El agua y yo
Este remanso de paz aún no ha sido 'profanado' por los visitantes del parque natural de Peñalara
Operante, según el diccionario de la Real Academia, es el que opera. Operante es un cirujano, o bien aquel que especula sobre valores (un broker, vaya), o quien ejecuta cualquier acción o trabajo. Indagar las razones por las que un ágata de aguas ambarinas, engastada a 1.930 metros de altura sobre una terraza del valle del Lozoya, recibe un nombre tan oscuro y como de currante, habiéndolos claros y sonoros a miles para elegir, puede ser el prólogo de una jornada inolvidable. Ahí queda, pues, el enigma.Para merecer esta joya del Guadarrama, el excursionista ha de echarse a caminar de buena mañana -de seis horas no baja el paseo- por la pista que arranca en Cotos a mano derecha de la cafetería Zabala y que conduce, sin extravío posible, hasta la laguna Grande de Peñalara.
En telesilla
Si el excursionista en cuestión no anda sobrado de fuelle, o acaso sufre una dependencia patológica de los modernos medios de locomoción, podrá ventilarse el repechón inicial montando en telesilla, para luego llegarse hasta el refugio de Zabala y descender por la abrupta pedriza hasta la laguna de marras.
Sea cual fuere el itinerario escogido, el montañero dará con sus huesos en uno de los parajes más emblemáticos y -por eso mismo- concurridos del Guadarrama. En 1765, Moratín pudo escribir: "Mas siempre este agua se miró con tanta / veneración, que no la ha profanado / de bruto ni varón la inmunda planta" (Diana, el arte de la caza).
Y en 1902, Bernaldo de Quirós evocaba, como cosa reciente, "los crepúsculos invernales bajo la cumbre de Peña Lara, cuando nieblas espesas la envuelven y las águilas se retiran a sus peñas doradas por el sol rojizo de los lobos, y la fiera hambrienta recorre a grandes pasos la sierra, castañeteando los dientes".
Ni Nicolás ni Constancio podían sospechar que algún día la laguna Grande sería tomada al asalto por una turba de lo más variopinto: colegiales vocingleros, parejas retozonas, familias neorrealistas, mochileros de camiseta heavy e, incluso (damos fe), grupos de creyentes cantando alabanzas al Señor al son de las bandurrias.
Por eso, el discreto pondrá cuanto antes tierra de por medio, en dirección norte, y sin separarse de los paredones rocosos que caen a pico desde la cima de Peñalara (2.428 metros), irá atravesando sucesivamente derrubios y mesetas herbosas en las que se asientan lagunas mínimas de nombre feliz: la de los Claveles, la de la Mariposa, la de los Pájaros... Comprobará, con dicha, que el número de domingueros es inversamente proporcional a los metros recorridos, y que al llegar a este penúltimo remanso de agua pura, las ranas y las salamandras son las reinas fugaces de la creación.
Reconocerá también, si es observador, las huellas de la erosión glaciar en estos cóncavos y morrenas, como ya lo hicieron los profesores Obermaier y Carandell en un madrugador estudio geológico de 1926. Ellos identificaron las tres lenguas de hielo que en tiempos prehistóricos rebañaron estos murallones de gneis como si fueran de mantequilla: una, en la hoya del Toril -actual laguna Grande y turberas del sur-; otra, en la hoya de Pepe Hernando; y la tercera, en la hondonada que hoy ocupa la laguna de los Pájaros.
Balcón solitario
Doscientos metros por debajo del nivel de esta última y a un kilómetro largo de distancia, se divisa, hacia el noreste, la laguna del Operante. El descenso hasta ellas supone un paseo de un cuarto de hora sobre la hierba fresca que crece al arrimo del arroyo de los Pájaros.
Pero supone, sobre todo, la recompensa de alcanzar un balcón solitario sobre el valle del Lozoya, desde el que se domina la fábrica medieval de El Paular, los caseríos de Rascafría, Oteruelo y Alameda del Valle, el embalse de Pinilla y los soberbios montes de la Cuerda Larga cerrando la perspectiva a mediodía.
Esparcidas por la orilla, plumas enormes, de medio metro de longitud, delatan a los últimos visitantes de la laguna: los buitres.
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