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Tribuna:
Tribuna
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¡Hasta luego, Zapata!

Oigan, señores, la extraña noticia. Sí, ustedes, en Nueva York, Londres o París, ciberpunkis transnacionales, viajeros de las autopistas de la información, comerciantes de la aldea global, pioneros de la realidad virtual, que teclean sus cifras en las nubes, fuera del espacio y del tiempo. Háganse con este librito a la antigua, folclórico y retro, titulado Ya basta ("Hablan los rebeldes zapatistas"). A ustedes les concierne en primer lugar; en él leerán nuestro futuro común: el explosivo encuentro del indígena e Internet. Mañana, De Gaulle. Mañana, Zapata. Pasado mañana, Ataturk. Y Marx. Mañana, aquí, allí, en todas partes, el maya electrónico. La posmodernidad será arcaica o no será.No se pongan nerviosos. ¿De qué se trata? Al principio, de simples comunicados de guerra, des granados desde aquel famoso 1 de enero de 1994, cuando unos centenares de rebeldes tzeltal y tzotzil ocuparon cuatro ciudades de Chiapas. En el extremo sur de un México de yuppies y rascacielos que se había acostado la víspera en Manhattan, al pie del Banco Mundial, y se despertaba de pronto en San Cristóbal, al pie de un campanario barroco. Desnudo como un rey desnudo. Autor: el subcomandante Marcos. Tema: un año de revueltas, de enfrentamientos y de esperanzas. Moraleja: en la llamada civilización de la imagen, todavía pueden hacerse cosas con palabras.

Literatura, dirán ustedes, y de la peor especie, política. En el primer punto, nadie les contradirá. Es un secreto a voces que el mejor escritor latinoamericano de hoy, el más modernista, el más libre, el más contundente, corre por la selva, con el rostro bajo un pasamontañas (allá arriba hace frío), perseguido por una orden de detención. Los profesionales del país son justos y, desde García Márquez a Octavio Paz, tanto amigos como adversarios, se unen para saludar al artista, a su igual. Julio Cortázar, que ya mezclaba el jazz con el tango, es aquí omnipresente. Ajeno a estas connivencias, el lector europeo encontrará en estos textos cortos, con sus posdatas chistosas o incisivas, crípticas u oníricas, algo que recuerda a Queneau por lo erudito, a Prévert por lo divertido y a Boris Vian por lo tierno. Harán envejecer nuestro lenguaje vernáculo estereotipado. Ante estas pala bras graves y frescas que hablan día a día de la vida, la muerte, la música, la noche, el caos en el pe cho "cuando se encuentran varios sentimientos pectorales", las homilías bien equilibradas de los candidatos franceses a la presidencia entran repentinamente en el museo de cera del discurso político.

En el mundo incívico de los expertos y las élites, que de Roma a Davos y de clubes a comités hablan seriamente, ¿no es cierto?, de cosas serias, no se había dicho que el índice bursátil CAC 40, Wall Street y el Banco de Francia pudieran un día estar pendientes en última instancia de historias de amantes enamoradas con un clavel rojo en la boca, o de virreyes de chocolate con narices de cacahuete. No se trata de que la insurrección autóctona, militar-literaria, haya provocado mecánicamente la crisis del peso mexicano, con sus repercusiones planetarias -las causalidades de los medios de comunicación son infinitamente más sutiles que los toques de varita mágica-. Simplemente ha contribuido a una nueva mentalidad colectiva. Al volverse hacia el pasado, con un anacronismo precursor, un puñado de jóvenes bien dotados se ha contentado con hacer bajar a tierra a toda una clase dirigente alienada en un futurismo de pacotilla. Con muy pocos disparos, pero con ráfagas de frases inesperadas, como un reguero de pólvora del sur al norte de un continente. Estos eficaces poemas han tenido un efecto catalítico. Les han revelado los falsos rostros y los simplismos de los modernizadores venidos de Harvard, del MIT y de la Politécnica, que en tomo a un presidente neoliberal que gozaba de una excelente "imagen internacional" apostaban por el dominio del mercado y la televisión. Para hacer como todos. Las fundaciones financiadas por los bancos de esa "economía naciente" consideraban al poeta y al indio como cantidades insignificantes, estigmas vergonzosos o atracciones turísticas, al estilo de los charros de grandes sombreros y de las calaveras de azúcar. Los banqueros ideólogos habían repelido al campesino y al verbo, que un buen día les estallaron en las narices a través de una figura improbable y cada vez más necesaria: el patriota multilingüe, el universalista con raíces. Marcos es un ultramexicano, habitado por los fantasmas de su nación, por sus canciones infantiles y sus leyendas, pero que al mismo tiempo está conectado con San Diego, Berkeley y París y con todas las nuevas formas de la cultura mundial. Despertando mitos enterrados, esa prosa modesta iba a trazar de nuevo el futuro de medio continente, por el mero hecho de reanudar los hilos de una historia olvidada. Los zapatistas no responden a la imagen con la imagen, al tópico con el tópico. Frente a los sondeos y la televisión utilizan la memoria y la letra impresa. Sin grandilocuencia. Un paso a un lado, y el cartón piedra se viene abajo.

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Marcos y los suyos nos piden constantemente que no les idealicemos. Todo es cuestión de ecología cultural, y la de Chiapas es singular. Los habitantes de este Estado, rico y desheredado a la vez, no son indios con poncho dedicados al tejido y la alfarería como en las tarjetas postales. Antiguos jornaleros del café y del petróleo, alfabetizados en parte por la Iglesia y las sectas protestantes, esos obreros, esos emigrantes, desmontan la selva como pioneros, entrecruzan dialectos, frecuentan la ciudad. Por falta de electricidad, los pueblos del Alto Chiapas desconocen la televisión, pero todos los campesinos circulan con su transistor. Allí, la memoria colectiva sigue siendo oral. Los dirigentes del Comité Clandestino Revolucionario Indio (CCRI) se han desvivido por transcribirla y por facilitar el acceso a la cultura escrita a la mayoría. Como en nuestras viejas y entrañables "casas del pueblo", según el pacto secular que unía al movimiento obrero con el libro, estos herederos de la grafosfera instalaron en su base de Aguas Calientes una verdadera biblioteca pública (novelas, poesía, libros de texto). "Cada escuela que se abre", decía Victor Hugo, "es una cárcel que se cierra". Apoyado en la larga memoria de los pueblos torturados, con las referencias visuales de un cinéfilo y la astucia de quien se atreve a mezclar Moby Dick con la última canción de Chava Flores, una cita de Macbeth con una parrafada de Cantinflas, Marcos se ha transformado poco a poco en la estrella nacional de la escritura. "Uno nunca controla la imagen", explicó a Carmen Castillo y Tessa Brisac en una de las pocas entrevistas televisadas que ha concedido, para la cadena franco-alemana ARTE. "Pero de lo que se escribe se puede responder". Ha prohibido todo contacto con Televisa (la televisión estatal mexicana, en situación de monopolio) y sólo se dirige a un pequeño cuarteto de la prensa escrita nacional y local. Lentamente, pobremente, con su ritmo, con los medios disponibles. Este "transporte laborioso de palabras" a lomos de hombres, estas hojas blancas con letras negras llevadas "desde las montañas hasta el hormigón" por emisarios anónimos, descalzos, a través de senderos complicados, es este trabajo de hormigas heroicas el que ha desestabilizado por doquier una videosfera gigante que, atormentada por la velocidad, la imagen y los "inercados", y sin enterarse, se había vaciado de toda imaginación. En resumen, una lección práctica para ilustrar El poder de la palabra de Edgar Allan Poe: "Todo movimiento impreso al aire, toda vibración en el ambiente actúa sobre cada ser individual del universo". Desde siempre, la eficacia simbólica (objeto de la mediología) ha utilizado estos caminos humorísticos trasversales. Si hoy seguimos éste, nos hará volver del mundo de la economía al mundo de los libros, hasta el punto de origen del seísmo: la selva Lacandona y los Cronopios de Cortázar, de los que es de temer que tanto Larry King en Atlanta como los directores del Tesoro francés en Bercy nunca hayan oído hablar, aunque en cierto modo estén en el origen de sus actuales desgracias.

Monje-soldado o cura de colegio, el militante revolucionario se distinguía hasta ayer del común de los mortales por una preocupante seguridad en el futuro, por "la certidumbre de tener razón, la nitidez con la que se representan los resultados de su acción". Tengo la verdad, seguidme, la salvación estará al final del calvario. Marcos y los suyos, grandes laicos ante el Eterno, son la teología de la vanguardia puesta patas arriba. Como un Miguel Angel que hace descender al barro la Idea divina, los superhombres de antaño hacían descender un ismo salvador entre los desheredados. Aquí, la insurrección viene de abajo. "Esta guerrilla no expresa una idea", decía Marcos en ARTE, "expresa un mundo". En los textos que firma, nuestro anti-Rambo, caudillo a pesar suyo ("escogimos el pasamontañas para evitar el caudillismo y he aquí que nos encontramos con un caudillo con pasamontañas"), presenta sus dudas, reconoce que los zapatistas no saben demasiado, que su movimiento es trivial y caótico y que improvisan continuamente. Con un programa sin ismo y no demasiado complicado: diálogo, asamblea constituyente, tierra y libertad. Que cada uno haga lo que pueda, allí donde esté, por la democracia. No quieren una guerra civil, y mucho menos el poder estatal, no llaman a nadie a tomar las armas, no ven nada de redentor en el sufrimiento. Se dirigen a individuos, a tal sindicalista, a tal periodista, tal maestra de escuela, e ignoran a los notables. No hay moralismo ni chantaje para lograr la expiación. No hay injurias hacia el exterior ni, en el interior, excomunión de los que reniegan o cuelgan los hábitos. Se rompen los votos cuando se quiere, se vuelve cuando se puede. La irrupción del humor en el compromiso y de la parodia en la mística derriba una regla secular de la izquierda. He aquí, 30 años después de la obra del mismo nombre y cuando ya ha pasado de moda, la Revolución en la Revolución, en palabras del propio Marcos. Una cierta sonrisa. No es una risa populachera y cruel. Esta sonrisa es la humanización de la tragedia a través del guiño. ¿Literatura política? Sí, a condición de cambiar el sentido de esa palabra. En los últimos 50 años, cuando un intelectual entraba en la revolución tenía que dejar a la entrada muchas veces su inteligencia y sacrificar siempre su yo en el altar de la causa del pueblo. A diferencia del jefe burocrático, Marcos dice "yo" sin pudor. Hace la guerra publicando a trozos su diario íntimo, y redacta su diario íntimo con las palabras y gestos de sus compañeros y compañeras. A diferencia del jefe carismático, no pretende encarnar al grupo (sitúa y firma sus posdatas personales después del comunicado aprobado colectivamente). No habla en su lugar, sino que transforma a sus compañeros en personajes de cuento o de novela. Con esta subjetividad reconocida pero colectiva, inventa una nueva forma de decir yo que resuena junto al nosotros sin sustituirlo, un yo abierto y cambiante que cada uno puede retomar por su cuenta y prolongar a su manera.

¿Fanfarronada, estrellato, exhibicionismo? Marcos lo explica francamente. No es posible la contraviolencia simbólica sin participar en el gran juego de los medios de comunicación. ¿Cómo valerse de ellos sin dejarse cooptar? ¿Cómo derribar su poder utilizándolo? Con una rigurosa selección de los soportes, con el rechazo a obedecer a la domesticación generalizada, imponiendo un programa propio. Aquí, la estrella se convierte en yudoca. No cesa de burlar la identificación heroica desidentificándose a sí mismo, cambiando de biografías, desconectándose de su propio personaje a través de la ironía y la burla de sí mismo. Zapata revisado por Brecht. Si hay narcisismo es a la inversa, para sacudir nuestra pasividad. Tal vez Marcos haya comprendido que en la actualidad lo virtual siempre vence a lo real, la oposición al Gobierno y el personaje al individuo. Así, transforma su máscara, en un espejo con facetas en el que todo el mundo puede reflejarse a placer.

Este realista -lo contrario del soñador y del utópico- ha llevado el principio de, la realidad política hasta pensar y hacer pensar a través del prisma sesgado de la ficción. Sustituye lo cierto por lo auténtico, la tesis correcta por la narración incorrecta. En resumen, ha transformado la política (le su país contándole historias ingenuas y sofisticadas, cotidianas y estrafalarias, que nadie sabe si son totalmente ciertas o totalmente falsas, pero que hablan a cada uno y despiertan en él millares de historias más. ¿Y si en la actualidad fuera ése el espíritu de la seriedad? ¿La mejor forma de resistencia al presente? Cuando lo real se convierte en imagen, cuando la mentira chorrea de las pantallas, ¿no es la imaginación escrita la que reabre las puertas de lo inmediato y real?

Última posdata. A 20 de febrero de 1995. Después de la ofensiva militar exigida por Washington. Aplastado entre dos compañeros a 10 metros de una treintena de soldados, con los helicópteros sobre su cabeza, el subcomandante, que no las tiene todas consigo, calcula las probabilidades de supervivencia con numerosas sumas y restas. El tobillo, la nariz, la espalda, todo su cuerpo se va a trozos. Al fin y al cabo, dice, vale más un balazo en el vientre que una bronca de Eva por no haber tenido tiempo de evacuar del campamento tres cintas de vídeo fundamentales, Bambi, El libro de la selva y Escuela de Vagabundos, con el mismísmo Pedro Infante. Por cierto, ¿Bambi era macho o hembra? Se avecina otra discusión delicada. Mejor morir enseguida.

El humor, dice Chris Marker, es la cortesía de la desesperación. Los sabios y los malvados aseguran que los zapatistas no durarán mucho. Pero, según ese otro criterio, reconozcan, señores, que al hombre sublevado todavía le esperan buenos tiempos.

Régis Debray es escritor y filósofo.

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