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Días de pasión

En los tiempos del franquismo, la Semana Santa tenía una abrumadora presencia en la vida cotidiana de los españoles más allá de las procesiones callejeras o de las conmemoraciones religiosas dentro de las iglesias; las radios sólo emitían música sacra y los cines proyectaban únicamente Los diez mandamientos, La túnica sagrada, Ben-Hur o Quo vadis. El laicismo de la democracia y la secularización de las costumbres han modificado radicalmente aquel morado paisaje de ayuno y abstinencia; sin embargo, todavía continúa siendo difícil eludir en estos días el atormentado recuerdo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazareth: hasta los comportamientos políticos parecen sentir la fuerza- de atracción metafórica de la trágica historia relatada hace veinte siglos por los evangelistas.Así, el debate sobre la conveniencia de anticipar las elecciones legislativas para hacerlas coincidir con los comicios municipales y autonómicos del 28-M -una cuestión zanjada de forma negativa por el presidente del Gobierno la semana pasada- se desarrolló en un marco. pleno de resonancias bíblicas. Los partidarios de una disolución inmediata de las Cortes Generales parecían emplazar a Felipe González con las palabras que Jesús dirigió a Judas al concluir el ágape de la última cena: "Lo que vas a hacer, hazlo pronto" (Juan, 13, 27). Y antes del pasado 4 de abril, fecha en la que vencía el plazo para convocar una triple cita simultánea de elecciones legislativas, autonómicas y municipales, el presidente del Gobierno tal vez sintiera emociones semejantes a las agónicas luchas interiores ("el espíritu está pronto, pero la carne es débil" -Mateo, 26, 41-) vividas por el Nazareno al enfrentarse con el dilema de entregarse pacíficamente a los sayones enviados por Caifás o de resistir a sus enemigos. Tras cruzar el torrente Cedrón y dirigirse hacia el monte de los Olivos, Jesús medita toda una noche en el huerto de Getsemaní antes de tomar la decisión final ("con el alma triste hasta el punto de morir" -Marcos, 14, 34-) de beber la copa hasta las heces y dejarse prender. Felipe González, por el contrario, ha resuelto aguantar en el poder, atemorizado tal vez por el recuerdo de aquel referéndum informal convocado por Poncio Pilatos y ganado brillantemente por Barrabás.

También los abogados de un aplazamiento indefinido de las elecciones generales pudieron refugiarse en las imágenes evangélicas que prometen amaneceres resplandecientes después de las oscuras tinieblas. Al tercer día de la muerte y crucifixión de Jesús, Magdalena y María acudieron a su enterramiento, sintieron un gran terremoto y vieron cómo el ángel del Señor ("su aspecto 'era como el re lámpago y su vestido blanco como la nieve" -Mateo, 28, 3-) hacía rodar la piedra qué sellaba el sepulcro y se sentaba encima. El acontecimiento. elevó la moral de combate de sus discípulos: la modesta organización fundada hace veinte siglos por una peña, de pescadores del Tiberiades es hoy una institución rica y poderosa.

Los socialistas no necesitan remontarse al regreso de Jesús de entre los muertos para creer en resurrecciones electorales; el vuelco de las expectativas demoscópicas producido hace dos años alimenta sus esperanzas en ese tipo de milagros. Las bazas de Felipe González al apostar por una inversión de las tendencias de voto son las hipotéticas consecuencias favorables para el PSOE de la recuperación económica, los supuestos éxitos del Gobierno en la lucha contra la corrupción y el eventual desfondamiento de Aznar y de Anguita en la larga carrera hacia las urnas. Pero esos cálculos optimistas no toman en cuenta otras variables (un descalabro electoral el 28-M, un cambio de alianzas de Pujol, la aparición de nuevos escándalos o una crisis interna del PSOE) capaces de deteriorar aún más la posición de los socialistas. En cualquier caso, sólo el tiempo permitirá saber -se necesitarán más de tres días- si esa resurrección electoral del PSOE es realmente posible.

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