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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trágica sequía

LA SEQUÍA está ahí. Es vieja, propia y de poco sirve lamentarse. Pero sus efectos superan últimamente todo lo conocido y hacen desesperar a muchos, Contra lo que pueda parecer, y por lo que demuestran estadísticas de medio plazo, no llueve más ni menos que en otras épocas, aunque es cierto que arrastramos un ciclo particularmente seco. Pero somos más y nuestros hábitos de consumo han agudizado el problema. Consumimos más agua. El derroche, la pérdida abundante en el mar o en conducciones mal conservadas, su utilización abusiva en industrias y regadíos y la insuficiente acumulación de reservas contribuyen a que un bien ya de por sí escaso plantee crónicos problemas de abastecimiento a amplios núcleos de población diseminados en la España seca. Ocho millones de ciudadanos que viven en el sureste español carecerán de agua para beber a la vuelta del verano si el actual periodo de sequía no se interrumpe de forma tan radical como inesperada.La amenaza es grave y afecta a todos. También la responsabilidad. Porque los españoles no acaban de concienciarse de que el agua no es un bien gratuito y abundante. El consumo medio de agua por habitante -300 litros al día, muy superior a la media europea-sólo se explica por su derroche en el uso doméstico y en el agrícola y ganadero. Hay muchas maneras de favorecer una cultura de ahorro de agua, pero ninguna tan eficaz como la de establecer un sistema tarifario más acorde con su coste real que el vigente.

En la España húmeda, la que está por encima, del curso del Duero, el agua abunda. En este año de sequía atroz, pero sólo algo más que otras padecidas en los últimos 50 años, los embalses del Duero y del Ebro están llenos al 65% y al 78% de su capacidad, respectivamente, mientras que los del sur y sureste apenas llenan el 12% de su capacidad. El régimen pluviométrico marca la diferencia. Pero lo que se hace cada vez menos admisible es que la España húmeda y la España seca sigan dándose la espalda.

Como otras veces en los últimos años, el titular de Obras Públicas, Borrell, ha dado la voz de alarma y ha conseguido del Consejo de Ministros 12.000 millones de pesetas para intentar paliar la situación de millones de ciudadanos afectados. Se trata de obras de emergencia como la perforación de pozos, la realización de pequeños trasvases locales y el transporte de agua en buques cisterna a las zonas que no pueden obtenerla de otra forma. Pero son precisamente las campañas de emergencia las que ponen de manifiesto el fracaso de la prevención y la falta de una gestión adecuada de este recurso básico del que media España es deficitaria. Demuestran que las medidas estructurales no se han puesto en práctica.

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Un país de escasos recursos hídricos no puede desatender tres aspectos básicos: el trasvase de las zonas excedentarias en agua a las deficitarias, el reciclaje de las aguas residuales para usos industriales y agrícolas y el establecimiento de unas tarifas mucho Más acordes con él coste real, El Plan Hidrológico Nacional, la pieza central de la política del agua para el futuro, no debe ser sólo obra del Gobierno. Lo es de todas las fuerzas políticas, de los Gobiernos autónomos, de los ayuntamientos y de las confederaciones hidrográficas, reacios en no pocos casos a combatir con decisión las actitudes autárquicas que dificultan la solución de este problema. Las luchas, muchas agitadas por móviles electoralistas, entre las diversas autoridades -incluso de un mismo partido-, suponen en no pocas ocasiones barreras decisivas para planes racionales hacia una solución equilibrada y solidaria.

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