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Tribuna:DEBATES: SONDEOS Y ELECCIONES.
Tribuna
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Encuestas en abril

"April is the cruellest month".

(T. S. Eliot, The Waste Land).

"— ¿Entonces piensas que la opinión

es más oscura que el conocimiento pero

más clara que la ignorancia?, le pregunté.

—Mucho más, respondió".

(Platón, La República)

De nuevo abril —el mes que Eliot sabía cruel— ha flagelado el crédito social de las encuestas electorales. Tres años atrás, en este mismo mes, se certificó en Inglaterra un fiasco brutal de las predicciones: contra la mayoría laborista preconizada por las encuestas se alzó tenaz el contenido de las urnas que se la concedía a John Major. Ahora ha sido en Francia donde la descontada victoria clara de Jacques Chirac en la primera vuelta se ha transformado en una imprevista victoria de Lionel Jospin. También en Italia en este malhadado abril, los sondeos cantaron la victoria de Forza Italia y del Polo de la Libertad y el recuento registró el triunfo relativo del Partido Democrático de la Izquierda (PDS). No sería justo olvidar (aunque no fuera en abril) cómo en nuestro país, hace ahora dos años, no predijimos adecuadamente el resultado de las elecciones generales: habíamos vaticinado un empate entre PSOE y PP que las urnas convirtieron en un triunfo del primero. En este trabajo, intentaré explicar por qué las encuestas "fallan" (desde el discurso técnico) y por qué no debe limitarse su difusión, pese a tales fallos (y ello, desde el discurso de la teoría de la democracia).

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Sobre los fallos, están, en primer lugar, las explicaciones ex posfacto: algún elemento de la elección, en cuya trascendencia no se había reparado antes, se revela después de la misma como la clave del cambio respecto a los sondeos en el comportamiento de los electores. Explicaciones así se han aportado en abundancia en la elección francesa: la aparente ventaja de Chirac habría desmovilizado a los electores proclives a él, mientras que Jospin habría animado selectivamente al pueblo de izquierdas que temió perderse la segunda vuelta. Por último, Balladur se habría beneficiado de la verosimilitud de su presencia en el ballottage.

Voto 'zapping'

Pero junto a las explicaciones de este tipo, hay ensayos de comprensión de los desajustes en la previsión de más vuelo analítico. Se trata de aquellas que ponen el acento en la creciente volatilidad de los electores, cada vez menos encuadrados por lealtades partidarias firmes y menos orientados por matrices ideológicas rígidas. 'otantes más utilitaristas y menos ideológicos serían más sensibles al cambio de intención de última hora y convertirían cualquier instantánea de las preferencias electorales en inservible para proyectarse más allá de una fecha de caducidad cada vez más corta. El segundo elemento, emparentado con el anterior, concierne a la famosa reflexividad del comportamiento electoral, afectado por el conocimiento de la previsión. Según esta explicación, que se nutre de aportes teóricos como los del sociólogo Merton o el economista Simon, la propia difusión del cuadro de preferencias electorales contribuye tendencialmente a modificarlas: las preferencias reflexivizadas incluyen el efecto corrector que induce (en una parte de los electores) el conocimiento de las preferencias de los demás.

Mi hipótesis es que hay factores estructurales que a despecho de la mejora de los recursos técnicos y de la mayor potencia de las herramientas de análisis que se usan en los sondeos —llevan a una falibilidad mayor de las estimaciones. Lo que Alain Minc ha llamado el "voto zaping" resume plásticamente un momento de los electorados occidentales, en que, el elector, a veces, se puede permitir un voto mudadizo, y, al límite, experimental. Este tipo de votante superficial, a la vez sobreestimulado de información y con una elevada conciencia de las implicaciones tácticas del sufragio, es un elector más impredecible: su opinión de hoy puede no valerle mañana y el sondeo que hoy ha conocido le puede llevar a votar contra él.

Ahora bien, conviene no sacar las cosas de quicio. No siempre fallan los sondeos: el fallo es más la excepción que la regla; ello se debe a que no en todas las elecciones juegan igual los factores tácticos, y en algunas de ellas, su juego tiene efectos inapreciables. Desde este punto de vista, la primera vuelta francesa —en un sistema electoral que, de forma natural, lleva a muchos electores a comportarse como politólogos— Constituye un fracaso de los sondeos, sobre todo en el sentido de no anticipar los límites de las predicciones que se realizaban y de no poner más de manifiesto las incertidumbres que podían rodear el resultado. La propia oscilación de las preferencias en los dos meses que han precedido la elección era un aviso potente de la variabilidad posible de las decisiones de voto.

Pero, y con ello entramos en el segundo de los temas que deseo abordar, ¿puede alguien sostener que el ciudadano francés hubiera tenido un entorno electoral de más calidad democrática de haber se limitado la difusión de sondeos? Esto es lo que —en una súbita conversión desde la bulimia demoscópica preelectoral a la encuestofobia poselectoral— están pretendiendo una buena parte de los políticos franceses desde la noche del pasado 23 de abril.

La publicación de los sondeos —dicen Sarkozy, Madelin o Simone Veil—falsea las condiciones de la competición electoral, induciendo efectos perversos en el votante. Notable argumento. Como ha escrito Robert Worcester, "...se dice que los sondeos influyen en el comportamiento electoral. Creo que es verdad. También es cierto, en mi opinión, que los periódicos y la televisión influyen en las elecciones. Incluso hay quien llega a sostener que se ha dado el caso de que los propios políticos influyan en el resultado de la elección, pero sobre esto último soy escéptico...". Sin llegar tan lejos en la ironía, ¿qué lógica sostiene el que el conocimiento—aunque no siempre sea exacto— de cómo se distribuyen las preferencias de los electores pueda dañar más la decisión electoral que cualquiera de los inputs partidistas o mediáticos en que consiste la campaña? ¿El fundido a negro que algunos propugnan sería más beneficioso para el elector que una idea (aproximativa y contingente, desde luego, pero raras veces muy desviada de la realidad) de cómo están las perspectivas de unos y otros? Siempre será, a mi juicio, más rica y mejor fundada una decisión de voto basada en ese conocimiento, incluso con sus fallos ocasionales, que otra sumida en la nebulosa total. Y, por otra parte, el discurso político contra la difusión de los sondeos encubre un ventajismo que hay que sacar a la luz: la preocupación de estos puristas del voto incontaminado no es que se realicen sondeos, sino que se difundan, que los conozca el común del cuerpo electoral. Lo que trae consigo el prohibicionismo es oscuridad para los electores y privilegios exorbitantes para los partidos y las instituciones políticas, destinatarios exclusivos en tal caso del conocimiento de encuestas electorales.

Ni engaño ni manipulación

Creo que el elector tiene derecho —en este tema como en todos los que rodean la contienda democrática— a no ser deliberadamente engañado ni manipulado (lo que, por cierto, y aunque nadie lo haya puesto de manifiesto, no ha pasado en Francia: el hecho de que todos hayan fallado en el mismo sentido excluye la hipótesis de la manipulación maliciosa de los datos). En ese sentido nos incumbe a los profesionales una doble exigencia: revisar y mejorar permanentemente nuestros estándares analíticos para conseguir un mejor ajuste entre realidad y predicción, por un lado, y, por otro, alertar al lector de encuestas, de forma incluso machacona, en torno a los límites predictivos de lo que presentamos.

Idealmente deberíamos ser capaces de articular corporativamente esa defensa del consumidor mediante la autorregulación, pero no repugna que ciertas garantías técnicas se fíen a la ley (como ahora se hace en España en el artículo 69 de la Ley Electoral). Cualquier otra iniciativa y, en especial, las prohibiciones adicionales de difusión de encuestas supondrían un retroceso injustificable desde el punto de vista de la calidad de la democracia electoral. Recordemos a Platón: vale más un poco de luz, aunque sea incierta, que la oscuridad más pura...

José Ignacio Wert es sociólogo y presidente de Demoscopia.

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