje más de los que suelen organizar, de vez en cuando, estos profesionales de la cámara oculta y del gag desternillante. El provocador provocado, Arrabal, respondió a la broma, al fin desvelada, felicitando por su ingenio a los bromistas que habían expuesto a la voracidad de las cámaras, su costado más tierno, su condición de niño perpetuo que aún no ha perdido la inocencia, ni el sentido del humor.
Telemadrid, canal autonómico, emplazado a la privatización o a la extinción por el Partido Popular, ha demostrado ser a lo largo de su corta andadura una emisora de pocos recursos y abundante ingenio. Y ha sabido responder a su condición de autonómica saliendo con sus cámaras fuera del devorador recinto de la capital, para "hacer autonomía", que dirían los políticos. Telernadrid ha desvelado a los ojos de muchos madrileños de asfalto la existencia de pueblos, aldeas, paisajes y paisanajes perdidos dentro de ese triángulo con chorreras que delimitan las fronteras provinciales. Recuerdo, por ejemplo, a Miguel Rellán y Alfredo Landa convertidos en esforzados cicloturistas, recorriendo las carreteras autonómicas en una serie modesta que supo mezclar sin estridencias la ficción y el documento. Con espacios documentales, informativos, concursos o programas deportivos, Telemadrid se ha ido haciendo un hueco en la pantalla y en la vida cotidiana de los habitantes de una autonomía también recién estrenada y desconcienciada de su propia existencia en el mapa. Telemadrid ha sido un poco esa conciencia, más familiar que nacional, sin excesivas loas a las peculiaridades locales ni grandilocuentes discursos de autoafirmación.
Las retransmisiones de encuentros dé "máxima rivalidad regional" entre equipos de Leganés, Móstoles, Fuenlabrada o San Sebastián de los Reyes, los informativos locales, los documentales ecológicos o los reportajes sobre fiestas, gastronomía o turismo se funden en una programación abierta que ha recuperado los dibujos de los Picapiedra, y ha nutrido la audiencia y la polémica con La bola del dragón, que ha apostado por series extranjeras de calidad como la corrosiva Roseanne o la muy británica e irónica Sí, primer ministro. Una televisión que se ha arriesgado a producir con sus limitados medios series propias y se ha desmarcado de la endogámica guerra de fichajes y contrafichajes de estrellas consagradas de la televisión, apostando por presentadores atípicos de la talla de Iturriaga y por showmen de madrileñísimo desparpajo como El Gran Wyorning. Una televisión sin chovinismos que brinda al aureolado maese Punset la oportunidad de debatir el estado de La cuestión en sus platós, sin perder ni un ápice de su acento y de su idiosincrasia, sabiendo que la contrapartida sería imposible, que nunca veremos a Wyoming, ni a Ramoncín, haciendo lo propio en TV-3.
Aunque lluevan las críticas desde las filas de la oposición popular, que para eso es oposición, las cámaras de Telemadrid no han rendido tanta pleitesía, no se han prosternado con tanta elocuencia ante su "honorable" patrón y presidente autonómico como sus hermanas de otras latitudes. Puede que TM-3 no haya sido un modelo de ecuanimidad y eficiencia, pero ha sido y es hasta hoy una cadena creativa que ha permitido a los madrileños refrescarse en algún que otro oasis en sus largas travesías a través del monótono y desértico paisaje televisivo. No me gustaría ver a los profesionales del canal autonómico compareciendo en el plató de Tele-empleo en vísperas de la liquidación final; aunque Tele-empleo, con su original y entrañable bolsa de trabajo, sea quizás el mejor ejemplo de cómo y para qué debe servir una televisión autonómica.
Desconfío de los privatizadores y reconversores que exhiben cifras y presupuestos y claman por el derroche. Desconfío sobre todo porque sus privatizaciones y reconversiones suelen terminar generando mayores agujeros y despilfarros, destruyendo empleos y suprimiendo servicios en beneficio de corruptos especuladores y profesionales del timo de la ingeniería financiera.
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