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LA SUCESIÓN DE MITTERRAND

La ultraderecha pudo aspirar al segundo puesto de haber ido unida

El resultado obtenido por la ultraderecha francesa es uno de los hechos más notables de la jornada electoral de ayer, y fue interpretado por algunos como el reflejo de "un país que está un poco enfermo". El discurso xenófobo de Jean-Marie Le Pen obtuvo un 15% de sufragios, que, unido al 5% de Philippe de Villiers, derechista convencional y anti europeísta, suma un 20%o para la autodenominada "derecha nacional". De haber concurrido unida a las urnas como reclamaba Le Pen, habría estado a punto de disputar el segundo puesto a Chirac.

Crisis económica, con sus consecuencias de paro y delincuencia, e inmigración son las dos palancas que han llevado al alza de nuevo a la ultraderecha francesa. Militantes y votantes del Frente Nacional de Le Pen estaban anoche exultantes y hablaban de "victoria", porque para ellos eso era exactamente haber superado el 14,5% de los sufragios obtenidos en las presidenciales de hace siete años.Las elecciones europeas de 1989 y las legislativas de 1993 habían consolidado el voto ultra en el 12%-13%, pero las europeas del años pasado lo hicieron caer de nuevo hasta el 10,6%. La con sulta de ayer iba a servir para conocer el estado de salud del racismo xenófobo de Le Pen y el re sultado superó todas las expectativas: un, 14% se tenía ya por un triunfo. Entre los lepenistas sólo Le Pen estaba frustrado, como sólo entre los ultras se miraban con satisfacción su 15%. Le Pen acusaba ayer a los sondeos de haber mentido conscientemente a los electores al negar al Frente Nacional cifras que hicieran aún más atractivo votarle, pero lo cierto es que los últimos sondeos ya le ponían en tomo al 14%.

"Corro los cien metros con una bola atada a los pies y aún me tiran objetos desde la tribuna", se quejaba ayer en su casa y cuartel de Saint Cloud, en las afueras de París. El líder ultraderechista lamentaba también que los medios de comunicación vincularan constantemente con su ideología la matanza de Oklahoma. Le Pen había acariciado esta vez la idea de pasar a la segunda vuelta y ayer sumaba sus votos a los del derechista De Villiers. "Eso habría ocurrido si Philippe de Villiers no me hubiera quitado los votos de mis electores" dijo. "Habría sido un éxito histórico. Esa candidatura ha sido estéril y parásita y sin ella nuestras ideas nacionales habrían pasado a la segunda vuelta". Su mujer estaba a su lado y trataba de consolarle. "Pero si ha sido una pequeña - victoria..." le decía tratando infructuosamante de calmarle. "Yo lucho para ganar", le replicaba él. Ahora queda por ver cómo reaccionará ante la segunda vuelta. "Estamos preparados para un septenato de resistencia", adelantaba Carl Lang, secretario general del Frente Nacional. "Chirac tiene una semana para darse cuenta de que tiene que contar con Le Pen". El líder ultraderechista ha dicho que hará su recomendación de, voto el próximo 1 de mayo y que hasta entonces prestará mucha atención a lo que los dos aspirantes a la presidencia tengan que decirle. Jospin ni siquiera ha hecho amago de cortejar ese voto y desde el entorno de Chirac se ha hecho saber que el alcalde de París no va a modificar sus programa para acomodar pretensiones de los lepenistas.

Le Pen fue el candidato más, votado en media docena de departamentos y tuvo buenos resultados en otro buen puñado, lo, mismo en el norte que en el sur. También obtuvo resultados espectaculares en ciudades come, Estrasburgo y la tradicionalmente izquerdista Lille, debido tanto, a factores económicos como racistas, es decir el rechazo a la inmigración. El racismo fue decisivo en las ciudades del sur (Perpiñán, Aviñón) o en la propia costa (Marsella, con más de 22%, Toulon, Niza) muy sensibles a la inmigración y a la situación argelina.

Simone Veil, la ministra de Asuntos Sociales, presentó este voto y el de la extrema izquierda como "un voto contestatario que debe analizarse". Según ella, el que en. un país democrático como Francia haya tal contestación al sistema es algo que debe, preocupar. Su correligionario. y ministro de Sanidad, Philippe Douste-Blazy, lo presentó como el síntoma de un país enfermo.

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