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El sueño de Bronston

Me acerqué el otro día a Las Rozas para inspeccionar una exposición dedicada a Samuel Bronston, el productor de cine fallecido el año pasado y que durante los sesenta rodó varias superproducciones en las afueras de este pueblo. Según uno de los carteles de la muestra, Bronston soñaba con "resucitar la grandeza del cine norteamericano de la época dorada". Yo, con mi visita, soñaba con recordar mi juventud. En el otoño de 1962, estudiante universitario recién llegado a España, intervine como extra en la más recordada de las películas de Bronston, 55 días en Pekín, protagonizada por Charlton Heston, Ava Gardner y David Niven.Codo a codo con campesinos y estudiantes, representé a uno de varios miles de chinos que, a las órdenes de un antipático ayudante de dirección, repetidamene tenían que atacar una fortaleza de cartón-piedra. Vestíamos de chino -muchos con una coleta postiza- y enarbolábamos lanzas. Algunas eran pesadas, otras de goma, muy ligeritas, de modo que durante los descansos entre toma y toma tenías que estar atento para que el chino de al lado no te diera el cambiazo, pues el siguiente ataque sería todavía más agotador. Trabajé un par de días y creo recordar que gané 150 pesetas más un bocadillo por jornada.

El siguiente mes de abril intervine en otra producción de Bronston, La caída del imperio romano, también rodada en Las Rozas, donde se había levantado una réplica del foro romano que, según esta exposición, sigue siendo aún hoy el decorado más descomunal de la historia del cine. Mi actuación en esa película se limitó a unos planos, rodados en un estudio de Madrid que reproducía el interior del Senado: me tocó ser un prisionero vestido con la piel de una fiera y barba postiza. Mis compañeros de cautiverio y yo estábamos vigilados por unos soldados romanos, mientras detrás, más allá de la puerta del hemiciclo, un aparato producía el aire frío que, como es notorio, siempre acompaña a los bárbaros.

Los senadores llevaban togas y se peinaban hacia delante, igual que en las películas. Uno de ellos, un actor llamado Finley, avisaba a sus compañeros apasionadamente, con acento muy británico, que los bárbaros estaban a las puertas de Roma y que si no se les dejaba entrar el imperio caería. O por lo menos asilo recuerdo yo, aunque es muy posible que mi idea de la historia antigua esté equivocada. No tuve ninguna escena con Sofía Loren, aunque sí los treinta duros y el bocata.

(Mi carrera cinematográfica no terminó allí. Poco después, disfrazado de soldado británico, trabajé un día en una coproducción hispano-francesa titulada Gibraltar. En el reparto -mayormente actores desconocidos- figuraba un chimpancé vestido con falda escocesa. Un joven actor inglés tenía que cogerlo en brazos, pero el animal se puso nervioso y le mordió con saña, ante lo cual el inglés se negó a trabajar con el simio y se suspendió el rodaje de aquel día. Nunca he tenido ocasión de ver ninguna de estas tres películas. Curiosamente mi asociación con Bronston continuaría. En 1965 para entonces estaba casado y vivía con mi joven esposa en una pensión de mala merte cerca de Atocha y encontré un trabajo dando clases durante varios meses a la hija del productor, una chica de ocho o nueve años. Varias veces por semana me ponía mi corbata y viajaba hasta su lujosa casa en Puerta de Hierro, donde me recibía el mayordomo con una copa de fino. Nunca comprendí el motivo de estas clases, ya que la chica era inteligente y no parecía tener problemas con los estudios. A lo mejor su padre, un pobre pero muy ambicioso emigrante ruso de Besarabia, deseaba que destacara sobre las demás niñas.

Mi conexión con Bronston aún duraría un poco más. A finales de los años sesenta, cuando trabajaba de corresponsal en España del periódico de espectáculos Variety, tuve que informar de la pérdida de su estudio cinematográfico en Madrid tras una larga y agria batalla legal. Tampoco Bronston pudo levantar aquel otro estudio soñado en Las Rozas -ahora el lugar está ocupado por casas adosadas y fábricas y supermercados- ni rodar Isabel de España (con Glenda Jackson en el papel de Isabel, Fernando Rey en el de Colón y Julián Mateos -¿qué fue de Julián Mateos?- en el de Boabdil). "La complicada maraña financiera en la que se basaba su financiación le estalló en las manos", dice otro cartel de la exposición. "El sueño tocaba a su fin".

Así terminan muchos sueños. En la muestra hay una foto de Rita Hayworth durante un descanso en el rodaje de otra producción de Bronston, El fabuloso mundo del circo. Según el pie de la foto, Rita "manifestaba ya en su errático comportamiento los signos de una enfermedad que [más tarde se supo] estaba asaltándola: el mal de Alzheimer". Acompañada de Claudia Cardinale, Rita está leyendo un ejemplar del diario Ya, cuya portada anuncia: "Kennedy asesinado".

Tres décadas más tarde, con 86 años, moría Bronston, también víctima del Alzheimer, en Sacramento (California). En la última foto, su niña, ahora una mujer, "sostiene en sus manos un cofre donde se guardan las cenizas de Bronston, que van a reposar en la tierra que le permitió soñar".

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