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Encuestas y urnas

Las empresas dedicadas a encuestas electorales acaban de recibir en Francia una soberana paliza. De los cientos de sondeos hechos públicos a lo largo de la campaña electoral para las elecciones presidenciales, ninguno, que se sepa, ha acertado con el ganador. En Italia, el fracaso de los sondeos, ese mismo domingo, 23 de abril, ha tenido finales chuscos. Nicola Piepoli, que auguró la victoria de las derechas por nueve a seis, reconoció ante las cámaras de la televisión su error y sacando una pistola del bolsillo amenazó con suicidarse, pero el arma era de plástico. El canal 4 de Berlusconi, a través de su empresa de sondeos, llegó a atribuir el triunfo a la derecha en 12 Gobiernos regionales (la obtuvo sólo en tres). Luigi Crespi, el responsable de la empresa encuestadora de Berlusconi, dijo que no cobraría el servicio. Ello no le libró de ser despedido allí mismo, y en directo.Tamaños errores no se deben a las técnicas estadísticas aplicadas, sino a un elemento que los expertos en estas cocinas creen controlar y que resulta a la postre incontrolable, a saber: en Francia, en Italia y aquí, las personas encuestadas parecen seguir un viejo, refrán castellano, aquel que dice: "A quien quiere saber, poco y al revés". Mienten. Dicen una cosa y luego hacen otra. Los profesionales conocen este sesgo ("error de respuesta", suelen llamarlo eufemísticamente) y lo corrigen mediante componendas razonables que, como resaltan los resultados, más tienen que ver con la magia que con la ciencia.

En las últimas elecciones generales españolas, celebradas en 1993, las múltiples encuestas tuvieron un patinazo semejante al francés o al italiano de ahora, pero aquí ni hubo despidos ni simulacros de inmolación. El asunto va más allá de la anécdota para entrar en la categoría del engaño planteando dos problemas. Uno deontológico y otro político.

Las empresas dedicadas a estos azarosos menesteres, pretendiendo obtener por anticipado los resultados electorales, ocultan sistemáticamente el origen de sus estimaciones. A mi juicio, estos procedimientos opacos constituyen un engaño al público. Veamos: lo que suministran, respecto a la intención de voto, no es lo que obtienen directamente de los encuestados, sino que, conscientes de las falsedades que arrastran consigo las respuestas, corrigen esos datos brutos mediante apaños más o menos sofisticados, intentando sacar de mentira verdad. Esta dudosa verdad es lo que se publica.

Desde el punto de vista deontológico, no habría nada que decir si, junto a las citras publicadas, se adjuntaran los datos brutos y los procedimientos utilizados para llegar a los que se publican. Puesto que todo ello se oculta, el asunto resulta inmoral y lo es porque se le da al público, bajo el ropaje de la estadística, fino gato por veloz liebre. La manipulación se convierte en escandalosa cuando, como es habitual, los medios de comunicación presentan estas estimaciones opináticas bajo la misma tipografía y forma con la que luego hacen públicos los resultados electorales efectivamente registrados. Como es obvio, aquellas estimaciones no suelen coincidir con la realidad de las urnas.

¿Qué se quiere con la publicación de estos datos? ¿Se desea dar una información, adelantar lo que va a ocurrir, o influir en los electores?.

De todo habrá en esta viña, pero, como se ha explicado, falta transparencia y de esa falta de transparencia se derivan algunas sospechas. Sospechas que en España se acrecientan. Aquí no existe ninguna institución privada ni, por supuesto, pública que controle, ya sea mínimamente, Ia calidad del producto". Pero hay más. Algunos medios de comunicación (o todos) quieren influir en los resultados electorales y las empresas dedicadas a los sondeos han decidido, desde hace bastante tiempo en mi opinión, que el cliente siempre tiene razón. Y su cliente principal suele ser el medio que les paga.

Sesgando los datos, no sólo se confirma la línea editorial de quien paga, se pretende, además, influir en el electorado. ¿Cómo?

Manipulando a través del así llamado "síndrome del ganador". Así se denomina la tendencia que afecta a un número significativo de electores, consistente en votar al supuesto ganador. Al parecer, algunos ciudadanos prefieren confundir su voto con el de la previsible mayoría a usarlo libre y diferenciadamente, según sus propias convicciones.

Todo veneno tiene su antídoto y para estas manipulaciones, tarde o temprano, llegará el suyo. Adelantemos sus componentes.

1. Transparencia. Como lectores, exijamos que se nos suministren todos los datos. La verdad, frecuentemente, es compleja y hasta oscura. Que nadie nos la aclare a nuestras espaldas. No dejemos que nos manipulen la opinión de nuestros conciudadanos.

2. Y, sobre todo, ejerzamos nuestra soberanía en las urnas sin dejarnos manipular. Recordemos que es el único acto, éste del voto, en que todos somos realmente iguales:

es presidente de la Comunidad de Madrid.

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