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Vivir, desvivirse, revivir

Nuestra vida, cuando es intensa, variada, semeja larguísima como el tiempo-espacio einsteníano; pero a la vez sentimos nuestra fu gacidad, el morir instantáneo. Si es morosa y pobre de aconteceres, parece brevísima y experimentamos, contradictoria y patéticamente, un sentimiento de perennidad o eternidad huidiza.Tales son las paradojas del tiempo vital.El nacimiento de un ser humano es inoperante en sí mismo, mero acto biológico, ya que el tiempo del recién nacido queda absorto en el regazo de su madre o ante una cosa que tiene en la mano. Cuando sale de ese éxtasis empieza a vivir por actos sueltos, a ratos cortos, relámpagos de duración. Nacer es entrar en la corriente continua y discontinua del tiempo, en el juego de las mutaciones de la realidad, seguir el proceso irreversible que abre el devenir, ese "surtidor de novedades" llamó Bergson a la vida. El niño deja de serlo cuando percibe el mundo por sí mismo a través de nuevas etapas que son la edad, una medida de espacio y tiempo. Vivir es morir a cada una de ellas, dejar de ser el que se es y hacerse otro, pues vivimos porque hemos sido. Desde el nacimiento hasta la desaparición física no se interrumpe la continuidad de la vida, tan sólo pequeñas muertes separan una etapa vivida de otra que le sucede. Vivir es morir viviendo. La realidad demuestra que nunca somos iguales al ser que éramos y, pese a estas limitadas muertes, seguimos siendo. De lo que fuimos queda como estela el recuerdo de los actos creativos de cada renacer.La vida es lucha por satisfacer deseos múltiples que nos afanan.En contrario, para, Gotama Buda es un sufrimiento tan agobiante que aconseja renunciar a la voluntad de vivir, liberarse de las pasiones, del ansia de revivir, y dominar la ciencia de la extinción, el cese de todo anhelo, un renacer sin el tormento de sucesivos, renacimientos. Es despertar a una vida contemplativa, sin afán posesivo, delicias amorosas, codicias materiales ni enajenaciones deformadoras, para crear un hombre nuevo carente de ardores convulsos dirigidos a dominar el mundo exterior. Comprendemos que El reino del espíritu, de Eugenio Trías, sea un camino de salvación de esta codicia ilimitada de ser y de posesión. Nacer a esta meditación es el fin de la voluntad de poder, como expresión de una vida esplendorosa, rica de prodigiosas transformaciones técnicas. Heidegger temía que estas innovaciones aniquilasen la originalidad de la persona humana y la cándida hermosura de la naturaleza. De aquí que, en sus últimos escritos, clamaba por un nuevo Dios que viniese a salvamos de esta potencia técnico-metafísica destructora del hombre.El nirvana que descubrió el budismo consiste en un vivir tranquilo, sin preocupaciones ni ocupaciones; en realidad significa el cese de la tensión ardiente de ser, renunciando a la vida procelosa para disfrutar una quietud suprema. La serenidad que ofrece el budismo explica la actual atracción que ejerce en el mundo occidental, víctima de la crisis de ambición desmesurada que crea el capitalismo liberal.Cabe también, como los místicos castellanos, refugiarse en el "castillo interior del alma" para escapar a la angustia del tiempo y sus desvanecimientos. Así, el Yo, eje sólido en que apoyarse, se mantiene firme pese a la multiplicidad de los actos vitales. Para conservarlo, dicen los místicos, hay que hacer oídos sordos al torbellino del mundanal ruido. En Las moradas, santa Teresa explica que descubrió a Dios escondido en su Yo único, y cómo le buscaba en su interioridad llena de vericuetos y sinuosidades. Retirados en el claustro, los místicos podían concentrarse en un solo Yo, pero el hombre común, obligado a desvivirse en la lucha cotidiana, se multiplica en distintos yoes y hasta opuestos: trabaja, ocia, ama, odia, es amigo y enemigo. Todos estos yoes que vive en el curso de su existencia estructuran su unidad humana. El Yo del niño es diferente del Yo adolescente, y el del hombre maduro. del anciano. Se viven tantos que a veces ni podemos recordarlos, como llevados para siempre por el tiempo.Nacer es el principio de morir a sí mismo, y la vida se va creando de nuestros sucesivos revivir. Muere el niño en el joven, muere el joven en el maduro, muere el maduro en el viejo y este en el anciano, pues todas estas muertes son creaciones originales de la vida. Los recuerdos que una edad tiene de la otra suelen ser desvaídos, inconexos, casi siempre inocentes o pueriles. Los que tiene el anciano de su adolescencia y madurez, debido a la inconsciente pérdida de memoria, son cada vez más escasos y pobres para volver a nacer a una vida nueva. Sin embargo, "quien tiene en su ser mismo cálculo de probabilidades, ya tiene vida y muerte en forma de partida de juego, garantizado para siempre el juego y la alternativa de vida y muerte" (Juan D. García Bacca).Los mundos que pueblan el cosmos también se mueren para que nazcan otros nuevos. "Lo único eterno es el cambio", admite el sabio Engels. Piensa que después de la desaparición de la tierra y la humanidad resurgirá la vida en el espacio cósmico. La idea muerte de la vida la descubrió en Kant, y que el hombre está llamado a extinguirse se la inspiró Fourier. Termina formulando esta curiosa interrogante: "¿Seguirá rodando eternamente por el espacio infinito el cadáver del Sol y perecerá para siempre bajo la única forma de movimiento de la atracción de todas las fuerzas naturales, en un tiempo infinitamente diferenciado?". Quizá de esta muerte nazcan otros planetas, estrellas y espacios siderales. Engels llega, a la convicción de que la materia del universo, a través de todas ; sus mutaciones, permanece eternamente la misma y no puede perder jamás ninguno de sus atributos. Por tanto, con la misma férrea necesidad que llevará a borrar de la faz de la tierra su floración más alta, el espíritu pensante volverá a hacerla brotar en otra parte y en otro tiempo. Este optimismo trágico aúna vida y muerte en la dialéctica infinita de la naturaleza.Como seres humanos concretos, también queremos revivir después de nuestra muerte, y así se crea una atormentadora ansia de inmortalidad: "¡Ser, ser siempre, ser sin término! ¡Sed de ser, sed de ser más! ( ... ) ¡Ser siempre!" (Miguel de Unamuno). Asimismo, nuestro filósofo García Bacca sostiene: "El cuerpo, nuestro cuerpo, el cuerpo de cada uno, es inmortal. Aunque muera de muerte natural física y se convierta en polvo efímero, tierra calcinada, el cuerpo no se muere al alma", porque este desnacer es la aurora de un nuevo nacimiento. Ernst Bloch intenta explicar la contradicción vida en la muerte con su teoría de la extraterritorialidad: "El cuerpo es la cáscara que muere, pero su núcleo sustancial pervive siempre en todas las disoluciones". Y añade: "El cuerpo es vulnerable, lo arrastramos a modo de cera de difuntos que aún arde, pero existe en el ser humano un germen indestructible".

Quizá sea el Yo fundamento y centro de todo lo que encontramos dentro y fuera de nosotros.

Carlos Gurméndez es ensayista, autor de La crítica de la pasión pura.

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