Campaña maniquea
TRAS LA breve tregua, de Semana Santa, la vida política volverá a partir de mañana al punto en que se encontraba: en el inicio de una crispada precampaña de las elecciones del 28 de mayo. Elecciones, en principio, locales y autonómicas, pero que tanto la presencia de los principales líderes como el tenor de sus discursos tienden a convertir en consulta de carácter nacional. El PP, que lleva un año pidiendo el adelanto electoral, espera que su triunfo de mayo -que se da por descontado- sea tan rotundo que fuerce a González (o a Pujol) a pactar, como mínimo, un calendario electoral. Los socialistas, por su parte, esperan que una derrota honrosa -un porcentaje en torno al 30% sería un resultado superior al de muchos partidos gobernantes europeos en las elecciones intermedias- les proporcione aire para continuar, tal vez con el refuerzo de algunos retoques en el Ejecutivo.Para conseguir ese objetivo, la plana mayor socialista ha salido en tromba. La eufórica. invocación por Felipe González a los 25 años que necesita el PSOE para completar su proyecto ha sido seguida por una ofensiva maniquea contra el PP: no ya en términos de izquierda/derecha, sino de demócratas contra (ex) franquistas. La idea es que una polarización política en esa clave puede contener la pérdida de votos por la izquierda, favorecer la recuperación de los abstencionistas y tal vez forzar una repetición del vuelco de las últimas legislativas.
Si tal planteamiento resulta ahora especialmente preocupante es porque constituye el revés simétrico de la estrategia del PP, cuya necesidad de mayoría absoluta, por ausencia de aliados, le ha llevado a plantear la batalla política también en términos de polarización extrema: de descalificación moral, y no sólo política, del contrincante antes que de defensa del propio proyecto.
Lo de menos es quién empezó. Lo sustancial es que ambos sectarismos se potencian mutuamente y colocan a los ciudadanos en una situación de beligerancia no deseada. Porque ambas partes presentan su aspiración a gobernar no en función de sus programas o planteamientos, sino como si de: ello dependiera la supervivencia de la democracia. Hay un chantaje al ciudadano porque si, como dice Obiols y confirma González, tras la estrategia del PP existe una conspiración a la italiana para romper el sistema democrático, impedir el triunfo de los conservadores es casi un deber moral. Simétricamente, si, como dice Álvarez Cascos y corrobora Aznar, es el temor de González a acabar como Craxi. lo que le hace aferrarse al cargo, estando dispuesto a arruinar al país antes que convocar elecciones, acelerar su salida de La Moncloa es prácticamente una exigencia de salud pública.
El deterioro de la situación política a causa de los escándalos que han afectado al Gobierno es un hecho, y la resistencia de la dirección socialista a asumir las responsabilidades políticas correspondientes constituye el principal argumento del PP para exigir el adelanto electoral. Pero, a su vez, la renuncia por parte del PP a intentar enderezar la situación por los medios constitucionales a su alcance, presentando una moción de censura, permite a los socialistas argumentar que es la ausencia de alternativa política de los de Aznar (programa, liderazgo, alianzas) lo que les lleva a intentar derribar a González por procedimientos torcidos.
No es nuevo que los partidos encubran con la coartada del interés general sus intereses partidistas. La novedad es que tanto el partido en el Gobierno como el que aspira a sucederle coincidan en considerar que el sectarismo del otro no sólo justifica el suyo, sino que favorece su estrategia de polarización. Ahí reside el riesgo de la situación, porque siempre que ocurre eso son los ciudadanos quienes pagan las consecuencias: en deterioro de la convivencia y ausencia, de respuestas a sus problemas. Ahora mismo, el paro y la sequía, por ejemplo.
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