Principio y fin de la gloria del mundo
La Semana Santa de Sevilla es un maratón sentimental; en la Madrugá participan 10.000 penitentes
La Semana Santa de Sevilla está estructurada en cuatro tiempos que responden a una elaborada dramaturgia popular. El Domingo de Ramos es una obertura. Del martes al miércoles santo se desarrolla el primer acto. La ininterrumpida secuencia que funde el Jueves Santo, la madrugada y la tarde del Viernes Santo son su centro y corazón. El sábado santo es un melancólico desenlace. Por eso, a partir de la tarde del jueves, se detiene el tiempo en Sevilla. Y se disloca. Se entra en el tiempo sagrado de la fiesta, y es necesario que el tiempo profano quede por completo abolido. Lo que en realidad son tres jornadas distintas -Jueves, madrugada y tarde del Viernes Santo- en las que procesionan 20 cofradías se convierte en un continuo en el que el cansancio y la falta de sueño predisponen los ánimos a la absoluta entrega emocional.Sevilla inicia este maratón estético y sentimental desde que salen las Cigarreras y los Negritos a las tres de la tarde del Jueves Santo, y no se acuesta hasta que entra El Cachorro en la madrugada del sábado santo. El crecimiento extraordinario del número de nazarenos -sólo en La Madrugá desfilan en sus seis, cofradías unos 10.000 penitentes- ha hecho que las tres. jornadas se confundan. Aún no han entrado algunas del Jueves Santo cuando ya las de La Madrugá están en la calle, y no pasan ni dos horas entre la entrada de éstas y la salida de las primeras del Viernes Santo. Y en todo momento las calles están abarrotadas de sevillanos entregados y de turistas (los hoteles están reservados con meses de antelación) un poco turulatos por ver esta fiesta barroco-romántica en plena vitalidad a las puertas del siglo XXI, tras 600 años de historia.
Pero la confusión es sólo aparente. Para el conocedor cada una de estas tres jornadas tiene su ambiente y su matiz. El Jueves Santo tiene tiempo de adagio, solemne, pesando sobre él el antiguo señorío de hermandades burguesas y aristocráticas como las del Valle, Pasión y la Quinta Angustia; pasos de palio severos y clásicos como el de la Victoria o imágenes de un ascetismo casi prebarroco como el del impresionante Cristo de la Fundación, que preside la hermandad que agrupaba en la Sevilla babilónica y americanista del XVI y el XVII a los negros esclavos y libertos.
La Madrugá es el corazón y el rostro verdadero de la Semana Santa sevillana. Un sucederse de contrastes que han de entenderse como una misma cosa si no se quiere errar el juicio. De un lado dos hermandades severísimas, el Silencio y el Calvario, siendo la primera la más antigua (fundada en el 1340) e ilustre (a ella pertenecieron Mateo Alemán, Pachecol Murillo) de la ciudad. Como máxima representación de estas hermandades llamadas "serias" -que visten túnica negra ceñida por un ancho cinturón de esparto y alto capirote- desfila en La Madrugá la del Gran Poder, la imagen mas querida y representativa de la ciudad, esculpida por Juan de Mesa en 1620 con tal genio para interpretar el Gran Poder de Dios como su capacidad de compartir el sufrimiento humano, que, es el muro de las lamentaciones de los sevillanos; espejo también de una desolación y una derrota arrolladoramente humanas, visible en su conmovedora y tristísima mirada.
En lo aparentemente opuesto está la Esperanza Macarena, exactamente llamada por los Álvarez Quintero, en la letra escrita para La salve de Joaquín Turina, "la que quita toda pena, la que cura toda herida". La anónima escultura, del siglo XVII o principios del XVIII, logra transmitir con una desarmante inmediatez el concepto de la esperanza cristiana como expectación del gozo aún en medio del dolor. Es la reina absoluta de la noche. Las cofradías de Los Gitanos y de la Esperanza de Triana siguen -pero con menor poder de representación- otras líneas de alegre, desbordamiento popular.
El Viernes Santo tarde se ve con el ánimo turbado y el cuerpo cansado. Lo abren en Triana El Cachorro, la última gran escultura, y la romántica hermandad de la Carretería, que funde lo barroco y lo decimonónico desde las elegantes túnicas de terciopelo azul hasta el impresionante paso que representa el Calvario en el momento en el -que el cuerpo muerto va a ser descendido de la Cruz. La Hermandad de Montserrat, cuya Virgen lleva en el manto los bordados de la coronación de Isabel II, comparte este aire romántico.Y las de San Isidoro y la Mortaja añaden un puro estremecimiento de barroco tenebrismo. Cuando todo, termina, ya en la madrugada del sábado santo, todo lo visto se confunde, todos los tiempos se mezclan, el cansancio y la tristeza por el final de la fiesta sagrada se superponen. Y el sevillano, exhausto, se entrega a su negra fascinación por el fin de las glorias del mundo.
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