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Cuestión de días

Francia y Alemania reabren en Europa el debate sobre la reducción de la jornada laboral

JOSÉ COMAS BonnEl convenio del metal en Alemania y la campaña electoral en Francia han abierto de nuevo en Europa el melón de la reducción de la jornada laboral. Pero, como en ocasiones anteriores, se corre el riesgo de que sólo le cale el fruto y se deje la tajada para cuando esté más maduro. Los patronos creen que reducir la jornada sólo elevará los costes y no creará empleo, y los sindicatos mantienen lo contrario y, además, se resisten a que conlleve la reducción salarial.

Uno de los grandes candidatos a la presidencia francesa, el socialista Lionel Jospin, ha hecho de la jornada semanal de 37 horas uno de los puntos básicos de su programa. Y, aún más significativo, hay un candidato testimonial llamado Pierre Larrouturou que propone, como punto único de su programa, la semana laboral de cuatro días. Jospin se declara convencido de que "trabajaremos unas 30 horas semanales en el próximo siglo" y promete que, si es elegido, la jornada de los empleados públicos se reducirá a 37 horas en 1997 "para dar ejemplo al sector privado". Pero, aunque dice no desear "una baja de los salarios", deja en suspenso esa cuestión fundamental. ¿Menos horas y mismo sueldo?

El candidato Larrouturou, asesor laboral, cree que "no es realista" aspirar a menos trabajo por el mismo sueldo, y propone una disminución de los salarios de entre el 3% y el 5%, acompañada de ventajas fiscales para los empresarios que aumenten su plantilla en un 1.0% o más. Pero la idea no ha calado en el ánimo de la patronal y los delegados del mayor sindicato, la Confederación General de Trabajadores. Para la próxima negociación colectiva, que se anuncia problemática, el tema central es el salarial.

En Alemania, el sindicato IG Metall acaba de lograr en Baviera que la jornada de 35 horas entre en vigor a partir del 1 de octubre, sin que esta redución de trabajo tenga una penalización salarial. El milagro alemán, a fines del milenio, es de signo contrario al de la época de la reconstrucción tras la II Guerra Mundial. Los alemanes han conseguido ser los que menos horas trabajan del mundo y, a la vez, los que más cobran.

Los empresarios argumentan que esta situación resulta insostenible y pintan un negro panorama de exportación depuestos de trabajo a países con mano de obra más barata. El canciller federal, el democristiano Helmut Kohl (CDU), pronunció el año 1993 lo que luego se eligió como la expresión más fea del año. Kohl osó afirmar en el Parlamento Federal (Bundestag) que Alemania va camino de convertirse en un parque colectivo de ocio. Los bramidos de los sindicatos todavía resuenan. Pero, si se atiende a las estadísticas, no le faltaba razón. Según el Instituto de la Economía Alemana (IW) de Colonia, centro de investigación próximo a la patronal, en la industria alemana se trabaja, según convenio, 1.620 horas anuales frente a las 1.896 de Estados Unidos, por ejemplo.

Los resultados del modelo de la semana de cuatro días, que implantó Volkswagen (VW) para evitar una reducción de plantilla, todavía no se pueden palpar. Aunque entre los habitantes de la sede de VW, en Wolfsburg, hay cierto descontento por la caída de salanos que provocó la reducción de jornada. A fines de 1994 estalló un rifirrafe entre IG Metall y el sindicato de la construcción que acusaba a los metalúrgicos de que en la región de WolfIburg muchos trabajadores de VW trabajan sumergidamente en la construcción para mejorar sus ingresos.

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