De la pajarita al chándal
Carlos Sotos, en su módulo C-1 de Carabanchel, acompañado por otros 60 internos, se dedica a la gimnasia, a la lectura de esos 100 libros que siempre quiso leer y al recuerdo de su familia. Su técnica para aguantar se basa en "la evasión mental", pero eso sí, añade de inmediato que la cárcel es "algo duro, muy duro, algo que jamás denominaría talego, esto no es un talego, como dicen otros, esto es la cárcel".En su celda tiene colocadas las fotos de sus dos hijos de seis y ocho años. Se le ve cansado, su rostro muestra la pérdida de varios kilos de peso y con el moreno típico del patio de la prisión. Aquí ya no usa las conocidas pajaritas que lucía en los tiempos de los fuegos de artificio, "no es éste el lugar adecuado para ese tipo de vestuario" dice con una media sonrisa. Ahora un chándal es su vestimenta habitual, al igual que la mayoría de los 2.093 presos que ocupan Carabanchel.
Habla tan atropelladamente como antes, mantiene sus gestos habituales al colocarse las gafas y cuando habla de su patrimonio reafirma sus explicaciones mostrando dos de sus, dedos, "sólo tengo dos cuentas bancarias", señala con seriedad. Sotos permanece acompañado en la prisión por una cartera de piel gastada y por un buen montón de papeles llenos de innumerables números y cifras en los que él deposita gran de sus teóricas justificaciones.
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